En estas mañanas de invierno, la naturaleza nos ofrece el espectáculo de ver el águila de la exedra treparse a la fachada de catedral, para luego salir corriendo del atrio y perderse entre las piedras de la explanada de la Plaza de la Patria.
El efecto se produce gracias a la inclinación del planeta sobre su eje, que crea la ilusión de que el Sol se mueve hacia el sur durante los meses de diciembre a marzo, de tal manera que, en el contexto de la Plaza de la Patria, pareciera hacer acto de presencia en la plaza más o menos desde la esquina de Colón y Juan de Montoro.
Surge la estrella en esa zona y proyecta su luz sobre la columna de la exedra, que a su vez arroja su sombra sobre la fachada de catedral, hacerse notar unos minutos, y luego comenzar el descenso, hasta desaparecer.
En primavera y en verano, con el Sol ascendiendo rumbo al norte, el águila no encuentra obstáculo en el cual proyectarse, dado que la sombra es lanzada entre catedral y el Teatro Morelos.
Si me permite el exceso, se me figura que es como si el águila republicana, símbolo de tantas y tantas luchas, escalara la mole pétrea del principal signo católico de la ciudad, construido en la etapa virreinal, y renovara el diálogo que ambas visiones de la realidad y de la política han sostenido desde hace siglos, a veces con las armas en la mano.
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