En el mejor espíritu agonal, estado y municipio de Aguascalientes homenajean a sus personajes ilustres, bajo la suposición de que esta competencia legitima a los promotores de tales reconocimientos y consagra ante su comunidad a quienes así resultan honrados por los poderes públicos. Al entrar el año en su último trimestre, como frutos de otoño, las actividades se arraciman en ferias y festivales culturales de IMAC e ICA, también arracimados en los postreros intentos por justificar los ejercicios presupuestales correspondientes.
Una relación moderadamente exhaustiva incluiría la nada despreciable contribución de la UAA al muégano de la cultura; en su momento, la más antigua universidad local ha ensalzado a sus adalides, mientras que las demás incorporan en mayor o menor grado la promoción cultural a su labor formativa, de acuerdo con la idea de que el arte nos hace mejores personas. Pero aquí se trata de las iniciativas impulsadas por los actores políticos, en respuesta a las necesidades planteadas por la sociedad organizada o como parte de programas de gobierno en los que la cultura ocupa un lugar preponderante.
Concretamente, interesa la labor editorial. Durante la edición 44 de la Feria del Libro en nuestra ciudad, el ICA presentó varios volúmenes bajo su sello editorial. Entre ellos se encuentra un par de títulos dedicados a dos pioneros de la cultura oficial reciente: Georges Berard y Jorge Galván, destacados impulsores de la danza y el teatro, respectivamente. El primero lo escribió Carolina Castro Padilla; el segundo, Francisco Bernal Tiscareño. Ambos forman parte de un proyecto editorial que busca reconocer la labor pionera de quienes contribuyeron a hacer realidad la Casa de la Cultura de Aguascalientes, antecedente directo del ICA. Evidentemente, la lista de personajes debe incluir varios nombres más para cumplir su cometido, como Ladislao Juárez, Humberto Naranjo y Víctor Sandoval, entre otros.
Por su parte, el programa del Festival de la Ciudad de este año anuncia la presentación de un libro sobre Refugio Reyes Rivas, escrito por Andrés Reyes Rodríguez, en el contexto de la declaratoria de la obra arquitectónica del primero como patrimonio artístico, cultural e histórico, por parte del ayuntamiento capitalino. Así, las autoridades municipales se suman al afán de homenajear a los personajes más importantes de nuestra ciudad, reconociendo el valor de su legado mediante la letra impresa.
Pero, a diferencia del ICA, que recurre a escritores de creación, el IMAC le encarga el trabajo a un historiador profesional, renombrado por sus estudios sobre temas políticos y con manifiesto interés por los asuntos culturales locales. Dos rutas distintas para alcanzar puertos semejantes: documentar algunas de las aportaciones más importantes al desarrollo cultural, en casos concretos de personajes cuyo legado se considera un bien público. Cabe decir que las diferencias entre ambos miradores se adecuan a su objeto: la historia reciente puede escribirse con testimonios personales de la gente cercana al protagonista; la que cuenta más de un siglo requiere un equipo de navegación más especializado para travesías en aguas que corrieron hace tanto tiempo. En cualquier caso, para armar su relato del modo más completo y objetivo, los autores deben bogar en la escasez y dispersión de la información disponible.
Estos libros compendian información dispersa y, con su opinión, los autores enriquecen la interpretación de las herencias, desde una diversidad adecuada a la de nuestro patrimonio cultural. Si tienen buena estrella, pueden descubrir nuevos datos, llevar la mirada sobre el objeto a coordenadas inéditas, que revelen aspectos inesperados de bienes específicos: arquitectura, teatro, danza… En todo caso, el quehacer editorial sortea los escollos y vientos contrarios de la falta de un sistema de información sobre cultura, donde este tipo de estudios pueda vincularse con aportes similares. Asimismo, las instituciones siguen ayunas de comités encargados del diseño y desarrollo de políticas editoriales que, en consecuencia, resultan de decisiones personales, sujetas a la buena voluntad, preparación o estado anímico de los funcionarios en turno.
En otras palabras, el quehacer institucional perpetúa la tradición de realizar actividades aisladas, dependientes de los gobernantes y no de quienes según esto se benefician con sus productos y servicios. Ciertamente, en el mar que se agita entre el archipiélago de las instituciones y la sociedad debe haber más iniciativas de los grupos sociales y de los artistas, pero éstos deben armar bajeles para internarse en aguas ignotas, sobre todos los segundos, para abandonar la deriva en el golfo de la dependencia y realmente contribuir al desarrollo cultural.
Los escritores y artistas de Aguascalientes debemos aprender a colaborar con las instituciones, de acuerdo con las exigencias actuales. Esto incluye superar numerosas carencias. Sin planes de distribución y comercialización, por mencionar sólo un aspecto, la utilidad de los libros publicados disminuye, los homenajes quedan truncos, el capital cultural se reduce a buenas intenciones y, una vez más, se desperdician los recursos públicos.