En una entrevista a finales de la década de los 90, Ray Bradbury respondía a la pregunta ¿Por qué escribes ciencia ficción? de esta manera: “Ciencia ficción es cualquier idea que ocurre en la cabeza y aún no existe, pero que pronto lo hará y cambiará todo para todos, y nada volverá a ser lo mismo. Tan pronto como tengas una idea que cambie una pequeña parte del mundo estarás escribiendo ciencia ficción. Siempre es el arte de lo posible, nunca de lo imposible. […] Imagínese si hace sesenta años, al comienzo de mi carrera como escritor, hubiera pensado en escribir una historia sobre una mujer que se tragó una pastilla y destruyó la Iglesia Católica, causando la venida de la liberación de las mujeres. Esa historia probablemente hubiera sido de risa, pero estaba dentro de lo posible y habría sido gran ciencia ficción. […] La ciencia ficción no es solo el arte de lo posible, sino de lo obvio.”
Nunca había pensado en la liberación de las mujeres como un asunto de ciencia ficción, sin embargo, una vez que la idea aterrizó en mi mente no me pareció descabellada. En pleno siglo XXI, la sociedad no ha podido ni querido consolidar que las mujeres ejerzan autonomía sobre su cuerpo en materia reproductiva y sexual, esa batalla que inició de forma inverosímil con una pastillita y que continúa con otros avances científicos en busca del bienestar femenino, pero que aún se vislumbra lejana su consolidación cuando para algunos la libertad de las mujeres significa un ataque directo a la moral o una institución como la Iglesia católica, la cual, al menos en México, considera de forma errónea que el punto neurálgico del feminismo es estar en contra, a tontas y locas, de la familia y la maternidad. Por eso es verosímil que la historia que hubiera escrito Bradbury sobre la pastilla perteneciera al género de la ciencia ficción, aunque el futuro la habría alcanzado con los avances científicos y tecnológicos -como los viajes a la Luna, pero no aún a través del tiempo- y sociales en materia de derechos humanos -como el feminismo sin su asentamiento-.
Si pensamos que hemos rebasado sólo un poco a la ciencia ficción de la primera mitad del siglo pasado, habríamos de ir un paso adelante. Así, si a la fecha continúa la satanización de la idea de anticoncepción que traería el libre albedrío en el grueso de las mujeres de a pie, las del barrio o la colonia, esto sigue siendo un tema únicamente femenino, donde los hombres no han incursionado. De avanzada, muchos de ellos hablan de nuevas masculinidades y se han vuelto aliados del feminismo en las marchas y en la cama. Comparten tareas domésticas y usan condón porque la reproducción es cosa de dos, entienden. Hasta que está de por medio el cuerpo y su funcionamiento.
Nuevos estudios revelan que el uso de anticonceptivos en las mujeres nunca ha hecho mella en el sistema o en las instituciones religiosas, pero sí en el cuerpo de estas pues, entre otros efectos, existe un aumento en el riesgo de desarrollar cáncer de mamá. El análisis estimó que, por cada 100,000 mujeres que utilizan anticonceptivos hormonales, se presentan 68 casos de cáncer de mama al año, en comparación con los 55 casos anuales que se presentan entre quienes no los usan. Sin embargo, los otros recientes estudios sobre anticonceptivos masculinos no continuaron. ¿El motivo? Existen efectos secundarios no graves como el acné, los cambios de humor o la baja en la libido para aquellos que los consumen, efectos que han vivido las mujeres que toman la píldora tantos años como el que deseen interrumpir su etapa reproductiva. Aquí es cuando una nueva forma de pensar la anticoncepción en el mundo sigue siendo ciencia ficción. Ya no es solo la historia de una pastilla contra el sistema y generadora de un despertar reproductivo femenino. Sería el giro de tuerca que daría un florecimiento en la conciencia de los hombres y su paternidad, donde ellos y solo ellos decidirían los hijos que traerían al mundo, no dios, no ellas cuando en impersonal “se embarazaran”, aunque el temor a perder la virilidad o la potencia sexual, ese miedo infundado que una vez eliminado traería un avance social comprobable con la ciencia, pero que aún no les permite del todo concebir esta opción. O la vasectomía, que se considera un acto de amor solidario que empodera a la mujer y abona a erradicar la violencia en su contra.
Mientras, seguiremos hablando de métodos femeninos, las pastillas del día siguiente, los abortos -legales o no-, los niños sin figura paterna. El feminismo de la mano de una nueva forma de masculinidad aún es ciencia ficción, al menos en el tema de la reproducción.
Para que la literatura funcione, creo yo, debe haber una transferencia de la obra con la realidad que nos indique que fue o es posible lo escrito, un puño de aconteceres privados y comunes, y una memoria colectiva que sedimente la experiencia literaria. Bradbury no solo fue un cultivador del género de ciencia ficción, sino también un visionario capaz de plasmar los nuevos valores y cambios culturales que transformarían al mundo de forma radical. Imaginó ambientes distintos a su realidad temporal y espacial, los problemas de siempre de la Humanidad no solo los plasmó como contingencias o para hacer una crítica, sino como un diagnóstico de lo “obvio”, un llamado a la comprensión y a la acción para que el humano supiera resolver sus catástrofes. En sus textos desmenuzó el futuro de la especie humana a partir de la forma de organización de sus comunidades, por eso es que considera la ciencia ficción también el arte de lo obvio.
Tal vez por eso mismo se dice que la realidad supera la ficción. Encontré gratificante que la mención del autor en la entrevista no tuviera que ver ni por asomo con feminismo y mucho menos con reproducción, él pensaba una historia que siempre ha estado ahí y que por sus características habría de plasmar nuevos valores y cambios culturales que podrían transformar al mundo de forma radical. Si la literatura y con ella la ciencia ficción son capaces de plasmar esto, todavía hay esperanza de que en la realidad muchos cambios sucedan.
@negramagallanes