La monarquía es el sistema de gobierno favorito de las mayorías desde los inicios de la humanidad hasta el día de hoy. En la escuela secundaria una de las primeras manifestaciones de gobierno es la elección del jefe de grupo. Normalmente los candidatos son tres, el más inteligente, el más simpático o el más desordenado. Y por lo general el que gana es éste último, ya que para conducir a la inquieta turba de adolescentes no se necesitan ni la inteligencia ni la simpatía, sino el liderazgo natural. Una vez que es electo, el chamaco cambia instantáneamente de estatus. Ya no es el latoso, ahora es el jefe. Recibe muestras de admiración de los amigos, las muchachas comienzan a coquetearle y los profesores le manifiestan consideraciones. Entonces sucede lo obvio, el muchacho paladea las mieles del poder. A partir de entonces, haga lo que haga, le será tomado en cuenta, ya no pasará desapercibido. Y el grupo acatará sus indicaciones, porque eso es lo que necesitaba, que otro tomara las decisiones, que otro cargara con las responsabilidades. A partir de ese momento ya no podremos librarnos de los jefes. Habrá jefes de grupo en la prepa y en la universidad, en los empleos, en los clubes sociales, en todas partes. Siempre hay alguien dispuesto a conducir a los demás y siempre hay muchos dispuestos a ser conducidos. Por eso ha sobrevivido la monarquía.
La fascinación por la monarquía, aunque sea falsa y en fantasía también inicia en los primeros años. No solamente porque a las niñas lo papás les decimos “mi princesita”, sino porque la sociedad les hace vivir absurdas monarquías de oropel. Desde la preprimaria se elige a “La Reina del Kínder”, una niña cuyos requisitos esenciales son que sea bonita y que tenga padres que estén dispuestos a gastar una buena suma en un vestido que nunca volverá a utilizar. Se hace un festival remedo de coronación cortesana, cuyo único objetivo es demostrar el permanente anhelo de nobleza que subyace en el alma de todos nosotros. Porque no para ahí la cosa, a continuación las escuelas se encargan de tener reinas de la primaria, la secundaria, la prepa y en un colmo de ilógica, hasta de las universidades. Incluyendo las menos creíbles como son las de las escuelas de leyes o de psicología. En otros momentos, fuertes bastiones de la equidad de género, los derechos de la mujer y la democracia.
La veneración por la monarquía de vinilo, llega a su máximo esplendor con la reina de la Feria, un juego social en el que participan todas las clases y sectores. Hasta el delegado de la Presidencia hace un viaje especial para coronarla. Se cumplen todos los requisitos, una chica guapa, unos padres dispuestos a soportar el gasto, una vestimenta elegante y fina pero anacrónica e inservible, trono, corona, cetro, banda y demás elementos de la realeza. Caminata por la pasarela, música de banda sinfónica con aires de marcha triunfal y hasta elogio por un reconocido poeta de la localidad. No podemos ser solamente localistas, también lo hacemos en el ámbito internacional con los concursos de Miss Mundo y Miss Universo, lo cual nos nivela con las grandes potencias. Todos tenemos la misma carencia esencial, la ilusión fantástica de vivir en monarquía. Incluso las auténticas casas nobles que persisten en los tiempos actuales siguen representando un papel decorativo y de opereta. Eso sí, a un costo exorbitante para un pueblo siempre dispuesto a seguir pagando.