Como sabemos, la propaganda se ha perfeccionado con las técnicas de la publicidad comercial y el uso eficaz de las redes sociales e Internet, así como la combinación de todos los medios imaginables (cine, TV, radio, diarios, revistas, púlpitos, marchas, desfiles, peregrinaciones…). Manipula la información para exaltar emociones y reprimir la racionalidad. O bien, racionalidad cuyas conclusiones dependen de información sesgada e incompleta. La propaganda no actúa en el vacío, sino que opera bajo ciertas circunstancias sociales y políticas que facilitan su impacto. De ahí que invariablemente va acompañada, antes, durante y después, de acciones y provocaciones de los actores, ya sea el Estado, grupos de presión en particular empresariales e iglesias, fuerzas armadas, organizaciones disidentes y contestatarias, así como potencias extranjeras.
Alemania nazi es el ejemplo más conocido de propaganda. No es el único. En la segunda guerra los países aliados derrocharon recursos para contrarrestar la fascista y la bolchevique, a la vez esconder sus propios excesos. Es paradigmática la operación en Latinoamérica (dirigida por Nelson Rockefeller y financiada por empresas norteamericanas), previo a y en la segunda guerra, para ganar el apoyo de los países de la región. Desde 1945 ha sido constante, a veces burdo y en ocasiones sofisticado, el bombardeo propagandístico de las potencias de occidente, particularmente EU, para ganar la batalla ideológica de la democracia capitalista y dar visos de legitimidad a la guerra sucia que le ha acompañado. Recuérdese el golpe de Estado en Chile, 1973, cacerolismo de derecha inspirado en USA que nuevamente ensayan en Venezuela. El boicot contra Cuba; el injerencismo en Brasil, Venezuela, Bolivia. Ecuador, Centroamérica. Es el afán para desprestigiar toda alternativa socioeconómica al capitalismo salvaje.
Desde luego, todas las potencias económicas y militares, mundiales o regionales, recurren a la propaganda para posicionar sus intereses en pugna. Al interior de cada país las clases dominantes y los partidos en competencia electoral despliegan todo tipo de propaganda. Todo ello son retos formidables para la democracia y la paz mundial.
México no ha escapado a ese fenómeno. Tres casos: 1) el régimen corporativista con sus tesis de nacionalismo revolucionario y unidad nacional que lo sustentó ideológicamente. 2) La campaña de la ultraderecha, iniciada desde los años 20 e intensificada en la “guerra fría”, que todavía persiste, en oposición a los aspectos sociales de la Constitución 1917, contra el Estado laico, las libertades de conciencia, religiosa y educación. 3) Ante la crisis del modelo de economía mixta, el embate de la derecha empresarial para apoderarse del Estado e imponer su visión de sociedad y economía sobre el interés general de la comunidad nacional. Para ello fue crucial el peso propagandístico y financiero de las potencias industriales, en especial EU, así como la alianza con partidos y grupos conservadores. Están a la vista los resultados en democracia, desarrollo social, seguridad y derechos humanos, situación inmersa en el trasiego mediático para ocultar o disimular esa realidad y pretender más de lo mismo.
Comprender críticamente los engaños y las intenciones que hay detrás de la propaganda, coadyuvará al esfuerzo de los ciudadanos para retomar el control de la vida política y rechazar los embustes que proliferan hoy al nivel de todos los sistemas y de todos los regímenes. Hay quienes sugieren que la propaganda, liberada del afán manipulador y mentiroso, mucho más que para embaucar al pueblo, puede servir para exponer propósitos o ideales que rescaten valores sociales y humanos.
Empero, queda abierta la discusión acerca de cuáles son y en qué consisten esos valores humanos y sociales. Seguramente la equilibrada confrontación de ellos ante la ciudadanía puede zanjar el asunto. Ahora bien, esta confrontación de ideas y valores ante la ciudadanía, entiendo, requiere de una nueva forma y nuevo contenido de propaganda, que rechace y se anticipe a toda forma de manipulación.
Sin embargo, puede ser insuficiente este “estilo nuevo” de propaganda. La verdadera democracia -que es social o no es- vive de la participación activa del pueblo, y no basta solamente estar bien informado. La idea democrática está evolucionando hacia formas y métodos de mayor compromiso con la vida, las prioridades y los actos de los individuos. La propaganda democrática, para serlo, necesariamente dejará de partir de las clases dominantes y del Estado hacia las clases subordinadas y los gobernados. Será, debe ser, vertical, pero de abajo hacia arriba, horizontal y transversal, con la participación viva del pueblo en la vida de la ciudad, del estado y de la nación, tanto en política, elecciones y gobierno; como en la elaboración y aplicación de políticas públicas; en los asuntos de la economía y el desarrollo social (finanzas, fisco, empleo, salarios, distribución del ingreso), la cultura y el ejercicio y respeto de los derechos humanos, sociales, económicos y culturales.
“El mito ha demostrado sus nocivas consecuencias cuanto se apodera de todo hombre para hacer de él un delirante fanático, pero cuando está enmarcado por una política razonable y al servicio de una sociedad que sigue siendo muy compleja en su estructura y abierta a los valores políticos, la propaganda es un elemento de juventud y de cohesión”, afirmó Domenach.
Y no carecía de razón. Ese tránsito de la pre-política (Julián Marías), la de la irracionalidad y violencia, a la política que humanice la vida social está en la educación para la libertad.