Ante el Centenario de la Constitución de 1917, es preciso volver al origen, reconocer vocación y destino, recuperar el espíritu reivindicatorio que contenía la redacción original de la Ley Suprema, que emanó del vasto movimiento social y político que fue la Revolución Mexicana, en cuya entraña esencial figuró el rescate de México para los mexicanos. Es imperativo a la vista de la enésima agresión del gobierno de Estados Unidos a los mexicanos y a nuestra República.
Replantear con visión del siglo 21, el contenido y los alcances de nuestra idea de democracia y nacionalismo que late en cada artículo y en cada palabra de la Carta de 1917. Ser nosotros mismos: congruentes y leales con los vigentes ideales de justicia social e independencia.
México vive momentos decisivos de frente no solamente al carácter y los peligros que provienen de la insolente y rudimentaria amenaza externa, sino acaso más importante ante la manifiesta inconformidad por la condición difícil que guardan la economía, el desarrollo social y la convivencia política. Realidad nacional que revela una sociedad dividida por la desigualdad socioeconómica, las diferencias culturales, la inequidad en las oportunidades y la exclusión. Se conjuga, además, paradójicamente, la inconformidad de amplios segmentos de la población enardecidos porque se sienten agraviados por actos de gobierno y políticas públicas muy alejadas de la necesidades de la gente, pero, a la vez, sectores altamente privilegiados a lo largo de décadas de concentración del ingreso y de fomento a la acumulación de capital, también se consideran vulnerados en sus intereses o creen que están en riesgo. A lo largo de la historia se registran innumerables acontecimientos de rupturas revolucionarias cuando las élites -o una parte significativa de ellas- logran movilizar a las masas contra el orden establecido.
Encarar con decisión y coraje la provocación y el peligro de la potencia del norte, exige unidad de los mexicanos. Unidad en lo esencial, como afirmó Ignacio Ramírez y reiteró Jesús Reyes Heroles. Y lo esencial es México. Y ello, sin duda, presupone obligadamente estrategia de Estado en la política y en la economía, desechando meras actitudes reactivas y sólo de respuesta a la coyuntura. Por ello, es necesario, ya, reelaborar el proyecto de república, de Estado y de sociedad, toda vez que concluyó el ciclo de la Revolución Mexicana, fracasó el modelo neoliberal y está en crisis la globalización del capitalismo de inspiración anglosajona.
Es menester, por tanto, la convocatoria de los poderes públicos nacionales a los mexicanos para proponernos acuerdos básicos para lograr nuevamente una economía eficaz y competitiva, cuyos frutos sean distribuidos equitativamente, una convivencia social fundada en los derechos humanos, culturales y sociales, y una democracia que nos cohesione porque nos incluya a todos, identificados no por la falsa homogeneidad que esconde desigualdades sino a partir de las diferencias que son las que realmente nos unen.
Más allá de repartir culpas y endosar errores, sentar las nuevas condiciones, fijar las responsabilidades y puntualizar tareas que toca a cada uno de los poderes públicos, los órdenes de gobierno, a cada sector social y productivo, a cada familia y a cada ciudadano para recuperar el rumbo y el destino de México.
Las libertades y los derechos civiles contenidos en la Constitución de 1857, fortalecidas con los postulados de igualdad y justicia social de la Constitución de 1917, son valores y normas cuya finalidad no es sino remediar la desigualdad natural de la fuerza y de la inteligencia, así como la que engendra una tipo de sociedad controlada por el mercado que, sin contrapesos éticos, transforma la economía y la política en estructuras de dominación. De ahí que la democracia es el único medio legítimo para dirimir las diferencias y para la plena vigencia de esas libertades, esos derechos y la equidad social.
En consecuencia, no aferrarse a esquemas ideológicos rígidos y ahistóricos, ni sostener los privilegios económicos de la minoría opulenta, sino procurar un enfoque diferente para abordar nuevas soluciones, satisfactorias para todos los mexicanos, a los problemas económicos, políticos y sociales, a fin de que los procesos sociales para la creación de la riqueza sean compatibles con los procesos de distribución equitativa; para construir, desde la pluralidad y la diferencia, esa democracia como forma de vida que determina y profundiza la voluntad general del pueblo -que somos todos; y conferir fortaleza, gobernabilidad y viabilidad a la nueva república; vigorizar la sociedad libre que se acredite en la justicia y la ética social.
Únicamente con esta unidad firme y auténtica, será posible la victoria de México.