Jamás esperé que la reacción de la “Izquierda Mexicana” ante el triunfo de Enrique Peña Nieto como presidente de este país, hubiera sido la de aceptación moderada, pacífica, aunque con reservas de protesta. Por primera vez desde hace más de ocho años el PRD dejó de ser el partido particular de Andrés Manuel López Obrador y marcó una separación ante los intereses particulares de su otrora candidato. Recordemos que antes el PRD fue el partido que Cuauhtémoc Cárdenas creó cuando el PRI no lo quiso postular para candidato a presidente de la República. Así que el Ingeniero Cárdenas usó el PRD para llevar a cabo su agenda se convertirse en presidente, aunque únicamente logró llegar a la regencia de la capital del país. Sin embargo el PRD se erigió como una poderosa fuerza política ante la hegemonía del PRI. López Obrador aprovechó la nueva plataforma que Cárdenas había construido y se apoderó del partido desplazando al Ing. Cárdenas de su propia creación: se lo quitó. Nadie sabe para quién trabaja en la política. Quién iba a decir que el “Político de Culto” (que nunca es lo mismo que el político culto), sería hecho a un lado por el mismo partido que lo avalaba. Y es que el PRD capitalizó en la pasada elección la segunda posición política del país, que no es poca cosa. No podía esperarse que todos los militantes renunciaran a lo ya ganado ante la ambición de su candidato. Pero, aunque fuera por razones prácticas y de intereses de la mayoría de sus integrantes, hay que resaltar y valorar la decisión que este partido de oposición tomó de aceptar la legalidad como una manera de hacer política. De otra manera, estaríamos inmersos en un conflicto postelectoral que no iba a beneficiar a la población en general. Celebro el buen juicio de una izquierda que antepuso a los intereses de López Obrador el bienestar común. Los motivos son políticos ciertamente, pero la decisión nos favoreció a todos. Desde lejos se podría ver la postura de la izquierda como una decisión cuerda, consciente y hasta madura. Y repito, los motivos por los que adoptaron esta posición son, al caso, poco importantes, cuando se evitó que hubiera un posible conflicto en la sociedad mexicana.
En la política, como en toda administración de una grande empresa, están en juego muchos intereses que no siempre son obvios o aparentes. La ambición es la constante que rige estas administraciones y por lo tanto la lucha por la obtención del poder es un factor determinante. Quien haya trabajado en una oficina gubernamental o en una grande empresa, habrá vivido en carne propia las intrigas, el manejo de la información, la traición personal, el juego de intereses. Porque el poder corrompe, desvirtúa, y hace de quienes lo detentan o persiguen, una forma de vida. Para quienes encarnan el poder, éste se convierte en el motivo de su existencia y aplican todos los medios disponibles para conservarlo. Ocasionalmente esto produce que la percepción de la realidad se altere, y que lleguen a considerar que su voluntad es jerárquicamente más válida que la vida o el bienestar de sus gobernados o la meta de sus empresas. Porque el poder es difícil de manejar y no todos somos capaces de mantener la cabeza fría ante la posición de que nuestra voluntad constantemente se pueda realizar. Los juicios de discrecionalidad se ven alterados por la detentación del poder real, y para quien encarna el poder es difícil mantener una posición objetiva de los valores de las cosas. Los dictadores son el más claro ejemplo de esta desviación, muy humana, pero perniciosa. Las represiones contra la población, llámese los desaparecidos de Argentina, La noche de Tlaltelolco, las pecas de Pinochet, el morro de la Habana de Fidel Castro, los abusos de la Santa Inquisición, etc. La razón es, en apariencia muy sencilla, quien detenta el poder está rodeado de personas que reciben beneficios de esta situación y ellos también intentan mantener sus privilegios. La forma de conservarlos es la de mantener el poder, y para ello serán sacrificables los demás y los intereses de los demás. Las cúpulas de poder operan para sí mismas, se retroalimentan en sus particulares intereses, y hacen que conceptos como el bien común queden desplazados y erradicados. Por esta razón, en toda sociedad, es de capital importancia que exista un contrapeso ante quienes detectan el poder real y el poder político, para que esto forme una suerte de equilibrio y de limitación. De otra manera la cúpula se convierte en tirano de una sociedad. La división que se ha dado en México del poder entre los tres principales partidos políticos parece ser una cosa sana, vista desde este punto de vista de que el Poder Político necesita contrapeso y cota para no desvirtuarse del todo. Las condiciones del ejercicio del poder han mejorado desde que la hegemonía del PRI fue desarticulada durante el mandato del ex presidente Zedillo. Ojalá la posición de la “Izquierda mexicana” y del Partido Acción Nacional, sigan mostrando esta cara de moderación y contención ante el poder político de manera en que la administración de nuestro país nos pueda llevar a buen camino. Por mi parte, siento grande alivio en que las fuerzas políticas se hayan comportado a la altura de la situación que necesita este país.