Para hablar con él no requerimos solemnidades, formalidades o palabrería rebuscada, porque gusta de la sencillez y prefiere los hechos; declaró a Heriberto Bonilla Barrón, el periodista Fernando Lozano en una entrevista para Fuerza Aguascalientes.
A hablar con Dios, partió Fernando Lozano el pasado domingo 10 de septiembre. “Pedro Fernando Lozano Galindo, que era su nombre completo, fue un auténtico periodista desde los pies hasta la cabeza, un hombre que vivía y sentía la noticia, quien dedicó su vida a ejercer la profesión más bonita del mundo: el periodismo”; esto escribió, Mario Mora Legaspi.
El pasado domingo 10 de septiembre, a los sesenta y un años de edad, vimos partir de Agüitas a Fernando. Imposible permanecer ajenos a la noticia que corrió por medios electrónicos y llamadas personales. Había partido el periodista del traje impecable, el de la alta y delgada figura siempre presente en las ruedas de prensa, donde destacaba entre la veintena de jóvenes reporteros. Se retiraba con discreción, en el último día de la semana, quien fuera el primero en acudir a fundar, con otros, el diario Hidrocálido.
Al ver a Fernando Lozano Galindo, uno no adivinaría la profesión de periodista, su aspecto era más bien el de esos altos funcionarios o encumbrados políticos que entrevistaba; o quizá, por el traje impecablemente planchado y el aspecto siempre pulcro, en un litigante como los que andaban antaño por los pasillos de Palacio de Justicia. Es que Fernando le tenía respeto a la profesión, le tenía respeto a la noticia, le tenía respeto al público.
Fernando traía el periodismo en la sangre: era su herencia; así que día con día se vestía el de formalidad y elegancia, como quien acude a una ceremonia, para ir en busca de todo aquello que debiéramos conocer los hidrocálidos. Quiero pensar que se vestía lentamente, de manera ceremoniosa y atenta, para no dejar detalle al descuido; tanto como no descuidaría la mente aguda, que permitiera transmitir al informado los detalles más significativos.
No era Fernando un parlanchín desbocado. No era, como muchos jóvenes informadores, un fantoche del oficio. No tenía esa avidez por llenar nuestras provincianas y unas tanto ingenuas mentes de minucias morbosas. Nunca lo escuché presumir de íntima amistad con los personajes prominentes o famosos del país. Era el reportero elegante sí, pero su presencia era la más modesta. Puedo decir que, si la figura de Fernando no hubiese sido tan alta, habría pasado desapercibido.
Duele hablar de Fernando Lozano en pasado. Duele saber que no estará más en el mundo de la noticia: su mundo. Pero también era su mundo, y los más no lo sabíamos, el de Dios.
Gracias al querido Heriberto Bonilla, sabemos que Fernando vivía con Dios en la tierra, o, en sentido contrario vivía en la tierra de Dios.
Pienso en Fernando Lozano como un hombre con doble nacionalidad: nacional del mundo, particularmente de Agüitas y nacional del reino espiritual. Por ello creo que aun cuando en la tierra, no veremos más su alta figura, en el más allá se despertó un lunes 11 de septiembre, sin darse cuenta de su inmaterialidad, y comenzó a vestirse lenta y protocolariamente de impecable traje, para hacer como cada día honor a la profesión.
Creo que salió de casa para acudir a la primer rueda de prensa, para caer en cuenta justo en ese momento, que los grandes amigos como Marco Oliva (te extrañamos, amigo) reporteaban también el celestial momento.
Fernando Lozano Galindo, apenas debió inmutarse al percibir que ya era reportero en otro espacio y en otro tiempo. Tomó nota puntual de las declaraciones ahí expuestas. Terminó a que la celestial rueda de prensa llegara a su fin y esperó para solicitar una entrevista individual. Había llegado el momento esperado; se arregló el saco azul claro y caminó con serenidad, para realizar la entrevista cúspide: había llegado el momento de entrevistar a Dios.
Le dejo a Usted, querida lectora, apreciable lector, con las palabras dichas a Heriberto Bonilla, por el propio Fernando: cuando hablo con Dios lo hago conmigo mismo pero también con y por mis hermanos. Percibo que él me oye y me responde, cuando lo considera conveniente, he aprendido a respetar su silencio, como él acepta el mío, porque para eso me dio libre albedrío. Presiento que Dios se siente bien oyendo a la gente como yo, que quiere compartir sus sueños, pero que no es fácil que los demás entiendan que un soñador hable en silencio y que alguien pueda oírle y responderle sin palabras.
Creo que ese Dios que tanto amó Fernando Lozano Galindo, ya tiene junto a él a otro soñador, para hablar en silencio y responderle sin palabras.