Lección de amor a la patria, imagen de bandera sobre ruinas da fortaleza a mexicanos, símbolo de unión tras temblor en México… Todo eso y más acompaña el video de un oaxaqueño que tras el sismo de 8.2 del jueves, en Juchitán, dejó en ruinas el Palacio Municipal. Algunos medios lo califican como héroe anónimo, pues mientras otros se dedicaban a recorrer los escombros, ese hombre rescató una bandera nacional de entre las piedras, la sacudió, improvisó un asta y con parsimonia ceremoniosa levantó el estandarte para colocarlo encima de los escombros; con el pretexto de “a través de redes se viralizó”, medios de comunicación y plataformas informativas difunden las imágenes con el propósito de atraer la atención de los lectores, ganar seguidores, aumentar sus números, entretener más que informar, nada más cautivante que la construcción de un símbolo en la adversidad.
Profecía autocumplida, la imagen se viraliza porque se presenta como una imagen que ya se difunde masivamente, se vende como noticia sin importar que no se cumpla con los requisitos para divulgar un hecho como tal, ¿quién es ese hombre que recoge la bandera y la coloca sobre el escombro?, no importa, tampoco interesa a quienes se apropian del video o la foto cómo ocurrió, ni saber dónde o las circunstancias de la acción, lo que vale es la impresión que deja: una invitación a colmarse de fervor patrio por la fortaleza de todos nosotros ante la emergencia, porque aún en las peores condiciones a ese nosotros lo distingue su entrañable amor por la patria.
La bandera rescatada sobre las ruinas tiene múltiples lecturas, la más evidente, es que eso somos: escombro coronado por un estandarte, un esfuerzo individual que corona unas ruinas, un desastre sin rostros ni voces que se intenta dignificar plantándole el mito de la unidad nacional; igual de útil que la hazaña que se le atribuye a Juan Escutia, ese niño héroe que sin ser cadete del Colegio Militar, ante la toma del castillo de Chapultepec por el ejército de los Estados Unidos, decide envolverse en la bandera y arrojarse con el propósito de que no cayera en manos del enemigo. Al pie del cerro falleció en combate casi todo el Batallón de San Blas (sobrevivieron 20 de 400), pero lo que nos enseñan en la escuela es a recordar a seis cadetes que se negaron a obedecer la instrucción de rendirse. La batalla se perdió, hoy existen billetes, monumentos y hasta placas conmemorativas de los lugares donde fallecieron esos muchachos, una incluso señala el sitio exacto donde supuestamente cayeron Juan Escutia y la bandera, esa con la que se envolvió para resguardarla, está al pie del cerro, sitio por el que pasó el ejército invasor, que fácilmente pudo haber capturado el lábaro que tanto se protegió.
Explicar así por qué aparecen esos rostros en los antiguos billetes de cinco mil pesos o las monedas de 50 es de gente que no tiene corazón, lo sé, de esos a que no conmueve los falsos sacrificios y exigen la verificación de los datos, si a eso se suma la imagen de la bandera nacional sobre las ruinas del Palacio Municipal de Juchitán, peor, qué afán de disminuir los atributos míticos de esa escena que sirve para construir la identidad del Nosotros ante la desgracia.
No me disculpo, me apropio, una vez más, de los versos iniciales de Alta traición de José Emilio Pacheco: “No amo a mi patria. / Su fulgor abstracto / es inasible”, porque creo que el uso de la imagen de la bandera sobre el escombro juchiteco, la virilización patriotera de la escena funciona como un distractor que sirve para atribuirnos características que no vienen acompañadas de hechos, propagar la imagen no nos hace más solidarios, ni fuertes, no despierta empatía alguna con los muertos y tampoco implica unidad alguna ante la desgracia. Me queda claro lo necesario que es la construcción de un signo que otorgue coherencia a la sensación de desamparo ante la devastación, cuánto sirve contar con algo a qué aferrarse tras el desconcierto que deja el desastre natural, pero llenar de ese símbolo endeble lo que debiera ser el Nosotros necesario para estos momentos, justifica la inacción posterior a la desgracia. A la difusión de la imagen no le siguen manos para levantar esas piedras, presencia para levantar los muros, ayuda a través de los centros de acopio.
Con el tiempo se ha engrosado y afinado la definición de lo que es periodismo, a la función de relatar acontecimientos, informar sobre hechos y discernir la verdad fáctica, se le agregó la obligatoriedad de “entretener”, ante la necesidad de los medios y plataformas de comunicación de ganar audiencia, la tarea de formar públicos se ha dejado de lado, ahora lo importante es generar contenidos que permitan compartir a la mayor velocidad, la verificación de los hechos es un estorbo para quien busca la frase acertada, el mensaje conmovedor, la búsqueda de las múltiples capas que componen un hecho es vista como un obstáculo, ¿para qué profundizar si es sólo un gif, un meme, una infografía?
Una de las acepciones de entretener implica hacer perder el tiempo de una persona ocupando su atención e impidiendo la realización o continuación de una acción; así funcionan ahora las “noticias”, se despoja al discurso de profundidad, se vuelve innecesaria la verificación y el contexto, con el fin de entregar un producto que sea fácil de difundir, se omite ofrecer un espacio para el diálogo, se prescinde de la exhaustividad, y apelando a las emociones, se impone la mentira: una imagen dice más que mil palabras; no, jamás, al menos para el periodismo.
No hay ofensa en estas líneas, sólo desconcierto, no me mueve el infierno tan temido de ser considerado un apátrida, un desarraigado, alguien sin sentimientos, prefiero señalar la confusión que me provocan los medios que olvidan, con malicia, que el periodismo es una práctica cultural con una función social bien definida, que debe proporcionar al ciudadano la información que requiere para ser libre y capaz de gobernarse a sí mismo.
Coda. A los “ciudadanos” agraviados por señalar la difusión facilona de la bandera sobre los escombros juchitecos, ni se pongan el saco, la imagen se me perdió entre su petición de oraciones para el pueblo mexicano, que los implantes de Gomita no sufrieron por el temblor en la Ciudad de México, la conspiración extraterrestre de las luces en el cielo durante el sismo, la subasta en un millón de pesos del vestido de la Bruja del 71, la relevante polémica sobre el reguetón entre Aleks Syntek y los simios, o la sesuda disertación de la señorita nunca seré licenciada Aguirre sobre cómo acabar con los pobres de una vez por todas. ¿Algo sobre La Estafa Maestra?, ¿no?, que les aproveche.
@aldan
Acertada tu disertación sobre periodismo y distractores.