Los procesos electorales tienen algo, poco o mucho según se vea, del ámbito militar. De inicio a la parte en la que los partidos y candidatos se enfrascan en la búsqueda de la victoria le llamamos contienda, que no es sino un sinónimo de combate, lucha o pugna, términos que, sobre todo en la prensa política se utilizan de manera indistinta. De igual manera a los candidatos les llamamos contendientes, adversarios, habiendo incluso quienes se atreven a utilizar el superlativo de enemigo, pues existen ocasiones en que, si no lo son, por lo menos lo aparentan muy bien.
Hay otros dos términos que reflejan esta similitud entre el proceso electoral y las cuestiones militares. Uno de ellos son las campañas, y el otro el ejército. La campaña, en su acepción primigenia es un conjunto de acciones militares que transcurren en una determinada zona geográfica en un periodo definido. Ahí se dan todas las operaciones militares de defensa y de ataque en pos de un objetivo trazado estratégicamente, con la particularidad de que las actividades se limitan a un tiempo y a un espacio. Las operaciones están relacionadas entre sí y son contenido de la guerra, que en todo caso es continente. Una campaña será más o menos exitosa si esos objetivos se cumplen en mayor o menor medida.
En la política, la serie de actividades que se realizan durante un tiempo determinado, cuarenta y cinco, sesenta o noventa días, en una circunscripción claramente delimitada, un distrito, un municipio, un estado o el país entero, que tiene por objeto allegarse de los votos de la ciudadanía para obtener el cargo en disputa, ya de diputado, senador, gobernador o presidente, también se le llama, y no de manera gratuita “campaña”. La labor será ardua, los procesos precisos y las acciones milimétricas para garantizar que el candidato llegue hasta donde ha de llegar, esquivando las balas del discurso del oponente y de vez en cuando arrojando granadas al-ahí-se-va y en otras ocasiones con verdaderos tiros de precisión, que dejan en claro el porqué del mote belicoso.
Sin embargo, hoy quería referirme al ejército. Ese grupo de personas luchadoras que, pie a tierra, andan durante el proceso electoral con la frente muy en alto luchando una guerra que se vuelve cada vez más difícil. Este numeroso ejército de mujeres y hombres, obstinadas y valientes como deben ser quienes constituyen las unidades militares, no pertenece a partido político alguno. Si acaso le van a un candidato, porque todos tenemos derecho de hacerlo, nunca lo demuestran en su andar profesional. Las contiendas electorales para ellos son distractores que les sirven solamente de ejemplo en sus pláticas, pero portan con la misma gallardía su casaca y su gorro, que un militar su uniforme.
Ellas y ellos son los Capacitadores-Asistentes Electorales. Dignos herederos de aquellas legiones romanas que no son permanentes, sino que se contratan y se licencian según las necesidades de las instituciones electorales. Ellas y ellos andan en todo el territorio del Estado librando varias batallas a la vez. Empezando por la que los trajo a este mundillo electoral, la batalla de levantarse temprano, la de levantar y vestir a los niños, la de trasladarse a su centro, la de la lluvia, la del transporte, la de buscar la calle y el número, la de terminar cansados pero satisfechos, y sobre todo, la lucha diaria contra la ignorancia y la apatía.
Estas falanges, que van de mes en mes, de dos en dos, y de seis a siete, libran la más grande de las guerras en esta comparativa con lo electoral. Su función primordial es localizar, convencer y capacitar a quienes deberán fungir como funcionarios de casilla el día de la jornada electoral. Poca cosa.
La ignorancia, como ejército enemigo se repliega y a la vez se extiende como un muro entre aquellos que prefieren ver que otros decidan por ellos. El tándem perfecto: el que no quiere participar porque no sabe que puede hacerlo y que debe hacerlo. Y ahí van las hordas de CAEs, que es el apelativo con el que los conocemos y reconocemos. Uniformados, sudorosos, cansados, pero con ganas de superar en cada calle el reto que significa encontrar el número, y en cada puerta el de obtener un sí como respuesta, aunque con un tal vez se conforman para seguir en la pelea y no morir en el intento.
Esos personajes sin rostro definido, se erigen como héroes anónimos, cual soldado desconocido al finalizar la elección y saber que la casilla ha quedado instalada, que hemos acudido a votar, que no ha faltado nada ni nadie y que el paquete que contiene una gran parte de su esfuerzo va hacia el consejo distrital, y dentro de esa caja llena de material electoral también se va un pedazo del sueño construido, un poco de la vida y el fin del periodo eventual de guerra que no es otra cosa sino el ánimo de buscar un nuevo trabajo en el cual empezar la lucha diaria.
Mi reconocimiento absoluto a esas mujeres y hombres ejemplares que simbolizan lo mejor de nuestra patria. Que son capaces, bajo las condiciones más adversas posibles, de regalarnos una sonrisa al final de la elección para mostrarnos que esta maquinaria electoral sigue funcionando como reloj preciso. Mis mejores deseos para quienes están en el procedimiento de convertirse en Capacitadores-Asistentes Electorales, recordándoles a través de estas sencillas líneas que, ni más ni menos, son ustedes el alma de esta elección.
/LanderosIEE | @LanderosIEE