Hacer poesía, contar una historia, echar a volar la imaginación y cumplir una función crítica - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Entrevista con Ricardo Esquer

Estación, su libro más reciente se  presentó en la 44 Feria del Libro Aguascalientes

José Alberto López Sustaita

 

Foto: Gerardo González

Ricardo Esquer, poeta y arquitecto nacido en Ciudad Obregón en 1958 y avecindado en Aguascalientes desde hace varios años, publica ahora “Estación”, un breve libro de prosa poética acompañado por el arte visual de Axel Flores, editado por el Instituto Cultural de Aguascalientes merced a una beca del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes y presentado en la 44 Feria del Libro Aguascalientes. En esta conversación recuerda los orígenes de su escritura, habla de su trabajo actual y de la madura nostalgia por su tierra, y encuentra en el juego con las palabras y las formas una relación de su oficio de escritor con su vocación por la arquitectura.

¿Cómo naciste a la poesía, Ricardo? ¿Hubo un momento, hubo un maestro, hubo una lectura… qué fue lo que te hizo revelarte como poeta?

Pienso que fue en parte la lectura de poesía, y un poco el afán de imitación de aquellos autores que leía, que me gustaron, y pensé que podía hacer algo semejante. Empecé haciendo versos, rimas intrascendentes dedicados a hechos cotidianos: a mis amigas que me regalaban un pastel de chocolate, o que hacía mucho calor, o que estaba aburrido en la casa, y eso me motivaba a escribir. Entonces, fue como un juego, y una imitación.

Tu poesía no es triste, ¿lo ha sido alguna vez?, ¿en momentos de tristeza has expresado esa tristeza en tu poesía?

Pues sí, sí he escrito cosas tristes, pero para decir que eso es parte de la vida. No se trata de rechazar ese lado oscuro, sino de asumirlo, aunque en aquel momento no era para mí muy claro cómo había que tomar esas cosas. Y también aceptándolas un poco a la ligera, como dándole más importancia a las posibilidades que había de salir. Quizá no hubo una verdadera desgracia como para me impidiera hacer lo que yo quería hacer, siempre había algún optimismo oculto detrás de los lamentos.


Y finalmente la tristeza que pudiera haber no era concluyente, simplemente un registro de una situación que para mí siempre podía ser provisional. Había que ver hacia adelante, hacia lo que venía, y esto siempre me mantuvo en un estado de vigilia, digamos.

La nostalgia aparece cuando tu vida es más pasado que futuro.

Yo creo que sí. Cuando se acumula tanto pasado que tiene uno que hacer algo con eso, darle alguna forma. De hecho un libro que está por ahí inédito es sobre eso precisamente: “Ostimuri”, el libro que estoy trabajando, trata precisamente de mi familia, mi tierra.

La provincia Ostimuri era el nombre que tenía el territorio entre los ríos Yaqui y Mayo, la Sierra Madre y el Golfo de California. Es mi matria. Y ahora asumirlo ha sido una experiencia agridulce, porque el acercamiento ya no es ingenuo, inocente, sino con una información que me hace ver muchas cosas que ocurrieron y siguen ocurriendo allá con las que no estoy de acuerdo. Es la historia de grupos de poder que se adueñan de la tierra y establecen relaciones sociales y de producción en beneficio de pocos. Entonces hay un entrecruzamiento de sentimientos, de aceptación y rechazo, que de algún modo busco exorcizar en la escritura, tratando de tomar una distancia.

¿Qué esperarías exorcizar con este libro que ahora estás elaborando? ¿Qué fantasma invocas para combatirlo y alejarlo?

Por mencionar un ejemplo: mi familia era de agricultores, una agricultura muy tecnificada pero también muy contaminante de la tierra por el uso de pesticidas, fertilizantes químicos, que afectan a la tierra y que han llevado a intoxicar a la gente. Ya se sabe por ejemplo que hay mujeres que traen DDT en su sangre y si le dan el pecho a su bebé se lo transmiten. Entonces, a mí me parece un error muy grande venir de una familia que propicia esto sin el menor remordimiento. Claro que hubo por ahí un tío que se dedicaba a la venta de fertilizantes y falleció envenenado por las sustancias que vendía.

Otro caso sería el hecho de que en mi tierra siempre se tomó una distancia respecto de lo que llamamos acá justicia social. Los pequeños agricultores son más independientes, más individualistas, y no quieren a los ejidatarios, hubo incluso boicots para hacerles fracasar en sus empresas. Y cuando me daba cuenta de eso me parecía que no era correcto. Pero era un rechazo, digamos, de rebeldía, sin saber qué hacer.

Hasta que estuve en el taller literario de acá, con gente con mayores lecturas que yo. Me puse en contacto con el marxismo, esta escuela de pensamiento que busca explicar la realidad con otras bases más objetivas. Después hubo otro desarrollo por otro lado y ahora el marxismo lo tengo ahí como una… no precisamente como una herramienta en desuso, sino como una fuente de información muy interesante pero que ahora complemento con otras cosas que se preocupan más por lo que pasa en el interior de la gente y no tanto en las relaciones sociales.

Quería preguntarte precisamente en relación con el taller que mencionas, porque te refieres al taller de Miguel Donoso, de David Ojeda, que son narradores. ¿De qué manera participas en un taller en el que, además, imagino que la mayoría también eran narradores? ¿De qué manera esto modificó tu forma de escribir poesía? Porque me estás diciendo que empezaste a escribir en las formas tradicionales, el soneto… y ahora mismo, en los libros que revisé, encuentro un ritmo no rimado, como que el ritmo de tu poesía viene de otra parte. Creo que está muy relacionada en este sentido tu vocación por la arquitectura, que es trabajar con formas en el espacio. ¿De qué manera eso desestructuró la forma en que tú expresabas tu poesía? ¿Hubo un momento de choque, cuando dejaste de escribir poesía rimada, que sentiste que era insuficiente para lo que tú querías expresar?

Mi divorcio de la rima ocurrió antes de entrar al taller. Ya había leído textos en verso libre, pero no tenía yo una idea de cómo podría ser, simplemente me olvidé de la rima; pero me daba cuenta de que mantenía un ritmo que era todavía muy cercano al ritmo de la poesía medida. Y ya en el taller, desde luego, me recomendaron leer a autores no sólo en lengua española, también algunos en inglés, en francés -claro, traducidos-, a Eliot, a Pound, a Maiakowsky, Valéry, Apollinaire, Mallarmé, y en español Vallejo, algo de Neruda…

Y en un momento hubo como un entrecruzamiento, porque empecé a leer a grandes novelistas, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Augusto Roa Bastos, que son narradores de un realismo mágico que me parecía muy poético. Entonces descubrí que podía hacer poesía, contar una historia, echar a volar la imaginación, y además cumplir una función crítica con la que me sentí muy identificado.

El choque… recuerdo la noche en que llegué del taller cuando decidí deshacerme de la libreta en la que tenía mis primeros poemas rimados, consideré que ya los había guardado mucho tiempo, y simplemente la eché a la basura. De hecho, la guardaba quizá como una cuestión sentimental, porque ni siquiera los releía. Hasta ahora me cuesta mucho trabajo releer lo que escribo, prefiero escribir algo nuevo que volver sobre lo escrito. Y decidí que empezaría algo nuevo, una escritura distinta, menos ingenua.

Te hiciste responsable de la narratividad de tu poesía.

Pienso que sí, y sin embargo nunca me dio por escribir relatos, prefería incluirlos dentro de los poemas, y fue bien recibido. Leí muchas novelas, y eso me marcó. Más que para escribir de esa manera, para concebir, para imaginar el objeto del que yo quería hablar.

Dijiste “dentro del poema”, y recién ahora dices “el objeto”. Y ahí aparece la arquitectura, que es la parte pendiente de la pregunta.

¡Ah, la arquitectura! Bueno, esa es otra corriente de la historia de la que no he hablado. Antes de salir de la Prepa tuvimos un test vocacional con el objeto de saber para qué servíamos y el resultado fue que yo tenía vocación para la música, el periodismo y la arquitectura, en ese orden. Y cuando supieron los resultados en mi familia ni la música ni el periodismo fueron bien aceptados, la arquitectura en cambio tiene un estatus social más aceptable, así es que “te vas a hacer arquitecto, m’hijito”, y ahí te voy.

En un principio me sentí bastante frustrado, porque yo quería estudiar música, evidentemente. Del periodismo yo no tenía muy clara idea de que pudiera ser eso, y sin embargo ahora lo puedo hacer, llegué ahí de forma natural. Y de la arquitectura pues tampoco tenía yo mucha idea, yo me imaginaba catedrales, pirámides, palacios cuando pensaba en arquitectura… ya después me di cuenta de que es algo que está en nuestra vida cotidiana. Y al mismo tiempo me di cuenta de toda la riqueza cultural que hay detrás de la arquitectura, su relación con el resto de las artes, y no sólo de las artes sino con el resto de la cultura.

Es el arte por excelencia, porque siempre estamos rodeados de arquitectura.

Sí, se dice que es el reflejo de la época. Y en aquel tiempo así creí verlo, pero siempre había algo que no me gustaba. Entrecruzando las referencias, al leer sobre crítica literaria encontré las teorías de la productividad del texto, en donde se concibe la obra de arte no como reflejo de algo sino como algo que produce una nueva realidad. Y esto al enfocarlo a la arquitectura me hizo pensar que la arquitectura también produce formas de vida distintas; es decir, no es un producto mecánico de lo que ocurre alrededor, sino que también puede influir en la actualización de nuestra forma de vida.

¿Y no te parece que todo esto que estás diciendo de la arquitectura podría decirse de la poesía? Si cambias “arquitectura” por “poesía”, ¿no te parece que podría ser exactamente lo mismo?

Exactamente, y hasta un poquito más. Porque hay cosas en la arquitectura que no podemos cambiar, hay funciones vitales que no podemos dejar de hacer. En cambio, en la poesía podemos imaginar un mundo completamente distinto a través de las palabras, podemos inventar palabras, podemos leer un texto al derecho y al revés. Un amigo una vez me dijo que había leído un texto mío y que no lo entendió, lo leyó al revés y le pareció clarísimo. Entonces le dije “pues es que así se debe leer, yo creo”.

El punto es que la literatura nos permite esa libertad, podemos adueñarnos de eso del modo que mejor nos parezca. Claro que también una casa la podemos ocupar como mejor nos plazca, quien quiera dormir en la bañera lo puede hacer.

Entonces, la idea de que las palabras producen una realidad propia me llevó en cierto momento a un límite de la escritura, que en cierto momento abandoné para regresar a formas más inteligibles. Llegué a escribir cosas que… bueno, nunca las publiqué porque no las entendían.


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