Cuando cursaba el segundo año de secundaria en el primer lustro del siglo XXI, Aguascalientes aún se enfrentaba a un periodo de adaptación ante un nuevo escenario que presentaba un mayor acceso a computadoras, Internet, así como un lento abaratamiento de los precios de teléfonos celulares. Como un lugar altamente endogámico, todavía se rehusaba a la globalización en ciernes y a la diversidad de ideas que se presentaron con la inmigración, principalmente de personas de la Ciudad de México tras el sismo del 85 y la llegada del Inegi. Era entonces -y sigue siendo- comprensible la resistencia a la serie de transformaciones que se vaticinaban, como en lo referente a la sexualidad, pues a duras penas se reducía la discusión pública del tema a la planificación familiar, a la visión esencialista biológica a partir de preceptos eclesiásticos.
Un día al término de la última clase me dirigí a los baños y, aunque sólo quería orinar, me dirigí a los cubículos para únicamente tener un poco de privacidad, pues además del -llamado- pudor que había aprendido a asumir, prefería evitar las charlas morbosas, míticas y juegos homoeróticos de otros púberes. Al terminar y quitar el cerrojo a la puerta me topé frente a mí a uno de los prefectos, un personaje para los estudiantes pues solía reportar a cuantos observaba cometiendo la más mínima infracción. Me preguntó qué estaba haciendo y sólo le dije con miedo, sin comprender su presencia en los sanitarios, que había hecho del baño. Le voy a levantar un reporte, dijo, y hasta creo que con un poco de dicha en su voz.
No entendía la razón de la aparente falla a alguna regla de la escuela, por lo que atemorizado pregunté qué había hecho. Hacer pipí de pie, algo así dijo. Fue así que me sentí más avergonzado por no haberme atrevido a exponer mi pene miccionando en los mingitorios pero de alguna forma traté de explicar la incomodidad de hacerlo fuera de los cubículos que ofrecían un poco de privacidad. Después el prefecto intentó musitar algo que, creía, era para reprocharme la posibilidad de mojar la taza, pero no, todo se trataba de una serie de frases que hablan sobre el orinar de pie como un tipo de acto de defensa de la masculinidad y un conjunto de burlas para dejar claro que, para él, sólo se podía ingresar a un cubículo sanitario para defecar si se era hombre. Me sentía culpable, abochornado y pensaba que aparecería en algún tipo de bitácora siendo señalado como un adolescente que había entrado a orinar “como niña”. Lloraba y prometía no volver a ingresar a los baños. Aún más ufano, se retiró ese trabajador de la secundaria acostumbrado a lidiar con otros estudiantes más reaccionarios, quien ahora había encontrado a un objeto de mayor divertimento.
Después de años traté de estructurar y comprender lo que había ocurrido en aquella ocasión. Al inicio, pensé que en realidad sólo estaba molesto por la posibilidad de haber salpicado el retrete, pero poco a poco observé con mayor claridad lo acontecido y se trataba de un episodio donde confluía el reflejo de las características psicosociales del entorno; la omisión de los integrantes de la comunidad educativa como seres sexuados, a pesar de que su principal población eran justamente púberes y adolescentes cuyo proceso de adaptación biológico, psicológico y social está estrechamente relacionado con la sexualidad; la incapacidad de un sector educativo en tensión entre lo local y la consolidación de lo global; así como la necesidad de que la escuela asumiera su papel como agente institucional.
Si bien “las expresiones de la sexualidad no pasan inadvertidas y forman parte de los intercambios más notorios de la vida escolar”, también es necesario reconocer el contexto en el cual se encuentra circunscrita la sociedad. Por ejemplo, la sexualidad como tema de una agenda pública en Latinoamérica se presentó hace no más de 60 años, con la planificación familiar como un elemento de desarrollo económico, dejando de lado los anteriores movimientos entorno a la eugenesia que se fortalecieron durante la época de la segunda Guerra Mundial. Sin embargo, es menester reflexionar sobre los retos y asignaturas pendientes para las escuelas, principalmente de educación básica, frente a un escenario donde se ha expuesto la urgencia de implementar acciones contundentes que posibiliten el conocimiento y promoción de los Derechos Sexuales y Reproductivos de Niños, Niñas y Adolescentes, como lo ha manifestado en diferentes ocasiones la ONU desde hace más de una década.
Siguiendo con la hipótesis de Deborah Britzman: “la ignorancia no es neutra, sino un efecto de un determinado conocimiento”, por lo que es necesario ampliar la perspectiva sobre la sexualidad en las escuelas. Desde una perspectiva holística, crítica e intelectualmente honesta se debe aceptar la existencia de un rezago del sector educativo mexicano en torno a una pedagogía sobre la sexualidad, así como el histórico devenir de una sociedad con estructuras sociales y características culturales particulares, como la fuerza del poder eclesiástico, el nacionalismo como utopía incumplida y por supuesto, la visión particular sobre las problemáticas de cuestiones de género; por lo que el desarrollo de sucesos como el que relaté con anterioridad son comprensibles, aunque no por ello aceptables, pues más allá de los objetivos y el avance de las instituciones en lo social, las escuelas se siguen conformando por individuos circunscritos en una compleja urdimbre de condicionamientos y estructuras, como se ha señalado desde una perspectiva pedagógica: las escuelas son organizaciones generizadas con patrones preexistentes y replicados por sus integrantes, pero a la vez son generizantes, las cuales se instituyen y representan no sólo una oportunidad de crecimiento, también un compromiso como agentes institucionales.
Se ha reconocido la urgencia de transversalizar la perspectiva de género en las instituciones que conforman a los Estados, por lo que es importante poner especial atención en las propuestas para abonar a dicho objetivo, no sólo en lo que respecta al currículum oficial, también en los diferentes aspectos que conforman los regímenes de género, como las relaciones de poder, la división del trabajo, los patrones emocionales y el simbolismo, éste último quizá el más resistente a la transformación, como los códigos de comportamiento, lenguaje y vestuario; y para implementar acciones de transformación es necesario analizar los fenómenos que se presentan para su correcta intervención.
Por ejemplo, el prefecto actuó en su papel de regulador de conductas al interior de la secundaria, con base en su perspectiva y a causa de funciones institucionales no manifiestas por la escuela, dejando en claro la imperante diferencia entre lo femenino y masculino que parecía ser atentada por el hecho de ingresar al cubículo de un servicio sanitario para orinar siendo un hombre, en vez de exponer el pene en el mingitorio, lo cual me exponía como un disidente de la masculinidad. Partiendo de esta idea, el sujeto observaba una acción de subversión a la virilidad, es decir, un tipo de acto homosexual. Es así que se presenta la necesidad de generar propuestas metodológicas y pedagógicas desde la perspectiva feminista, pero también desde otros puntos particulares de análisis, como las masculinidades y el combate a la homofobia.
A través de diferentes investigaciones se ha identificado que la convivencia con la disidencia sexual en entornos que promuevan la diversidad y el respeto mutuo impulsa actitudes más favorables por parte de los heterosexuales; por lo que representa una gran oportunidad el desarrollo e implementación de experiencias artificiales de convivencia en las escuelas, como la metodología de casos de aprendizaje para la educación sexual, a partir de la cual el Programa de Aprendizaje en Sexualidad, Afectividad y Género (Pasage) de la Universidad de Chile ha desarrollado una serie de materiales didácticos para presentar a los estudiantes problemáticas y dilemas en torno a la sexualidad, brindando la oportunidad a los estudiantes de plantear toma de decisiones, mostrando los posibles resultados e impulsando la reflexión y la empatía, por lo que se fortalece el compromiso social de las escuelas, promoviendo el autoconocimiento y autonomía de las personas en formación.
Aguascalientes se ha caracterizado por consolidarse como un enclave, con una alta resistencia a los avances de su entorno nacional e internacional, pero también es trascendente buscar, reconocer e impulsar las propuestas generadas desde su interior, por personas quienes, desde su entorno, buscan alternativas de desarrollo en beneficio de la sociedad; y por otra parte, también es necesario una visión integral que nos permita cuestionar, analizar y proponer. Somos sociedad, con todos sus claroscuros, procesos históricos, psicológicos, sociales, políticos y culturales, pero también con la oportunidad de impulsar una transformación benéfica desde lo individual y colectivo.
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