El 29 de septiembre de 1707, una escuadra de veintiún buques, bajo el mando de sir Cloudesley Shovell, comandante en jefe de las flotas británicas, zarpó de Gibraltar hacia Portsmouth. Regresaban a casa después de haber cumplido una misión de guerra. El mal clima y la impericia de los navegantes para calcular la longitud, es decir la distancia entre un punto y un meridiano de referencia (actualmente el de Greenwich), provocaron confusión acerca de la ubicación de las naves. Cuando los errores fueron descubiertos, era demasiado tarde. Cuatro de las embarcaciones más grandes chocaron con algunas rocas. Cerca de dos mil hombres murieron ahogados.
Si bien el accidente no puede atribuirse exclusivamente a problemas para calcular la longitud, sí contribuyó en gran medida a que en 1714, el gobierno británico estableciera un comité exclusivo dedicado a la cuestión y ofreciera un premio económico a quien desarrollara un método confiable para determinar la longitud en el océano. La latitud había sido desentrañada desde hacía mucho tiempo dos estrellas de referencia, una al Norte y otra al Sur, eran suficientes para determinarla. Pero la longitud requería conocer la hora en dos puntos simultáneamente: el puerto del que zarpaban los barcos y el lugar en que se encontraban al momento de la medición. Y la relojería no había logrado avances suficientes para que tales cálculos fueran precisos, fáciles ni económicos.
Los barcos que cruzaban los océanos habían tenido que atenerse a rutas preestablecidas y bien conocidas, de manera que eran presa fácil de los piratas. Los costos, en dinero y en vidas humanas, de no contar con un método confiable para ubicarse en los océanos llevaron a que, desde 1598, gobiernos de todos los rincones de Europa ofrecieran premios a quien lograra adelantos significativos, científica y tecnológicamente. Felipe III de España incentivó a los investigadores con una bolsa de 6 mil ducados y una pensión vitalicia. Algo similar hicieron los holandeses poco tiempo después. No obstante, no fue sino hasta casi cien años después del establecimiento de una oficina especializada y la institución de premios de entre 10 mil y 20 mil libras (poco más de 65 millones de pesos actuales) en Inglaterra, que se consiguió el ansiado objetivo. Durante ese tiempo, muchos inventores, pensadores y científicos obtuvieron premios parciales (el más notable fue el relojero John Harrison).
En muchos estados de nuestro país ocurren robos de combustible por medio de la ordeña de ductos. El problema es ya incontenible en estados como Puebla, Guanajuato, Tamaulipas o Jalisco. De acuerdo con algunas estimaciones, actualmente las pérdidas económicas por este delito se acercan a los 20 mil millones de pesos anuales. Al simple y llano robo, se suman los costos por reparación de las tuberías, los incendios y explosiones, los daños a la ecología, el aumento de la violencia en las zonas afectadas, balaceras, vías para la corrupción y, por supuesto, pérdidas humanas. Cientos de operativos en todo el país no han logrado frenar decenas de asesinatos, cientos de tomas clandestinas, miles y miles de litros de combustible robado, millones de pesos que fluyen a la delincuencia organizada.
Nuestro país cuenta con ingenieros, investigadores y científicos de extraordinario nivel. No harían falta cien años para que uno de ellos, o un equipo de ellos, lograra desarrollar la tecnología necesaria para detectar de manera inmediata el lugar preciso en que alguien intenta perforar un ducto y bloquear el flujo mientras se despliega un operativo serio. Seguramente el diseño, prueba e instrumentación de mecanismos de detección, aviso y vigilancia no resultaría barato. Pero frente a la ridícula ordeña anual que padecemos, o el imperdonable gasto en publicidad oficial (de cerca de diez mil millones de pesos al año), quizá no sería mala idea ofrecer un premio monetario (y hasta la pensión vitalicia) a quien consiga actuar para frenar el robo de combustible desarrollando alta tecnología y no simplemente reaccionando como dicta la tradición, viendo a ver qué pasa, echando balazo y declarando lo de “las últimas consecuencias”, “estrategias integrales”, “coordinación entre niveles de gobierno”, etc.