Please allow me to introduce myself,
I’m a man of wealth and taste.
I’ve been around for a long, long year,
stole many a man’s soul to waste …
Sympathy for the Devil. Rolling Stones
La semana pasada tuve la fortuna de beber el café y charlar con uno de mis maestros. Entre la charla, me compartió la noción sobre que históricamente las sociedades han construido no sólo su moral, sino también sus valores de coexistencia (que siempre son los valores políticos que cimientan a los regímenes) en torno a su relación con las creencias míticas de sus divinidades. Así, mi maestro comentaba que podíamos distinguir tres tipos de sociedades en función de cómo habían sido construidas en torno a la relación con estos valores mitológicos, pero -sobre todo- con cómo se articula la idea de la trascendencia. Luego, con su agudo brillo, me lanzó una pregunta: ¿La democracia es una invención de dios o del diablo? Para contestar esa pregunta, que en la charla respondí a botepronto, debo compartir el obsequio de mi maestro, con el riesgo de reducir su idea para que quepa en estas líneas. Estas tres tipologías sociales pueden catalogarse como sigue:
Las sociedades paganas: constituidas como teocracias, o con tendencia teocrática. Hay una simbiosis natural entre el oficio hierático y el asunto público. Su burocracia política está emparejada con su administración litúrgica. Mayormente politeístas, en su mitología encuentran diferentes representaciones divinas de los fenómenos que inciden en el desarrollo económico, en el entramado bélico, en su relación con la naturaleza y con la sociedad misma; todos estos fenómenos divinos como manifestaciones del poder. Podemos englobar en este tipo de sociedades a todas las teocracias politeístas cuyas deidades son naturalistas y que se desarrollaron como potencias antes de la conversión Constantina; por ejemplo, los imperios americanos precolombinos, las potencias de la península Helénica, los imperios medio orientales o los orientales, basados en doctrinas de mitología naturalista. En todas estas sociedades “paganas”, podemos ver en común una idea de trascendencia: no hay una división clara entre el individuo y el colectivo, así como no hay una distinción marcada entre el colectivo y su entorno. Esto redunda en que la trascendencia del individuo se logra mediante la supervivencia de su colectivo y la manutención de su entorno. Visto así, toda la idea del ejercicio del poder está orientada a privilegiar estas nociones: su comunidad y su relación con el espacio que habita.
Las Sociedades Cristianas: Luego de la conversión de Constantino, de la caída de Roma, y de la expansión del cristianismo político en toda Europa, y su avance transcontinental a Asia Medio Oriental y América, las nuevas sociedades cristianas son forzadas al monoteísmo, en un movimiento fortalecido por el engranaje entre sus estamentos políticos y religiosos. En la mayoría de los pueblos se mantiene la noción teocrática durante la Alta y la Baja Edad Media, gracias al obsceno amasiato entre el poder papal y el poder feudal. A la par, la noción de trascendencia deja de ser colectiva y se vuelve individual: cada uno -luego del bautismo- es responsable de la salvación de su alma mediante la aceptación de los cánones de la fe cristiana. Así también, la trascendencia se desliga de la comunión con el entorno: el mundo terrenal es un valle de lágrimas en el que el cuerpo físico padece y es puesto a prueba para la salvación eterna. De esta manera, las ideas sobre el ejercicio del poder también mutan hacia el individualismo, y la desconexión con el espacio comunitario, porque “el reino de la salvación no es de este mundo”.
Sociedades Laicas: En la transformación histórica de las sociedades (vistas desde el eurocentrismo, claro), varios movimientos propiciaron el cambio social: el final de la Baja Edad Media, y el inicio del Renacimiento, así como el auge intelectual del Quattrocento y del Cinquecento, desencadenaron en el final de las teocracias medievales. La Ilustración y la Revolución Francesa, la modernidad, la independencia de los EU, la Guerra de Reforma en México, la Revolución Industrial, y todos los movimientos que fortalecieron la noción del gobierno republicano y laico, así como de la monarquía moderada; y ayudaron a consolidar un nuevo tipo de sociedad moderna, que desligó a sus estamentos religiosos del poder político, y se organizó en otro tipo de ideal de lo trascendente: la abstracción del Estado. Mientras que las sociedades paganas trascendían sobre sí mismas en el “aquí y ahora” mediante la supervivencia colectiva; y las cristianas trascendían de manera individual en un reino “que no es de este mundo”; las sociedades laicas trascienden mediante ideales abstractos como el Estado, la Ley Positiva, la Justicia, la Democracia, la Soberanía. Es en torno a estos valores de trascendencia que se organizan todas las ideas sobre el ejercicio del poder político en la modernidad y la posmodernidad.
Pues bien. Hecho este prolegómeno, vamos a la democracia. Si las sociedades cristianas se distinguían por ser autocráticas y teocráticas, y las sociedades laicas se basan en principios democráticos laicos (o tendientes a la democracia laica), queda la pregunta hecha por mi maestro ¿La democracia es una invención de dios o del diablo? Va mi respuesta, más organizada de como intenté respondérsela mientras bebíamos la segunda taza de café: la democracia es un invento de dios. Pero no del dios cristiano (YHWH, esa deidad de los moradores del desierto de Judea, que buscaba el “Ojo por ojo”, y que luego tuvo un error de continuidad narrativa cuando le cambiaron el nombre a Abba, quien promovía el “poner la otra mejilla”), sino que la democracia es invención de un dios pagano: para los griegos (padres de la democracia) muchas veces la representación popular de los Demos era sorteada al azar, en la confianza de que la diosa Tiqué obraría para el bien colectivo. Así también los romanos se encomendaban a la diosa Fortuna para guiar el ejercicio del poder durante la guerra y también durante la paz. No sólo ellos, también en el Imperio Mexica existía un órgano de gobierno cuasi democrático en el que los representantes de los estamentos sociales se reunían en colegio deliberativo, electivo y resolutivo, para ejercer el poder público: el Tlatocan, el lugar donde se habla, donde oficia el Tlatoani¸ gobernante y sumo sacerdote (el vocablo Tlatoa refiere al uso de la palabra); en este recinto, en el Tlatocan, los dignatarios deliberaban sobre el asunto colectivo, en “diálogo” de apariencia democrática con su deidad Huitzilopochtli.
Más o menos eso contesté: la democracia es un invento de dios, pero no del dios judeocristiano, sino de un dios pagano. Su respuesta me dejó sin réplica –Muchacho, el diablo es un dios pagano. Visto así, la democracia (la menos peor de nuestras formas de organización social) es un invento laico y colectivo que nos regaló el diablo para combatir la autocracia y la teocracia propias de la moral judeocristiana. Pero para admitir que la democracia tiene un origen diabólico, debemos circunscribirnos a la cosmogonía cristiana. Yo renuncio a esa visión. And I was ’round when Jesus Christ had his moment of doubt and pain… Made damn sure that Pilate washed his hands, and sealed his fate…
[email protected] | @_alan_santacruz | /alan.santacruz.9