De pronto las noches se volvieron frescas, el otoño ha llegado para quedarse, todo parece indicar que los días de lluvia y las tardes grises se presentarán cada vez menos; la nostalgia y las horas en el balcón se harán acompañar de esa suave brisa que te despeina. La estampa frecuente ahora será la luna brillante y las estrellas por montones.
El viento sopla fresco desde el norte, en poco tiempo las hojas de los árboles formarán un manto que crujirá con el andar de las personas, las primeras golondrinas volarán elegantes trayendo consigo la ineludible nostalgia que sólo ellas pueden representar.
En otoño las noches se vuelven más claras y las mañanas frías. Los atardeceres hermosos, parecieran pintados con acuarela en tonos de fuego y misticismo que se van consumiendo de a poco, pasan lentamente en los últimos segundos de luz para poder contemplarlos un instante más.
El cielo rojizo remplaza al azul cobalto despidiéndolo hasta un nuevo día y dando la bienvenida al negro infinito de la noche de octubre, donde espero ver una de esas tantas lunas que tanto se presumen. Es en este preciso momento en el que tomo un instante para, con una copa de vino oír la canción adecuada, olvidarme del día ajetreado y dejarme llevar.
Suena bajito esa canción, ya no tan de moda, pero siempre tan de buen gusto: “Cruzaré los montes, los ríos, los valles por irte a encontrar, salvaría tormentas, ciclones, dragones, sin exagerar, por poder mirarme en tus ojos bonitos y vivir la gloria de estar a tu lado…”. La vida acelerada se marcha a descansar y a la vez despierta en cada rincón. Yo mientras tanto doy otro sorbo al tinto y me asomo a contemplar mi ventana.
Pienso en cada día, particularmente en éste, y en los momentos mágicos que suceden a nuestro alrededor, los “buenos días” de la gente que te encuentras, los que te los dicen de corazón, el aroma del café en la mañana para empezar el trabajo, las cosas que leer, los documentos por firmar, los amigos que saludar, las historias que hay que escuchar, las estrategias que hay que trazar, la sonrisa sincera, así como el agradecimiento de corazón que obtienes por una siempre buena compañía. Aprender de los reclamos cuando son justos y cuando no, también. Es parte de la vida, son las pinceladas que le dan color. Pues, al final, la vida no se cuenta en años, meses o días; la verdadera vida, como alguien dijo, es la unión de los pequeños instantes de felicidad; ésos que tanto anhelamos cuando no los tenemos y que disfrutamos cuando formamos parte de ellos.
Coincido con lo que escribió un amigo en su muro: “El mismo Dios, señor, no se propone juzgar al hombre hasta el fin de sus días”. Entonces, ¿por qué hemos de juzgarlo usted o yo? Una regla importante: no critique, no condene, ni se queje. (Nada más acertado). La vida es tan simple o tan complicada como cada quién la queramos hacer, no existe mayor batalla que la que libramos con nosotros mismos.
“Por asegurar la sonrisa de tu alma, buscando equidad yo podría empeñar lo más caro que tengo, que es mi libertad y sería un honor, ay amor, ser tu esclavo, sería tu juguete por mi voluntad y si un día glorioso en tus brazos acabo, qué felicidad…”.
Tarareo la canción, como creo que lo hacen todos cuando se identifican con la letra y la hacen parte de sí. Pruebo otra vez el merlot y lo dejo un rato en la boca, sigo el compás de la melodía y me doy cuenta de que hace un poco más de frío.
El otoño trae consigo, dispersos entre la lluvia de estrellas, innumerables sueños que serán para quienes, a estas horas, ya están dormidos, la luz de la luna parece guiarlos a su destino, los acompaña ayudándoles a descender suavemente. Algunos los encontrarán en la mañana siguiente en cuanto abran los ojos y por suerte podrán vivirlos; habrá quienes recuerden haberlos visto y saldrán a luchar por ellos, otros mirarán el cielo en una noche como ésta y verán cómo sus sueños se alejan, lentamente, hacia lugares desconocidos.
Doy el último sorbo a la copa, una gota se desliza graciosa hasta tocar mi lengua. Esa última supo mejor que las anteriores. “Es terrible percibir que te vas y no sabes el dolor que has dejado justo en mí. Te has llevado la ilusión de que un día tú serás solamente para mí, oh para mí…”. Esa canción me gusta, terminaré de escucharla y con eso se acaba el día.
Resulta necesario para todos darse un tiempo. Pensar en algo diferente al ruido que llena nuestra vida, contemplar la luna, dejarse bañar por su luz, contar las estrellas y detenerse cuando encuentras a la más brillante, ponle un nombre y espera encontrarla en la noche siguiente. Hay cientos de razones para abrir la ventana, salir al balcón, mirar al cielo y siempre seguir avanzando. Hay días en que habremos de cumplir nuestros sueños y noches enteras para construir unos nuevos. ¿De quién este cielo es, de quién? Aire soy y al aire… el viento no.
Búscame en Facebook: Vicente Pérez Almanza