Los ojos y la sombra del arcano IX
Aunque existen otras representaciones, la iconografía clásica del arcano IX muestra a un hombre de perfil, en solitario, que sostiene con la mano izquierda un cayado y con la derecha una lámpara en cuyo interior resplandece una estrella. Cubierto con un manto gris, el hombre no observa el horizonte, mas parece observar un sendero o estar en una posición introspectiva.
Para muchos, el ermitaño representa la vejez, por lo que la carta no suele ser de las más gustadas, y hasta puede causar desasosiego. Sin embargo, en su significado, ese hombre no tiene edad, como tampoco la tiene el fuego de la estrella que guarda en su lámpara. Su luz guía a quien se aproxima: es la referencia para recorrer determinado camino. Podríamos decir que este arcano es el final de un ciclo, pero es más una encrucijada, el fin como principio, la superación de una etapa necesaria para emprender caminos más sublimes.
No es la primera vez que encuentro la alegoría de un arcano en un libro, ni será la última. Sobre todo si el libro leído muestra algo de lo humano, al igual que lo hace la iconografía del tarot.
En distintos niveles, siempre nos encontraremos con el ermitaño: en algún momento de nuestro recorrido podremos vislumbrar su luz a lo lejos. Se dice que el ermitaño está en lo alto de una montaña, y es justo el hecho de tener que escalarla lo que hace arduo el final de una travesía. Cuando hemos cumplido, mal o bien, un pasaje de nuestra vida, llega el momento de elegir nuevos caminos.
En Ojos llenos de sombra, de Raquel Castro, conocerán a Atari, una clavecinista, que ha llegado a ese momento crucial. La novela toda es el último empuje, el último tramo, los últimos pasos de la cuesta. Atari vislumbra la luz del ermitaño, que es la promesa de La Estrella que se materializará en el arcano XVII asociado en parte con la creatividad, y que en el caso de nuestra protagonista titila en la música. Pero emprender el nuevo camino no es tan simple, pues no se trata de una estación de autobuses: no basta acercarse a la taquilla y comprar el boleto a nuestro nuevo destino. Ojos llenos de sombra es la narrativa de la coyuntura, de la crisis: es el momento en el que Atari debe evaluar qué dejará atrás y qué guardará del pasado, no para que sea un lastre sino más bien la piedra que sirva de cimiento a su nueva obra.
Con una voz narrativa sin falsas pretensiones, fresca, invitadora y divertida, Atari nos muestra su dilema: su pasado y su presente y su duda ante el futuro que siempre es inevitable. La trama se desarrolla durante el tiempo que dura un puente largo, ese Golden Gate de nuestros días de asueto. Parece muy atinado situarla precisamente en un puente simbólico, pues sabemos que ella tiene que atravesarlo para continuar su camino.
Mientras uno devora las páginas, trata de adivinar qué guardará Atari de su pasado: y deseamos, como lectores, que sea un CD con canciones darks, no, mejor unas botas, no, su delineador y el terciopelo negro. Y decidimos, como lectores, que en el pasado deje a su amiga Marla, pero que lleve a su futuro a su amiga Bere, incluidos sus juegos de palabras etílicos. Y como lectores nos pronunciamos para que en el pasado se queden Javier y Armando. Pero lo que opinemos es acaso el reflejo de nuestras propias encrucijadas. Sólo Atari podrá ajustar cuentas, para reconocer que, como todos, en algún momento de vida, y en otros por venir, nos ha urgido la sensación de pertenencia, la cual, en algunos casos, hemos elegido libremente, y en otros nos ha sido impuesta por azar o por educación.
Es necesario leer esta novela para descubrir, junto a Atari, lo que ella vio en el rostro del ermitaño, ese espejo que nos permite vernos por fuera y por dentro cuando la crisis nos llega.
Atari es dark, lo fue, lo es, ¿lo será?; ¿qué significa esta tribu urbana? Para los que están inmersos en ella o lo estuvieron o se niegan a salir de ahí, como ocurre con Mario, el hermano, disfrutarán de esta novela con complicidad. Para los ajenos a esta subcultura, el disfrute será el doble al leer términos, imaginar escenarios y, sobre todo, googlear sobre la música que ahí suena. Los jóvenes lectores encontrarán un eco, y los lectores no tan jóvenes encontrarán y recrearán tiempos pasados de conflicto.
Aunque, bien mirado, tal vez debí recurrir a la imagen del ermitaño del Tarot Vampírico de Robert Place y describir a Atari librando la cuesta para encontrar en la cima la imagen de Nosferatu envuelto en su capa, mirando de frente, vaporoso, sosteniendo en una mano una vela, mientras se escuchan entre las ramas desnudas de los árboles las notas de un clavecín.
Mejor no, porque ésta no es una novela cliché de darketos ni de vampiros. Los personajes de la novela estarían de acuerdo conmigo: el Píter, el Muerto o Xavierconequis me darían la razón. Pero seguro alguien me llevaría la contraria: justo ella, la niña de los rosas infinitos, la odiosa Peach.
En fin, vayan a los folios de este Premio Gran Angular, elijan su bebida de los superpoderes y eviten la que es su kriptonita. Recuerden si alguna vez encontraron la estrella, o descubran si saben en qué lugar de su horizonte titila la del ermitaño. Y no olviden que, aunque no se puede borrar por completo lo que uno fue ni reprogramarse del todo, tampoco se puede uno quedar en la misma etapa a menos que su máximo en la vida sea ser un forever. Sea, pues y lean.