Tiempo de Adviento. Quizá suscite nuestro interés el saber qué significa este tiempo del ciclo litúrgico de la Iglesia; si es así, podemos buscar un fundamento sólido en el análisis sociológico que aborda el sentido que adquieren los ciclos festivos de la cultura popular, gracias a los cuales podemos identificar no tan solo los periodos estacionales del año, sino también a vivir el tiempo específico por el que transcurre nuestra vida cotidiana. Existen comunidades enteras que prácticamente trabajan y se afanan una gran parte del año calendario, para poder dedicar un tiempo especial simple y sencillamente a la fiesta, entendida ésta no como un receso o descanso individual, sino como un evento participativo por excelencia y estrictamente para revitalización de la sociedad de pertenencia. Esto quiere decir que el tiempo de labores, esfuerzo, penalidades, cansancio, sacrificio personal adquiere su más profundo significado cuando se orienta y culmina en la ruptura de la cotidianidad que instala a fiesta.
Hoy, estamos en adviento. Es el tiempo de la espera en un alguien muy particular, aquel a quien se había tenido por centurias como el Ungido, el salvador de su pueblo. Una persona fuera de lo común, cuyo natalicio estaba ya anunciado en las profecías consignadas por los libros sagrados del pueblo judío, escritos por la autorizada Dabar Yahweh/ Palabra de -quien es capaz de decir-: Yo soy el que Soy. Persona que tiene el poder de partir el tiempo en dos, antes y después. Persona de excepción que afirma ser el Hijo de Dios. Persona eje del nuevo reinado que está viniendo a este mundo. Síntesis de nuestra tradición Judeo-Cristiana que viene de la antigüedad y se renueva año con año en el ciclo ceremonial de la Natividad y la Epifanía. El reemplazo del misterio pagano helénico-romano, que instaura la nueva era salvífica. Signo y símbolo de lo que en nuestro mundo panamericano y amerindio aparece como el mensaje evangélico de Salvación.
Este sistema simbólico que heredamos del catolicismo europeo-español, se ve reproducido año con año entorno a la Navidad, y se convierte en ciclo de cierre del año calendario, en la estación de invierno para el hemisferio norte, y se simboliza en el fruto promisorio de la cosecha. De manera que los productos y frutos recolectados constituyen el recurso económico de nuestro Fondo Ceremonial que instala la fiesta de la gran familia social que conformamos y, por extensión, de toda la humanidad.
Para expresar simbólicamente, más por la intuición y la emoción que el razonamiento, evoco algo que ya antes había escrito. Espera del que ha de venir es: – Apocalipsis/ Revelación/ fin del mundo/ primer domingo de adviento/ año litúrgico/ comienzo/ primer domingo/ Fiesta/ gritos de espera/ Mesías al arribo/ domingo, entonces Shabat/ luego, el fin/ el primer día. Parto, nacimiento, espera/ llanto, grito, lágrima/ risa/ estallido/ sangre, nieve/ aliento, garganta/ vida/ agitación, ternura/ acogida, cogida, escogida/ gesto, signo, símbolo/ sacramento/ Palabra, signo símbolo/ sacramento/ gesto, palabra/ sacramento/ visitación, anunciación/ aceptación, concepción/ parto, nacimiento, gloria/ paz, Dios-nacido/ epifanía, fuga, peregrinación/ exilio, éxodo/ retorno, silencio, resto/ crecimiento, madurez/ consciencia, misión/ desierto, arena, hambre/ aniquilamiento, anonadamiento/ sed, justicia, Palabra/ autoridad, Sabiduría/ poder, pecado, perdón. Curación, Ley, impureza/ lucha trabada/ carne clavada/ presentimiento/ bondad entrañable.
Variables que, en conjunción, convergen en un centro de energía que llamamos: cuerpo. Cuerpo y campos de energías altero-físicas: la Trascendencia y la inmanencia del espíritu. Campo total e integral de energías que llamamos: Hombre, en masculino y femenino. Ese soy yo.
Y luego avistamos los últimos días con el Apocalipsis. Revelación de mi transitoriedad. Independientemente del advenimiento del Reino de Dios en la Parusía de Jesucristo, mi tránsito a la escatología intermedia no está tan remoto, todo es relativo, Einstein, ley, variables. A no ser por un evento extra-mundano, trans-histórico, mis días de transcurso en la peregrinación terrestre habrán acabado, digamos, para el próximo año 2048, si yo nací en 1948, serían para entonces 100 años. Ese resto que me quede para cumplir 100 años, es el pasaje de una peregrinación en la que me es desconocido el punto de mi alto, o mejor dicho, el punto personal de mi transformación que los teólogos llaman: “mi escatología privada”. Un acto de Gracia en Jesús, El Cristo.
Y es aquí, en nuestro kairós-ahora, que mi escatología personal y también la tuya es relativamente próxima. No, no hay desesperación ni desesperanza… Hay quietud y esperanza; por tanto, hay lucha e inconformidad. Inconformidad porque hay peregrinación, y la peregrinación no se hace sin reposo. El reposo verdadero es inconforme, porque es absoluto y lo absoluto hace posible lo relativo. La relatividad es cuestión de tiempo, es cuestión de espacio, es cuestión de variables: nombre, identidad, personalidad, entidad, unidad, bondad, justicia y belleza. Pero la relatividad no se entiende sin lo absoluto, y por ello estamos llamados a la Trascendencia, la aceptemos o no.
Sí, aunque yo y tú no lo queramos, nos interpela este Misterio. Un término, un tránsito, una simultaneidad de momentos reales: éste último momento de mi existir en la historia temporal y este primer momento de la nueva Vida: ¡Pascua! Don de resurrección, gratuidad absoluta, transformación ultra-física. Agustín: “mañana carne espiritual, hoy espíritu carnal”. Todo y Nada. Uno y Todo. Lo mismo y lo diferente. Unidad plural. Pluralidad una. De eso estamos hechos tú y yo, aunque no lo busquemos, aunque no lo queramos.
Interpelación a ti y a mí que nos llama a creer en la infinitud del Dios de Jesucristo, porque no entiendo sino mi radical relatividad. Es decir, la entiendo en cuanto la vivo como un evento de conciencia y, por tanto, de ignorancia. Ignorancia que es presupuesto de la Ciencia. La ciencia como un conocimiento relativo, siempre relativo, en búsqueda provisoria de Absoluto. Sólo la Sabiduría es Absoluta y connatural; por ello, para ser inteligentemente ignorantes hay que caminar en la humildad científica y, desde esta toma de postura, en el abandono humilde, alcanzar la Sabiduría en Absoluto.
¿Es esto posible? Aquí las paradojas se vuelven certezas y las certezas paradojas. Piensa, si no. Absoluto es absolución, por tanto, es lo a-jurídico por excelencia. En lo absoluto no hay leyes, hay la Ley de la No-Ley y ésta no puede ser otra que el Amor. El amor es una energía sincronizante, por ello necesita aquí en la Historia, de la dialéctica diacrónica de la Justicia. Justicia que es trascendencia de lo privado para crear un vacío plenificable por un socio. Socio y “ego” al estar dialécticamente opuestos, dispuestos e impuestos deben acordar -en concordia- el estatuto último, primero e inmediato de su gestión. Gestión-con-el-socio que no es otra cosa que co-gestión, o mejor cogestación de sus condiciones de posibilidad, siempre mutuas, sociales, diferenciadas y personales. De manera que no es posible la autogestión de la persona sin la hetero-gestación de la persona de los otros, y de los otros cuerpos sociales. Es así como se da la socio-gestación de la libertad personal.
Soy relativo y, por tanto, indispensable. Indispensable no para la marcha absoluta de la sociedad humana. Pero sí para la marcha relativa del campo de fuerzas donde me sitúo. No es lo mismo presencia que ausencia de energías. Una cosa y la otra causan el cambio de fuerzas y, por tanto, el campo de fuerzas resultante es transformado.
Soy indispensable en cuanto que me sitúo como una variable en el campo de energías de “mi-mundo”. Así, pues, soy relativo porque mi escatología personal (las cosas últimas de mi vida) queda cifrada en un evento histórico que es, en realidad, un cuadro gravitacional de energías, y éste es previsible, posible, factible. Es mi presencia de hoy, y mi ausencia de mañana. Amada y amante no existen sino siendo indispensables el uno para el otro. Y, paradójicamente, la energía que los une es su “alteridad”, su capacidad de ser otros. Por eso la escatología, ya sea personal o social, es del hombre total, de los hombres todos, ya sean en masculino o en femenino. Seremos transitorios, sí, pero no superfluos. Es ésta la libertad gravitacional que nos da el Amor.