En algún anaquel de la biblioteca, muy cerca de Cosmos, de Carl Sagan, y de El cometa Halley, de Issac Asimov, hay tres copias de Essays in the Philosophy of Chemistry, de Eric Scerri y Grant Fisher. La filosofía de la química es una disciplina relativamente nueva que estuvo hasta hace poco agazapada detrás la filosofía de la física. El poder y alcance de la reflexión seria, sin embargo, terminó por otorgarle su justo lugar, y actualmente se publican revistas y libros que debaten el uso de “sustancia” o de “átomo” como unidades de análisis; cuestionan las implicaciones de los procesos químicos en el desarrollo de los procesos mentales; o analizan la pertinencia de los modelos que se usan para describir la deslocalización electrónica.
La Química pues es susceptible de ser puesta en crisis en tanto que conjunto de conocimientos y suposiciones. Al tratarse de una construcción humana, es siempre conveniente tener en cuenta que lo que dice y propone no es discurso directo de la Naturaleza o espontánea manifestación de la verdad. La Química la hacen químicos, y los químicos están limitados por sus condiciones biológicas y cognitivas.
Fisgando en un e-reader encontré No somos computadoras, de Jaron Lanier. El libro propone a su manera una crítica de las ciencias computacionales. Debemos reflexionar acerca del papel que las nuevas tecnologías desempeñan en nuestras vidas, en nuestros procesos de aprendizaje y en la manera en que adquirimos el mundo. Lanier formó parte de la generación que “inventó” la actualidad. Trabajaba en la década de 1980 en la incipiente industria de las computadoras y fue testigo de la expansión de Internet, el boom de los videojuegos y la digitalización de las percepciones visuales y auditivas. Entre los temas que le preocupan se encuentran la entronización de la masa como generadora de conocimientos y la estandarización de las personas derivada de la estandarización de las máquinas.
Wikipedia, y todo sitio elaborado desde la tecnología y los conceptos wiki, es un perfecto ejemplo de la sumisión de la individualidad intelectual a la colectividad. El genio personal -limitado-, sería incapaz de compilar los conocimientos que decenas o centenas de miles de personas poseen. Entre todos lo sabemos todo. Pero, para Lanier, esto promueve la idea de que sólo hay una verdad universal en algunos de los campos en donde no es así o, peor aún, otorga el peso de conocimiento a lo que no es sino infundada opinión -y entonces resulta que hay “teorías” creacionistas y se exige respeto a la idea de que la Tierra es plana-.
Otro de los ejemplos que Lanier utiliza para expresar sus temores es el caso del estándar MIDI (que es, grosso modo, un protocolo que permite la comunicación entre instrumentos musicales electrónicos y entre éstos y las computadoras). “Antes de MIDI, una nota musical era una idea insondable que iba más allá de cualquier definición absoluta […]. Después de MIDI, una nota musical dejó de ser simplemente una idea para convertirse en una estructura rígida y obligatoria que no se puede evitar en aquellas áreas de la vida que se han digitalizado”, dice Lanier. De tal manera, la posibilidad de creación estaría ahora limitada por estándares fijados a partir de necesidades pragmáticas, tecnológicas o incluso políticas que nada tienen que ver con la naturaleza de la música.
Andrés Guadamuz, en su sitio TechnoLlama, otorga el crédito debido a Lanier y, lo que es más interesante, critica algunas de sus posturas. Con respecto a MIDI señala que si bien se trataba de una tecnología limitada por su contexto, no terminó por determinar los rumbos actuales de la música en general, y probablemente tampoco de la música digital. Y compara la preocupación de Lanier con la de alguien que se argumentara que las imágenes de ocho bits limitan la creatividad pues dicha tecnología “pixelea” las grandes obras de arte. Guadamuz apuesta por una concepción más compleja de la creatividad y de las personas, así como una visión menos catastrofista del mundo, y propone que si bien alguien puede ser notablemente creativo en ciertas áreas, puede también utilizar plataformas limitadas como Facebook o Twitter en otros ámbitos de su vida.
Husmear en la biblioteca lleva, en ocasiones, a descubrir la existencia de la filosofía de la Química. Fisgar en un lector de libros electrónicos abre, casualmente, la puerta para reflexionar acerca de los alcances y límites de la tecnología, y su papel en nuestra manera de ser personas. Navegar (¿recuerdan que se decía “surfear”?) por la red a veces resulta fructífero, y nos revela crítica seria acerca de la crítica seria. Seguramente, tres accidentes son insuficientes como demostración de que bibliotecas, formatos digitales y la red incitan la reflexión, dialogan y se complementan; pero bastan para esperar que así sea.