Es difícil poder hacer una lista de esas obras monumentales, verdaderos colosos de la música universal, que han impactado y han tenido la capacidad de modificar el curso de la historia de la música, de esas obras que son indispensables en el desarrollo que ha ido tomando el discurso musical y su influencia es tan grande que resultaría imposible entender la música sin sus incuestionables aportaciones.
Aunque no es el objetivo del presente banquete hacer una lista de esas obras -posiblemente sea el ingrediente para un banquete posterior- me permitiré citar algunas de esas colosales obras maestras de la gran música de concierto, aunque sólo sea por diversión, o al menos que sirva como antecedente del punto al que me quiero ocupar en esta ocasión.
La Sinfonía Novena de Beethoven, herencia espiritual de la humanidad, himno de la Unión Europea, en fin. La Sinfonía No. 5 de Tchaikovsky, la Sinfonía Fantástica de Berlioz, La consagración de la primavera de Stravinsky, no sé, podríamos citar algunas más, los últimos seis cuartetos para cuerda de Beethoven y de este mismo compositor la monumental Missa Solemnis, o las dos Pasiones de Bach sobre los evangelios de San Juan y San Mateo, y así podríamos continuar la lista, dentro de la cual no puede faltar, por supuesto, la impresionante Sinfonía No.8 en mi bemol mayor conocida como la Sinfonía de los Mil y que fue compuesta por Gustav Mahler en 1906. La quiero recordar en esta ocasión por la cercanía que tenemos de la fecha de estreno, el 12 de septiembre de 1910, es decir, hace 107 años.
Creo que resulta ocioso señalar que es una de mis obras favoritas, como de hecho lo es toda la obra del atormentado Mahler, soy un verdadero apasionado de la música de este tres veces apátrida, como él mismo solía auto nombrarse: “Soy tres veces apátrida, bohemio entre los austriacos, austriaco entre los alemanes, judío en el mundo entero, siempre un intruso, nunca bienvenido”. No sé qué extraña fascinación despierta en mí la música de este gigante del sinfonismo universal, no sé qué hay en su música que me atrapa con facilidad, pero finalmente, ¿qué objetivo tiene preguntarse todo esto?, lo único que me queda perfectamente claro es que no puedo escuchar una sola obra de este compositor sin conmoverme o sin sentirme motivado o inspirado o triste o sublimarme ante cualquier adversidad, o sentir que con el poder de la música todo es posible, o simplemente extasiarme con la inconmensurable belleza de su música, que ya es mucho decir, porque la buena música tiene la capacidad de sacar lo mejor de nosotros y hacernos mejores personas. Todo esto es parte del encanto que me transmite Mahler a través de su lenguaje musical.
Pues bien, su Sinfonía No.8 en mi bemol mayor se estrenó, como ya lo comenté líneas arriba, el 12 de septiembre de 1910 en el Neue Musik Festhalle de la ciudad de Múnich en un concierto organizado por Emil Gutmann, un empresario quien fue el acuñó el término de Sinfonía de los mil, nombre con el que, por cierto, Mahler nunca estuvo de acuerdo y que hace referencia a la cantidad de músicos convocados para el estreno de esta monumental sinfonía.
Para el estreno de la obra en ese recinto, el Neue Musik Festhalle de la ciudad de Múnich, Alemania, en donde, por cierto, se vendieron todas las entradas, 3200 para ser preciso, asistieron algunas de las grandes luminarias del arte de ese tiempo, entre ellas, Richard Strauss, Camille Saint-Saëns, Anton Webern, escritores como Thomas Mann y Arthur Schnitzler o personalidades como Max Reinhardt, posiblemente el director de teatro más importante del momento, además de la presencia del director de orquesta Leopold Stokowski que seis años después se encargaría de dirigir el estreno de la obra en los Estados Unidos con la célebre Orquesta de Filadelfia.
Los requerimientos para la interpretación solicitados por el compositor sobrepasan por mucho los estándares hasta entonces considerados como normales y que definitivamente no distan mucho de lo que actualmente seguimos entendiendo por normalidad. Malher pide, además de una gran orquesta, dos coros, de los llamados SATB, es decir, sopranos, contraltos, tenores y barítonos, un coro de niños, ocho solistas: tres sopranos, dos contraltos, tenor, bajo y barítono.
Las exigencias propias de la obra hacen que no sea programada con mucha frecuencia en las salas de concierto de todo el mundo, por ejemplo, el estreno en Colombia de esta obra tuvo lugar hace realmente muy poco tiempo, el 15 de octubre de 2011, es decir, 100 años después de su estreno con la Orquesta Filarmónica de Bogotá y la dirección de Enrique Arturo Diemecke. Aquí en nuestra ciudad debemos sentirnos contentos y hasta orgullosos que este coloso del sinfonismo universal se haya ejecutado con la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes bajo la batuta del maestro Enrique Barrios, esta orquesta, por cierto, ya interpretó todo el corpus sinfónico de Mahler. Hasta ese momento, si no me falla la memoria en abril del 2004 que fue la fecha de la presentación aquí de la Sinfonía de los Mil en esta ciudad, en México sólo se había ejecutado en tres ocasiones, dos veces con la Sinfónica Nacional, tengo entendido que en una ocasión dirigida por el maestro Luis Herrera de la Fuente y otra por el maestro Eduardo Mata, otra con la Sinfónica de Xalapa y la cuarta ocasión fue con la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes, hasta el día de hoy no estoy ya seguro de cuántas veces se ha interpretado esta catedral sinfónica.
Con el pretexto del aniversario 107 de su estreno, hoy hemos querido recordar esta obra en la que Mahler plantea un nuevo universo sinfónico.