A la nata del PAN le gana el bochornoso espectáculo. Se exhiben en el coloso de las trompadas. La ropa blanca se hizo para lavarse en la azotea y ante el respetable, ávido de memorables pleitos y gloriosos combates callejeros, donde afloran los cabezazos, los golpes a la barbilla, los letales golpes a la zona hepática y las tendenciosas descalificaciones al contrincante.
El viejo régimen, a fuerza de tanto periodicazo en la cabeza, los entrenó para mostrar la dentadura, para aullar sonoramente, para resistir, para oponerse entre ellos mismos con el rigor que lo hacen con los contrarios.
Así son desde siempre y por siempre. Los desencuentros forman parte de su historia. El lance entre el presidente Felipe Calderón y el senador Javier Corral es otra pelea, una más, donde lo único que faltó fue la presencia del controvertido promotor estadounidense Don King y el majestuoso escenario del MGM en Las Vegas, Nevada.
Recordemos al entonces gobernador Luis Armando Reynoso Femat llevando tan feliz matrimonio –muy parecido, por su armonía, al de Ludovico y Federica P. Luche– con los directivos, caciques, legisladores locales y federales panistas, que mereció la tarjeta roja mostrada por ese colectivo.
Acostumbrados a las victorias, desde hace 12 años, en elecciones presidenciales, estatales y municipales, el fracaso los manda a las insanas cañerías del rencor. La pérdida del poder los altera. Perturbados, deciden escribir con tinta azul la versión moderna de Caín contra Abel, de Abel contra Caín.
Como si estuvieran encerrados en el Big Brother apuñalan al compañero. Buscan quién se las pague, no quién se las cobre. Sin rubor expresan sus motivos en el confesionario público. Arropaban el ataque político, al fin, animales políticos: “no es nada personal”. Las pruebas son lo de menos, cuando señalan traiciones y lealtades pactadas pero no cumplidas.
Los capítulos de pleitos de familia son tan viejos como la Tierra misma, sólo cambian personajes y escenarios. Recordemos aquel bochornoso espectáculo de agosto de 2007, cuando Rubén Camarillo Ortega (hoy diputado federal) organizó la conferencia de prensa para pedir la cabeza del gobernador LARF, pero nunca contempló la presencia de la coordinadora de Comunicación Social del Gobierno estatal, la panista Carolina Rincón Silva, que enfundada en el sagrado manto de la igualdad de géneros, salió del castillo mayor a fin de encarar al entonces senador panista que prefirió imaginar algún serio peligro para justificar la grotesca escabullida en su lujoso automóvil: vociferó, huyó y no lo pescaron, diría la clásica nota policíaca.
Como bien orientara Jean Paul Sartre: “A los verdugos se les reconoce siempre. Tienen cara de miedo”. Y sí, esa expresión delataba a Camarillo Ortega aquella tempranera mañana de lunes cuando entró a La Mestiza, el aguascalentense restaurante.
Los albicelestes son felices en la discrepancia, el pleito y la incongruencia.
Porque alguien tiene que escribirlo: A Liébano Saenz le conozco desde hace décadas. Los dos estábamos en los mandos medios de burocracia federal cuando nos conocimos. Trabamos buena amistad. La cultivamos en esporádicas comidas con mutuos cuates. Aún conservo en mis archivos las cartas manuscritas que me envió para agradecer afectuosamente mi ofrecimiento en un lance que finalmente decidió mantener en la congeladora. Tiempos aquellos del presidente Salinas.
El tiempo corrió y su ascenso al poder también. Todavía en las campañas de los candidatos Colosio y Zedillo mantuve algún contacto con él. Después fue secretario particular del presidente de México durante seis años, y como suele ocurrir siempre en la política (donde las clases sociales todavía existen), la comunicación se interrumpió y la relación se extravió.
Conociéndome, opté por recordar que “soy como los jarritos de Tlaquepaque, sentido y corriente”: no le pedí, tampoco ofreció algo, evitamos posibles situaciones incómodas, pues.
Él siguió dándoles de comer a las ardillitas de Los Pinos y yo me mantuve al lado del presidente del INEGI, en calidad de coordinador de Comunicación Social. A raíz del nombramiento presidencial, Carlos M. Jarque me invitó generosamente a acompañarlo a la Sedesol, pero decliné por razones familiares.
Hace días recibí de LS atento correo para ilustrarme sobre el artículo que escribió el periodista y dilecto amigo Pablo Hiriart, citado en mi anterior entrega.
Al fin profesional de estos menesteres, le di puntual seguimiento al tema desde el mismísimo epicentro de la información: LS nunca desmintió, jamás envió rectificación alguna al diario, sólo se limitó a llamarle a PH, pero cuando el director de La Razón le pidió que le mandara una carta para hacer las aclaraciones respectivas, le dijo que mejor allí la dejaban.
Me comprometí a publicar los comentarios y a ser más cuidadoso en la reproducción de textos ajenos, incluidos los de la sagrada Biblia. Honraré mi palabra tan pronto LS envíe sus comentarios a la fuente original de la información, el periódico defeño, para estar en posibilidad de publicar, también, la dúplica de PH.
Mismo asunto, dos reacciones distintas de mi estimado amigo LS. Ni hablar.
Coda. Agradezco a los identificados corresponsales del abogado Liébano Saenz en Aguascalientes, el que le hayan mandado mi colaboración de la semana reciente. Su eficaz intervención permitió el feliz reencuentro de nosotros, el caballeroso intercambio epistolar, la enriquecedora actualización de las coordenadas telefónicas, la promesa de llamarnos y el compromiso de encontrarnos en Ciudad de México para darnos fraternal abrazo, seguramente. Salud.