“El sueño y la ambición de todas las personas, como minorías, es lucir y vivir tan bien como una persona blanca”, es una frase de la película Paris is burning que podría remontarnos directamente a la imagen de una persona de color y en pobreza extrema; sin embargo, la realidad sobre la desigualdad económica y social es aún más amplia de lo que creemos, pues a pesar de que hemos aprendido a introyectar ciertos imaginarios sobre lo marginado, la mayoría de la población se encuentra más cerca de lo que cree de ser objeto de un acto de discriminación. Sólo pocos están en el centro, en la cumbre, y de reconocer este escenario, ampliaríamos nuestra visión sobre el entorno, generando empatía para apoyar a los demás a mejorar sus circunstancias.
Algunos de los grupos considerados como vulnerables por diversas instituciones en México son justamente minorías cuantitativas, por ejemplo: personas discapacitadas, de color, de pueblos originarios, de religión distinta a la católica, al igual que de la disidencia sexual, lo cual ha sometido las propuestas para impulsar su desarrollo al juicio de “la mayoría”, a causa de la competencia electoral; pero también se reconoce a las niñas, niños y a las mujeres -las cuales son más de la mitad de toda la población mexicana- como parte de los sectores que diariamente deben hacer frente a contextos de desigualdad y violencia.
Si bien, esto ya muestra un escenario en el cual las personas propensas a ser discriminadas son vastas, es posible añadir a aquellas de talla pequeña, con sobrepeso, con diferentes tonos de piel que frente a otra persona más blanca pueden ser segregadas, las menospreciadas o subestimadas por no cumplir con cierta estética, los que padecen una enfermedad mental…
En suma, una multiplicidad de cuerpos, identidades, condiciones y/o circunstancias en desventaja frente a lo hegemónico, lo normal, sano o bello; a pesar de que las personas que logran cumplir con todo esos arquetipos, cánones y condicionantes son realmente pocas. Debido a esto, es necesario hacer consciencia de las injusticias que replicamos, nosotros los de abajo, las minorías que en conjunto somos mayoría.
Más allá de un pensamiento utópico que pugne por la movilización social, es menester iniciar desde el reconocimiento de nuestra propia realidad. Por ejemplo, los mexicanos hemos consolidado asociaciones negativas con las costumbres e imaginarios de lo popular, lo rural y lo indígena, una incongruencia exponencial al presumir de la riqueza multicultural del país mientras se hacen memes y bromas sobre el rezago educativo y social de ciertos sectores: el naco, el indio, el maleducado, el que habla y viste de manera inadecuada, el que no sabe de urbanidad y buenos modales; todos estos elementos hablan de la precariedad y la compleja urdimbre de situarse al lado de aquellos a los cuales se reconoce como los privilegiados.
Estamos en un momento en el que es trascendental recobrar la memoria sobre la conformación de nuestras sociedades, sus cuentas pendientes y omisiones, en especial para reflexionar sobre la construcción de nuestra identidad, no sólo para hacer justicia por aquellos grupos que históricamente han sido menospreciados o violentados, sino también para identificar nuestra posición en un mundo lleno de estereotipos e inequidades que, de alguna u otra forma, afectan diariamente nuestro desempeño, la producción económica de las naciones.
Las telenovelas, los programas de entretenimiento sobre celebridades, la piratería, son un breve espejismo narcotizante que permite una aproximación a ese mundo de abundancia, de personas blancas o con suerte, que reconocemos distante pero del cual, finalmente, aspiramos a formar parte, pues a la vez identificamos la posición en desventaja en la cual nos encontramos.
“El sueño y la ambición de todas las personas, como minorías, es lucir y vivir tan bien como una persona blanca”, es una frase de la película Paris is burning, pero también la frase “Nos han despojado de todo, y a pesar de eso, hemos aprendido a sobrevivir”.
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