“America got mad, and went mad”
Maureen Dowd
El triunfo de Donald Trump nos tomó por sorpresa. Suponíamos que el establishment y la inteligencia del electorado yankee no permitiría llegar a un sujeto impresentable al cargo más importante del planeta Tierra. Pensábamos que las barreras ideológicas, culturales y raciales se habían superado entre países gracias a la cordialidad diplomática, los acuerdos comerciales y la camaradería entre ciudadanos de ambos países. Vivimos un periodo idílico desde mediados del siglo XX a la fecha. Salinas de Gortari se volcó al norte y así nuestro mundo se volvió USA y ahí erramos. Pusimos todos los huevos en una canasta, y ahora no hay huevos ni canasta. El American Dream dejó de existir. El vecino dejó de ser distante, para convertirse en delirante.
Como ejemplo, un botón: en estos días, México decido no participar en la V Cumbre de Celac que reúne a sus pares, países latinoamericanos y caribeños. Al menos México hubiera encontrado un poco de reconfortamiento diplomático, y EPN recién canceló su viaje para entrevistarse con Donald Trump, como era esperado. Por ello ahora nos sentimos solos e incomprendidos.
Así están las cosas.
Nuestro país ha vivido a lo largo de la historia agravio tras agravio: Colonialismo español, invasiones francesas y americanas, pérdida de territorio al norte y al sur, pero también ha dado muestra de orgullo y dignidad en su momento.
Ahí están el emblemático Benito Juárez y bien plantados Lázaro Cárdenas, Adolfo López Mateos y Manuel Ávila Camacho. México se encuentra nuevamente en el ojo del huracán. El mundo está pendiente de la reacción que tendrá nuestro gobierno ante las ofensas del nuevo inquilino de la Casa Blanca. No importa ya diagnosticarlo ni ofenderlo, el asunto está en sus intransigentes acciones que una a una lastran y laceran la evolución hacia un mundo en paz, más justo y más igualitario.
Lo peor consiste en lo que parece ser la tormenta perfecta: un Trump allá y un Peña acá. Como diría una editorial de CNN en ocasión de la visita de Trump a los Pinos: “Los dos hombres más odiados de México, juntos”.
En lo particular el tema del muro no resulta preocupante, es un derecho que tiene cualquier propietario en los linderos de su casa. Siempre ha habido. Es como levantar la barda de su casa. Lo ofensivo es apuntar que el costo lo pagará ¡¡MÉXICO!! La sola insinuación fomenta el odio racial, el chantaje emocional y la ira nacional. Somos el chivo expiatorio. El mal común. Y eso sí fastidia.
Don Jesús Reyes Heroles solía decir que cualquier disputa contra los americanos no la ganaríamos a periodicazos ni con declaraciones violentas o burlas, solo en la mesa de diálogo. Yo también lo creo. De cualquier modo todo apunta que las relaciones entre países entran en un episodio sórdido y oscuro del que nada bueno nos depara.
Pese a Trump, a mí me siguen cayendo bien los gringos, aunque no soy fan de sus way of life, pero sí veré el Super Bowl.