El ver la política exterior de los Estados como una simple respuesta racional a los estímulos del sistema internacional es una forma errática y reduccionista de analizar los fenómenos globales. En la actualidad, casi todos los estudiosos serios sobre este tema entienden que la política exterior no puede ser analizada simplemente con referencia a factores de carácter externo. Representar al sistema internacional como un tablero de ajedrez –donde los movimientos de los Estados son respuestas lógicas y coherentes hacia los retos estratégicos que se les presentan– es una jugarreta que sólo tiene sentido para los funcionarios jubilados del Pentágono y para algunos comentaristas despistados.
En la conducción de una política exterior, los factores internos pueden llegar a ser igual o más importantes que las cuestiones externas. Así, por ejemplo, el apoyo actual e irrestricto de Estados Unidos a Israel no puede explicarse a partir de consideraciones estratégicas, sino con referencia a la acción de diversos grupos muy influyentes en los círculos políticos norteamericanos: el famoso lobby israelí. Bajo ese esquema, se puede entender también la postura del gobierno iraní en torno a su proyecto nuclear. Si bien, éste es producto de la percepción de inseguridad que actualmente impera en la República Islámica; es también producto de las pretensiones del sector militar dentro de la burocracia estatal.
Aunque algunos observadores, manipulando la evidencia y arrojando conclusiones sesgadas, insisten en analizar la política exterior egipcia de la época posterior a Hosni Mubarak desde una perspectiva geopolítica o antiimperialista, la inclusión de factores internos es una tarea ineludible en este caso. Por ejemplo, en la edición del 6 de septiembre del diario La Jornada, Ángel Guerra comentó: “La unipolaridad que se ha pretendido imponer tras la desaparición de la Unión Soviética es resquebrajada por sus guerras de agresión y su economía de casino, los pueblos cobran conciencia de que la globalización neoliberal, lejos de ofrecerles una vida mejor agrava todos sus males y conduce al exterminio de la especie humana. […] Egipto –potencia intelectual y militar– renace con el soplo de aire fresco de su rebelión popular, después de haber sido disminuido a peón estadunidense-israelí desde la muerte de Nasser”.
Habría que recordarle a Guerra que antes de la visita de Muhammad Mursi a Irán, Hillary Clinton, secretaria de Estado norteamericana, visitó Egipto aún en medio de las protestas de ciertos sectores de la población, y que a finales de este mes, el presidente egipcio realizará una visita oficial a Estados Unidos. Además, no se puede dejar de lado el hecho de que Mursi ha estado buscando vorazmente un financiamiento de 5 mil millones de dólares por parte del Fondo Monetario Internacional (FMI), a pesar de que Christine Lagarde, directora de esta institución, ha puesto como condiciones la reducción de los déficits fiscal y de la balanza de pagos. El alegato de que Egipto ha renacido, y ha lanzado una política antiimperialista se derrumba ante esta evidencia.
En los últimos dos meses, las dos variables más importantes en la definición de la política exterior egipcia han sido, por un lado, la necesidad del gobierno por ensanchar su presupuesto y, de esa manera, disminuir el descontento de la población (sobre todo ahora que su permanencia en el poder depende, en gran medida, del escrutinio público) y, por otro lado, el forcejeo con el sector militar en la definición institucional que habrá de servir de marco para el juego político en este país: en términos simples, la redacción de la Constitución.
Bajo este esquema se pueden explicar los aspectos más relevantes de la política exterior egipcia desde julio. La visita del presidente Muhammad Mursi a China tuvo como principal objetivo firmar acuerdos para facilitar la inversión del país asiático en Egipto y, así, reactivar la deteriorada economía. Esta situación también ha obligado al gobierno egipcio a buscar desesperadamente dinero del FMI y mantener reuniones con la directora de este organismo. En su visita a El Cairo, el Emir de Qatar se comprometió a otorgar un préstamo de 500 millones de dólares al banco central egipcio. La visita de Hillary Clinton sirvió para afianzar el reconocimiento de Estados Unidos al gobierno encabezado por un miembro de la Hermandad Musulmana. La posible reunión entre Muhammad Mursi y Barack Obama puede ser vista como parte de una estrategia por socavar la influencia del sector militar en la política del país del Nilo.
La asistencia de Mursi a la reunión de la Cumbre de los No Alineados en Teherán se debió a la necesidad de cumplir con un compromiso institucional. Ahí, el presidente egipcio tuvo la oportunidad de exponer su supuesto compromiso con la causa árabe, alzando la voz en favor del pueblo Palestino y condenando la represión del régimen sirio a su población, lo cual, despertó la desconfianza del gobierno iraní. Desde esta perspectiva, no es exagerado decir que la creación de un Estado Palestino y la posible intervención militar en Siria no son temas cruciales de la agenda de política exterior egipcia. n
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