En el calendario romano, los idus de marzo correspondían aproximadamente al 15 de marzo del calendario actual, eran días de buenos augurios al igual que los meses de mayo, julio y octubre o como el día 13 de cualquier mes restante.
Hay que considerar una precisión: en el calendario romano el mes de marzo, consagrado al dios Marte, era el primer mes del año, quizás porque, cíclico como es el asunto del tiempo, comenzaba con la época del año en la que se renueva la naturaleza. Termina el crudo invierno y comienza a apoderarse del paisaje el verde del follaje. En el calendario juliano, que es el calendario que nos rige actualmente, marzo es el tercer mes del año. Los idus de marzo señalaban a los antiguos romanos la primera luna llena del año nuevo.
Sin embargo, los idus de marzo han trascendido hasta nuestra época, tanto por las implicaciones religiosas que los romanos le daban a la fecha, porque, según relata la historia, en los idus de marzo del 44 (antes de Cristo) fue asesinado Julio César, lo que dio fin además a la República y provocando el inicio del Imperio.
Cuenta la historia que, advertido por un vidente del peligro que representaban los idus de marzo para Julio César, ese día, al encontrarse los dos en el camino, el dictador sonrió y comentó “los idus de marzo ya han llegado”, a manera de demostrar que nada extraordinario había sucedido. “Sí, pero aún no han acabado” contestó el adivino. Horas después Julio César caía asesinado. ¡Cuídate de los idus de marzo! Se consigna en la obra de Shakespeare que relata la conspiración y muerte del general y conquistador romano.
Alrededor de esta fecha, y sin ánimo de establecer una comparación entre dos sucesos que lo único que tienen en común es quizá que sucedieron durante el mes de marzo, es imposible dejar de recordar que hace 23 años ocurrió un magnicidio en México, en plena campaña política. Durante un mitin en un barrio de la periferia de Tijuana, Lomas Taurinas, el entonces candidato del Partido Revolucionario Institucional, Luis Donaldo Colosio, era acribillado en circunstancias que la versión oficial ha sostenido como producto de un asesino solitario, y de la que se han desprendido de manera no oficial tantas versiones como versionantes.
Amén de las preguntas que quedan sin resolver, las especulaciones continúan a casi un cuarto de siglo de distancia: ¿Habría sido Colosio el mejor presidente de México? ¿Algo habría cambiado en el país de haber sido Colosio el Presidente? Y aunque son preguntas que seguramente alguna vez habremos oído, la pregunta que nos debe mover a la reflexión es ¿Quién debe gobernar?
Teóricos clásicos y modernos, a lo largo de la historia, han tratado de responder esta pregunta desde diversas ópticas: desde Platón hasta Bovero, pasando por Tocqueville o Rousseau han proporcionado sus ideas para la construcción del concepto de democracia como principio incluyente que dicta que, en teoría, cualquiera puede gobernar en la medida en que resulte, libre y auténticamente, electo por la mayoría del sufragio popular.
La historia consigna que, bajo esta óptica, efectivamente cualquiera puede ser reconocido legalmente como gobernante (en los ámbitos nacional, subnacional, regional, etc.) sin importar su preparación académica, su programa de gobierno o su ideología, pues basta con haber convencido a la mitad más uno del electorado para lograr ser elegido. Piense en su ejemplo favorito: el dictador de Medio Oriente que ganó legalmente en las urnas, el europeo que protagonizó una guerra mundial, el alcalde que robó (pero poquito) o aquel edil que sabía escribir, mas no leer.
Platón mismo hablaba sobre las mejores fórmulas de convivencia social para habitar de mejor manera una ciudad y que alguien pueda vivir bien en ella. Sin embargo no deja de ser una utopía el buen gobierno, como lo es la buena ciudad: el pensar que quienes deben gobernar son las mejores personas, que enarbolan las mejores ideologías para construir las mejores instituciones.
Las razones aquí expuestas, producto de la reflexión, no reciben una respuesta única. Lo que podríamos concluir es que el ideal democrático es en el cual los gobernantes son escogidos por los gobernados por medio de elecciones libres y cuyo voto es secreto. Pero quizá la mejor conclusión a la que podemos llegar es que el planteamiento en todo caso debe ser que no importa la persona que llegue a gobernar mientras que nosotros como sociedad no pongamos de nuestra parte para ser mejores cada día.
Nadie podrá ser en esencia tan importante, ni omnipotente como para, con su sola presencia a través del triunfo en las urnas, mejorar la calidad de vida o las condiciones de trabajo, o los programas de salud o de vivienda, si no empezamos por mejorar nuestro entorno, hacernos sabedores de nuestros derechos y asumir nuestras obligaciones. Solamente de esa manera existirá en definitiva una mejor calidad de vida. No esperemos que un caudillo, por mejores ideas que enarbole, termine haciendo lo que por derecho nos corresponde.
/LanderosIEE | @LanderosIEE