La lluvia ligera sobre las rosas blancas y sobre las hojas del durazno que tengo frente a mi estudio liberan un sutil aroma que se mete con el viento cuando trabajo a puertas abiertas. Si esto sucede por la noche, el pequeño reflector que los ilumina hace de la experiencia un asunto visual y olfativo que en muchas ocasiones me abstrae de mis ocupaciones y me tomo un par de minutos para encontrar luces y sombras que después pueda traducir en pintura o en un par de versos.
Justo ayer por la noche sucedió eso mientras leía “La saga de los escritores boxeadores”, artículo de Juan Tallón para Jot Down, revista electrónica que en su statement de presentación dice “Creemos que es posible analizar con humor las cosas serias, abordar la cultura y el ocio desde otra perspectiva y departir con sus protagonistas de forma diferente. Poder decir lo que pensamos, no lo que nos dicen que pensemos; entretener sin ser superficiales, informar sin caer en una frialdad impersonal y, por supuesto, ¡hablar de sexo!”
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Pues bien, parecería que el box nada tiene que ver con la literatura, que el deporte de contacto no es empresa de artistas, sin embargo el artículo de Tallón además de revelar una intensa investigación del tema y dar cuenta de la relación que a lo largo de la historia se ha dado entre grandes nombres del ring y de la escritura, nos regala párrafos emotivos y metáforas excelentes en donde, por una lado nos deja en claro que el knock out no es privativo del box y, por otro lado, logra encender la mecha de la testosterona que lo lleva a uno a pensar en la posibilidad de escribir y en la de intercambiar puñetazos por mero placer, por deporte, por arte o por lo que sea.
Tallón inicia de manera crucial, enfático y poderoso: “La literatura es boxeo” dice y comienza a desarrollar la idea y a establecer que la saga de los escritores boxeadores quizás sólo sea menor que la de los escritores alcohólicos y suicidas. Más adelante, al final del primer párrafo, cita a Bud Schulberg y nos regala una imagen hermosa: “escribir es proyectar golpes en la oscuridad”.
Por supuesto menciona a Fitzgerald, Dos Passos, Mailer y a Hemingway, pertenecientes también a esta saga y cuenta una anécdota en una fiesta donde Hemingway llega “borracho y camorrista” a retar a Schulberg, sin embargo después de amenazas y empujones no hubo pleito. “Nunca se está bastante borracho como para no advertir, como hizo Ernest, que Schulberg había subido demasiadas veces al ring.”
Justo en ese momento comenzó a llover. Justo ahí me distraje observando los diminutos brillos en el durazno y en el rosal mientras pensaba que eso es lo que falta en la actualidad: falta el enfrentamiento, el cara a cara, sin Facebook. Falta retar al otro, en el ring o con argumentos. Falta contacto.
Según el artículo, los escritores entendían la importancia del contacto físico, de la sangre y del puño, basta citar a Lord Byron en el texto del que estamos hablando: “la práctica del pugilato me permite resaltar la parte etérea de mi persona.”
La literatura es boxeo dice Tallón, pero yo creo que se queda corto. El arte en sí es un round de sombra (inevitable pensar en Cruzvillegas y su libro homónimo de ensayos sobre arte). El arte es un intercambio de puñetazos, es dar y recibir, sangrar y a veces levantar el cinturón; otras más es besar la lona y dejar el protector bucal en un charquito de sangre y saliva, ahí junto a la conciencia y el orgullo. Pero de eso se trata, de caer y levantarse, ya por méritos propios ya con ayuda, pero levantarse. En el arte existe el knock out, pero no la muerte. La obra perdura más allá del último aliento de quien la hizo.
A lo largo del texto se puede leer la historia de la relación box-literatura y la importancia que tuvo para la creación y la catarsis, para la musculatura y el intelecto. Pareciera que aquella era una época de wild gentlemen, de though men del arte que encontraban en el sudor y los moretones el balance adecuado para vivir y crear. Basta leer el párrafo donde cuenta que George Plimpton retó nada menos que a Archie Moore a 3 rounds y con el mismísimo Miles Davis de testigo. Aquello fue épico y no puedo sino rabiar de pensar que hoy día, un asunto así sería Carlos Cuauhtémoc Sánchez retando al junior Chávez con Maluma de testigo… ¡Caray! ¡Qué tristeza, qué tiempos aquellos!
Al final de su artículo, Tallón habla de Arthur Cravan, personaje que vale la pena revisar, tanto por la controversia que desató entre sus colegas (los del boxeo y los de las letras) como por su desempeño y la inevitable etiqueta que la actualidad le pondría: Cravan sería considerado un performancero, un conceptual, un artista contemporáneo.
Pero en fin… ¿yo qué sé de todo esto si nunca me he puesto los guantes y lo mío no es la escritura? Quizás yo sólo soy un pequeño Cravan. En todo caso, que así sea.
Aquí la liga para el gran artículo de Juan Tallón: http://www.jotdown.es/2012/09/la-saga-de-los-escritores-boxeadores/