El florecimiento de la mediocridad / Tres guineas - LJA Aguascalientes
23/11/2024

La mejor profesora que he tenido en mi vida académica se llama Concepción Company. Esta filóloga me cautivó desde la primera clase, cuando la escuché decir lo que me pareció su razón de ser y una declaración de principios: conocer la historia de la lengua nos ayudará a entender el ahora, esa es nuestra obligación: comprendernos y ser mejores que antes en todos los aspectos. Días antes había escuchado un rumor: la materia que impartía era muy difícil, mucho, y ella incorruptible y soberbia. Tenían razón. La clase me secaba el cerebro, tantos términos nuevos para mí, tanta teoría, tanto de todo. Nadie antes me había exigido como ella. Olvidaron mencionar en el rumor que es una mujer brillante y dueña de una sensibilidad que es todo, menos barata.

Es fascinante la forma en cómo interpretamos a partir de nuestras necesidades o conveniencias. A fuerza de repetirnos lo difícil que son nuestros quehaceres, ansiamos que eso ayude a no sentirnos tan mediocres o que se arraigue en nuestra mente la idea de lo imposible y así abandonar lo emprendido. Así era la interpretación que muchos hacían de Company. Era difícil entender que la profesora no pedía las perlas de la virgen y que su exigencia era la mejor forma de allanarnos el camino al conocimiento. Pero no. El poco rigor y esfuerzo de algunos estudiantes la habían vuelto con los años un mito colectivo de rigidez y dificultad. Escuché de muchos decir que preferían tomar el curso con otro profesor, uno barco, pasalón, menos quisquilloso, sin tanta presión.

Mucho tiempo después, esto lo sigo viendo en todos lados. La exigencia en nuestras labores, sean cual sean, en la escuela, en la casa, en el trabajo, con la gente, se va perdiendo para darle cabida a la mediocridad, a la procrastinación, al ahí se va, porque no nos importa el resultado final ni quedar satisfechos con lo que hacemos. Hemos perdido el gusto por sentirnos cómodos, seguros y profesionales. Ya no nos esforzamos ni empujamos al otro a ser mejores, pensar que ofendemos si decimos algo nos impide ser críticos (que nada tiene que ver con ser groseros).

La autocrítica es de una brutalidad escalofriante, dice Bartra. Veo en mí y en otros la falta de profesionalización en muchos aspectos. Llámense teoría o práctica.

Una tarde cualquiera quedé parada frente a un puesto de tunas. La señora pelaba la deliciosa fruta con una maestría tal que le permitía no usar guantes ante la cáscara llena de espinas. Era una profesional. A fuerza de haberlo repetido múltiples veces, sabía de dónde tomar el fruto, cómo hacer la incisión con el cuchillo para abrir el grueso estuche y despegarlo sin problemas del bondadoso néctar. Verla era una forma de alejarse de todo lo mundano. Tomó el fruto con la punta del cuchillo y me lo ofreció. No hubo desperdicio en su trabajo.

Por el contrario, en la galería de los teóricos se gusta del aplauso gratuito, del reconocimiento injustificado que da el amiguismo, aunque la obra sea una porquería. Nos ofendemos si no somos reconocidos, aún a sabiendas de que la disciplina no fue nuestro mejor compañero o que pudimos mejorar, pero lo dejamos para el último. Creemos tanto en nuestros dones, en la inteligencia, que encapsulados en la ley del menor esfuerzo perdemos el aliento si alguien nos señala con argumentos nuestra falta de disciplina, nuestro poco compromiso y peor aún si se atreve a decirnos los yerros.

La corrección política ha sustituido al diálogo, y con él a la crítica, ha dado pie al florecimiento de la mediocridad. A sacarnos todo de la manga. Al a ver cómo sale. A no querer ser profesionales, a no estar comprometidos con nada. La exigencia en los tiempos de la buena onda.

Un día, a mitad de la clase tocaron a la puerta unos alumnos que querían repartir panfletos para la marcha de #Yosoy132. Sin chistar, varios de mis compañeros les pidieron que se retiraran, que no interrumpieran la clase y les cerraron la puerta en la cara. Company terminó la lección, serena, dejó el plumón en la mesa y llamó a toda la clase mediocre: Por mediocres como ustedes es que ganó Peña Nieto; creen que el compromiso se reduce a estas paredes, a alardear, cuando allá afuera nada es como aquí; la gente padece hambre y sufre injusticias porque personas como ustedes no se comprometen con nada, ni con su país. Herederos del universo, mimados, todos callamos en nuestra banca porque en el fondo, muy en el fondo de la autocrítica sabíamos que era cierto.

¿Dónde están las pulsiones que nos demandan hacer de nuestro mundo uno mejor a través de la exigencia? Por qué no habríamos de exigirles a las personas en el trabajo, en la escuela, en lo cotidiano ser profesionales en todo, hasta en la amistad o en el amor. ¿Qué hubiera pasado si los rescatistas de los sismos hubieran sido unos mediocres? De hacerlo mal y al aventón, la señora me hubiera espinado con esa tuna. Estoy segura que ser severos y no permitir medias tintas ayudaría a combatir la corrupción. Tratar de dejar atrás la mediocridad vanidosa y arrogante debería ser un estandarte en nuestra forma de vida. Si nos diéramos un espacio para la autocrítica tal vez observaríamos que estamos en un sopor muy cercano a los linderos del conformismo, que nos celebramos la falta de producción y acción entre los amigos, que sin esfuerzo nos repetimos las ideas simplonas, esos lugares comunes de los que no se salva nadie, ni yo.


Digo que es fascinante la forma en que interpretamos al otro a partir de nuestras necesidades o conveniencias porque preferimos señalar como un ser sin corazón a quien nos pide la excelencia, antes que pensar qué es lo que nosotros hacemos o dejamos de hacer. Al final nos quedaremos con lo que ayude a sentirnos menos mediocres.

De Company aprendí mucho, no solo de su materia. Atesoro la limpieza y honestidad de sus palabras al decirme que mi esfuerzo no sería suficiente si no me ponía las pilas y daba el plus: ¿Tú crees que lo que sé es porque soy inteligente? No, lo aprendí gracias a mis nalgas. Ellas soportaron las horas infinitas que pasé sentada frente a los libros, analizando, estudiando, equivocándome. No te paras del asiento hasta que lo tengas claro y estés segura de ti. La tenacidad es lo único que da la excelencia y nos hace mejores. Ve a sentarte.

Vamos a sentarnos.

@negramagallanes


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Tania Magallanes

Jefa de Redacción de LJA. Arma su columna Tres guineas. Fervorosa de lo mundano. Feminista.

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1 thought on “El florecimiento de la mediocridad / Tres guineas

  1. Excelente artículo Tania. Muchas gracias por tu aportación de hoy.
    Todos debemos espabilarnos y actuar, no cejar en nuestro empeño constante por ser mejores y agentes del cambio.
    Que no nos venza la entropía ni la kakonomía.
    ¡Änimo! Todo puede ser siempre mejor, pero hay que actuar.

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