En las últimas décadas, un conjunto de
términos se ha impuesto para caracterizar una
“nueva sensibilidad” frente a la cuestión
social. Aunque sus diferencias son mayúsculas
-tanto en lo que respecta a sus orígenes
disciplinarios como a sus campos de
aplicación-, algo les es sin embargo común: los
aspectos “emocionales” y “compasivos” han
ganado peso.
Danilo Martuccelli
Era 1996. Cursaba mi último año de bachillerato y recién habíamos llegado a una nueva casa. En dos años era la cuarta casa a la que nos mudábamos. Aquella noche regresaba del cine cuando encontré la puerta abierta y la luz prendida. Mi madre había llegado justo delante de mí y había encontrado la casa en las mismas condiciones. Era evidente que alguien había entrado antes que nosotras. Corrí subiendo a mi habitación y me percaté que mis discos no estaban. Tampoco la grabadora. Fui a la habitación contigua donde había dejado mi reproductor portátil. Aún estaba ahí. Supuse que los ladrones, o seguían en la casa o al menos cerca. Con cautela revisamos y no había nadie. Salí a la calle y vi cuando uno de ellos pedaleaba su bicicleta llevando mi grabadora en la parte posterior, mientras que en su mano llevaba una bolsa negra con ropa que vendíamos. Corrí tras él, pero caí. Justo en el momento en que él da vuelta en la esquina veo que también cae. Corro. Él se levanta y corre. Me acerco y lo jalo de su playera. La playera se rompe. Él sigue corriendo y al querer atravesar el lote baldío desconoce que hay un desnivel. Vuelve a caer y queda tundido sobre el suelo bocabajo. Yo, sorprendida, volteo para ver quien pasa por la calle. Vislumbro una pareja y les pido que por favor lo vigilen mientras voy al módulo de seguridad que está a una cuadra de mi casa. Los policías van por él. Mientras tanto mis vecinos se percatan que hay una persona corriendo por las azoteas. Eran su acompañante. Logran bajarlo y lo suben a la patrulla. Una vez dentro de ella, los policías se acercan a la casa para pedirle alguna información a mi mamá. No quiero que se lleven nuestras cosas, les digo. Al final acuerdan que con la videocasetera que también llevaba era suficiente como evidencia. Yo, sentada en la cochera puedo ver a los dos ladrones en el asiento trasero de la patrulla. Tuvo suerte su hija, dijo uno de los policías, uno de los jóvenes tenía una navaja oculta en un calcetín. En ese momento sentí el miedo. Justo en ese momento me pregunté qué pasaría si me reconocieran. Sabían dónde vivía, y justo en ese momento me sentí vulnerable.
Meses después, leyendo el periódico en la sección policiaca me encuentro con una nota que decía que ladrones habían “escapado” y hacía referencia a su captura en mi calle. La policía los llevó a casa de uno de ellos a recoger el botín de otros robos, y entonces en un “descuido” brincaron la barda del patio. ¿Y si me vienen a buscar?, pensé. Recuerdo por un tiempo bajar del camión con cautela cada vez que iba de regreso a casa. Mi seguridad personal podía ser vulnerada, pero sabía que bajo esas circunstancias sólo me quedaba ser cuidadosa, gritar si era necesario. Echarme a correr. Pasó el tiempo y poco a poco lo fui olvidando.
Casi 10 años después estaba estudiando en Estados Unidos. Vivía a casi hora y media de mi universidad. Era inicios de febrero, y aquella ciudad y las cercanas estaban cubiertas por capas de nieve. Mi única opción era quedarme todo el día en la universidad. No tenía computadora para hacer tareas en casa. Una noche alguien anunció que la universidad estaba por cerrar y recomendaba retirarnos inmediatamente pues una tormenta de nieve estaba por iniciar. Yo, que jamás había visto una tormenta, sólo imaginé que sería como esos días de lluvia intensa en Aguascalientes y que poco suceden. Tomé mi ruta en metro para luego esperar el autobús, y entonces comencé a sentir la intensidad de la nieve. Al bajarme vi como poco a poco las personas iban alejándose hasta que ya no logré ver a nadie. La tormenta estaba intensa y yo cansada. Muy cansada y me sentía completamente desolada. Tenía ganas de guarecerme en las entradas de las tiendas ya cerradas. Y si muero de hipotermia, pensé. Mi mente fue invadida por imágenes fatalistas entremezcladas con mi negación de aceptar que pude haber previsto mi salida con tiempo. Estaba molesta por mis circunstancias, el no tener una computadora en casa, por tener que transportarme desde tan lejos, por mi pésima alimentación y todo lo que me doliera. En ese momento era vulnerable al clima, a mi precariedad económica, a mi debilidad psicológica y me sentía lastimada por el mundo y por mis condiciones. Estaba sola, sin familia, con un par de amigos nada más. Y sí, mi vulnerabilidad tenía toda la intensidad de un performance. Si bien algunas situaciones no podía controlarlas, otras más también habían sido producto de mis propias decisiones. Llegué a casa. Teníamos ya nuevos inquilinos. Cinco guatemaltecos durmiendo en el piso en una habitación más pequeña que la que yo compartía con mi amiga. Los cinco trabajando de manera ilegal en construcciones. Comparando mis circunstancias con el resto, la vulnerabilidad había sido mi elección, no creo que la de ellos.
Danilo Martuccelli, en Semánticas históricas de la vulnerabilidad hace un breve recorrido de cómo la vulnerabilidad es entendida hoy en nuestros días. Para él la vulnerabilidad es una experiencia relacional y contextual. No es igual para todos. Está en función de las sociedades, los periodos históricos, posiciones sociales y variantes identitarias, afirma. La vulnerabilidad es “la experiencia de estar expuesto a”, y en donde se hace evidente la consideración de una cierta fragilidad. Además, explica, en distintas épocas y en distintas sociedades sus semánticas y significaciones se han construido por la intersección de dos grandes factores: el sentido ético/moral, y la función política que se le atribuye.
El autor identifica cuatro semánticas: excluyente, moral, voluntarista y performativa. En el marco de estas cuatro semánticas el autor hace un recorrido de las significaciones de este concepto a lo largo del tiempo. Pasa por los Griegos, los Romanos, la Edad Media, el Renacimiento, hasta llegar a la Semántica Performativa que atribuye a nuestros tiempos, y en donde “su construcción es el resultado de una profunda transformación de las representaciones a nivel de las capacidades colectivas de control de los fenómenos sociales y naturales, lo que entraña consecuencias mayores en la relación que se establece con las víctimas. Se elabora una semántica performativa que intenta otorgarle simultáneamente un sentido ético y una función política a la vulnerabilidad”.
Para Danilo Martuccelli “las percepciones contemporáneas de la vulnerabilidad son indisociables de la crisis del proyecto de la modernidad conquistadora” donde aquellas sociedades que se autorepresentaban como fuertes e inmunes al ser abatidas por las guerras, inseguridades, violencia y miseria, comienzan a percibir estos fenómenos como “inamovibles e incluso inevitables”; y explica con claridad que “lo que se deshace es la visión de una modernidad conquistadora, y tras ella, la formación de otra semántica de la vulnerabilidad”, y en donde entran nociones del principio de responsabilidad, las nociones de sociedad del riesgo y de la vida precaria (haciendo referencia a varios autores). Así, después de mi autorepresentación performativa heroica ante los hechos sucedidos en el robo, llegó mi vulnerabilidad. También tuve que asumir mi responsabilidad al exponerme y el riesgo ante una situación que sentí en ese momento como precaria.
La toma de conciencia es un punto central en este análisis de la vulnerabilidad, y es que la toma de conciencia y sus diferencias es muy amplia entre los diferentes grupos sociales. Mi calidad de estudiante era otra respecto a la de los cinco guatemaltecos. Así que por más que mi discurso vulnerable estuviera al límite, alguno de ellos varado en medio de la tormenta de nieve, no sólo atentaba contra su vida, sino su seguridad, su permanencia en aquel país, e incluso a su familia en su lugar de origen. Esta toma de conciencia de las limitaciones humanas también, se explica en el texto, se “impone un nuevo imaginario colectivo que subraya la necesidad de ‘cuidar’, ‘acompañar’, ‘reparar’ los daños’”. Así, ante alguien que se manifiesta vulnerable, la sociedad también impone que se le acompañe, en especial cuando esa vulnerabilidad “se represente como insuperable y recurrente”.
Sin embargo, la ayuda no llega por sí sola. El vulnerable debe construir un expediente, una carta en donde “producir una justificación de sus reclamos a través de un relato en el cual, muchas veces, los infortunios de la vida y los sufrimientos corporales tienen una función mayor. La demanda -a veces la “súplica”- interpela, en nombre de los sufrimientos padecidos, a la compasión” y en donde “no sólo en las estrategias de los actores, sino también en las actitudes de recepción de las sociedades” juegan un papel importante. Aquel que recibe el mensaje de la vulnerabilidad es porque está dispuesto a leer, y aquel que lo emite justo espera que lo lea, lo escuche y lo atienda. Estructura un discurso, Y es aquí donde la “vulnerabilidad se representa como inextirpable y recurrente que es preciso repararla, reconocerla, indemnizarla” y donde se confiere un valor a la colectividad.
Así, incluso mis propios relatos se vuelven hoy parte de mi propio expediente. Finalmente, todos somos vulnerables, podemos ser vulnerados y generar vulnerabilidad en el otro. El detalle radica en el porqué lo manifestamos, qué buscamos en la construcción de nuestros discursos. La diferencia quizá estriba en la repetición de la vulnerabilidad en circunstancias que pueden, en mayor o menor medida estar dentro de mi control; el problema radica en que los aspectos emocionales y compasivos han ganado peso y habrá quien recurrentemente haga uso de ello. En la construcción y la reconstrucción constante de la identidad, la vulnerabilidad se vuelve un soporte de empatía al cual recurrir como puentes en nuestras propias relaciones y apelando, ya no a la sensibilidad, sino a estas “nuevas sensibilidades” que dan espacio para la búsqueda de una atención socorrida.
Reconocer los factores que nos hacen vulnerables es un primer estado de conciencia. Atenderlos en lo que nos compete es una responsabilidad. En un mundo de desigualdades devastadoras más de una vez nos sentiremos vulnerables hasta de nosotros mismos. Mi vulnerabilidad no será igual a la de los otros, y quizá en reconocerla y dimensionarla en su justa proporción puede ser el inicio de una forma de valor colectivo más responsable. La vida nos mostrará otras circunstancias de vulnerabilidad, pero repetirlas en las mismas proporciones abre la puerta para cuestionar si entonces no será más bien una decisión personal, y es que modificarlas también es un acto de voluntad y esfuerzo. Sé también que hay muchos otros cuya vulnerabilidad va más allá de ellos mismos, y cuyas condiciones son abrumadoramente injustas y para quien la vulnerabilidad no es un discurso sino una realidad fuera de sus voluntades, y que en verdad hacer ver que la nuestra solo cae en un cúmulo de nimiedades.