A propósito de la noticia que hace un par de meses escuché con beneplácito, de que en el poblado de Petatlán, en el Estado de Guerrero, habían encontrado unas ruinas arqueológicas prehispánicas, recordé una conversación que alguna vez sostuve con mi entrañable amigo Abbdón Urbina, fallecido hará cosa de seis o siete años. Abbdón me platicaba que alguna vez que estuvo de viaje por el Sureste de nuestro país, se detuvo para comprar, a pie de carretera, unos plátanos que algún habitante local vendía. El vendedor, sentado en una silla de madera bajo la sombra de un frondoso árbol, degustando una cerveza, y teniendo junto una decena de pencas de plátano aguardaba la llegada de los turistas. Tras comprar los plátanos, Abbdón entabló plática con el vendedor quien le explicó que él poseía unas cuantas hectáreas de plátanos y de cocos, así que día a día, juntaba unas pocas pencas y unos cuantos cocos e iba a la carretera a venderlos. Tras tres o cuatro horas de estar vendiendo sus productos, volvía a su hogar por el resto del día. Y así la mayoría de sus días. Abbdón le cuestionó a cerca de cuál era la razón para no explotar y maximizar los recursos de sus tierras, ya fuera tratando de colocar toda la cosecha con algún intermediario o llevarla a la ciudad más cercana para venderla completa. Por toda respuesta el vendedor dijo: ¿Para qué? “Para que viva mejor”, contestó mi amigo. El vendedor le explicó a Abbdón que él pasaba tres horas al día bajo la sombra de un frondoso árbol mientras vendía sus plátanos, tomándose una cerveza, que vivía en una tierra tropical, que después se marchaba a su casa con su mujer y sus hijos a pasar con ellos el resto del día; que tenía todas las cosas que quería. “¿Cuántas horas al día trabaja Usted? ¿Tiene las cosas que necesita? ¿Tiene tele y radio para entretenerse?” Le preguntó el vendedor.
Por otra parte hace más de 20 años me entretenía el tema de las “Sociedades Primitivas” y su economía. El reconocido antropólogo Claude Levi-Strauss, sostiene que el hombre de la “Sociedad Primitiva” no pasaba todo el día en labores de sobreviviencia, sino que vivía en una economía de la inmediatez, probablemente de la abundancia, esto es, que como su meta no era acumular alimentos porque éstos se echaban a perder, ni riquezas porque en su modo de vida no concebía la idea de atesorar cosas materiales, sólo trabajaba lo necesario para cubrir sus necesidades. De tal forma que la mayor parte del día se dedicaba al ocio. Así, la “Sociedad Primitiva”, de igual manera que el sujeto que vendía plátanos en la carretera, cubría diariamente sus necesidades de alimentos, y al no tener pretensiones económicas ni deseos materiales, no se dedicaba a acumular riqueza porque la riqueza era un concepto absurdo, dado que todo lo que necesitaba lo obtenía del mundo natural. El mundo es el grande proveedor para el hombre primitivo. Así como el refrán atribuido a San Agustín reza que “No hay hombre más rico que el que no necesita nada”, así la “Sociedad Primitiva” no necesitaba nada que no le proveyera el mundo. Sin duda las circunstancias en las que vivió el “Hombre Primitivo” son muy diferentes a nuestras sociedades, complejas y aglutinantes. El mundo natural sigue siendo el “Grande Proveedor” para todos nosotros, pero nosotros, los individuos, ya no tratamos con el mundo natural directamente sino con otros humanos que lo explotan para producir lo que necesitamos y lo que deseamos. Quizá la principal diferencia entre nosotros y nuestros ancestros es el deseo de cosas materiales. Trabajamos todos, para obtener comida, ropa, cobijo y techo… pero hay más, nuestras sociedades están orientadas a la obtención de juguetes y artículos que, se supone, además de proporcionar comodidades suntuarias, otorgan una suerte de status y reconocimiento social a sus poseedores debido a su alto valor económico. No es lo mismo usar un reloj Rolex que un Citizen, no es lo mismo conducir un Volkswagen a manejar un Jaguar, no es igual una bolsa “Tous” a una Tommy Hilfiger, no es semejante, de ninguna manera, unos zapatos Canadá que unos Manolo o unos Louboutin. A pesar de que en nuestras sociedades hay un buen abasto de productos básicos y necesarios para la subsistencia, nuestras comunidades han sido presas de nuestro propio juego: el consumo. Nuestro deseo de acumular riquezas materiales tiene un fundamento social que persigue la obtención del reconocimiento común, y no siempre se busca la riqueza como una fórmula de libertad.
Porque en última instancia, el ser una persona rica tiene como consecuencia el poder dedicar la vida al ocio, tal como lo hacían los hombres en la “Sociedad Primitiva” o como lo hacía aquel hombre que vendía unas cuántas pencas de plátano al día para cubrir sus requerimientos. Por estas razones no sé si la noticia de que encontraron ruinas prehispánicas en Petatlán sea, del todo, una buena noticia para sus pobladores. Si bien Petatlán conserva el ritmo lento de la vida de la provincia guerrerense, y muy probablemente sea un buen ejemplo de la economía del ocio donde nada más se trabaja por lo indispensable sin anhelar grandes riquezas, ahora las cosas cambiarán para sus habitantes con la llegada de los turistas a la zona. Ojalá sea enhorabuena y que el otrora temido Petatlán, donde las disputas y desavenencias se arreglaban machete en mano o a punta de pistola, se torne en el hospitalario pueblo guardián de una cultura milenaria de honor y justicia.