Discutir de ciencia con la Virgen / Economía de Palabras - LJA Aguascalientes
23/11/2024

El concepto mismo de una entidad divina, la posibilidad de redención, la vida eterna o la gracia divina me escapan y sobre ello podría usar palabras más imprudentes, sin embargo, desestimar las creencias de otros por la simple satisfacción (posible) de hacerlo me parece cuestionable y por momentos simplemente absurdo.

Mirar con un aire de superioridad intelectual a quienes creen o a quienes forman parte de cualquier culto por simple hecho de estar fundado por una creencia que se asume como falsa es un disparate mayúsculo. Ridiculizar por asociación a quienes creen, como si este hecho por sí solo jugase un papel preponderante para juzgar sus capacidades intelectuales me parece patético.

El discurso de que existe una oposición a negros y blancos entre las creencias religiosas (o espirituales en su conjunto) y el método científico o con la simple y llana razón está fundado en un justo rechazo de quienes desean vivir en una sociedad liberal donde no deberían ser impuestos los deseos de otros de manera coercitiva. Es decir, el rechazo a las creencias religiosas y la consecuente ridiculización de quienes creen, mucho tiene que ver con el inadecuado carácter público que cobran esas creencias.

Rechazar el aborto o sugerir que los homosexuales están enfermos por una lectura particular de una doctrina religiosa es el reflejo nítido en un espejo donde del otro lado están las burlas y los cuestionamientos sobre las capacidades intelectuales. Esta situación no solo no ayuda al debate, impide cualquier posible acuerdo sobre los principios que deberíamos respetar todos.

No se puede pedir una irrestricta libertad al culto sin reconocer que el mismo principio le otorga la libertad a otros de amar a quien les plazca. No se pueden pedir respeto a los principios elementales de una democracia liberal sin estar dispuesto al menos a formar parte de una discusión. Saber que las posibilidades de llegar a un acuerdo sean mínimas no significa que la argumentación está de más.

Ejercitar las virtudes argumentativas, exigir que se respeten los requisitos mínimos del debate es un buen punto de partida para entender al otro y con ello encontrar soluciones, aunque sean provisionales, para mejorar la convivencia y la consolidación de una sociedad plural.

Como es costumbre, Mario Gensollen, en su columna de ayer en este mismo medio (El poder acumulativo de las razones, El peso de las razones, 12/12/2016) nos brinda con claridad una explicación sobre las reglas e implicaciones prácticas de la argumentación que es de suma relevancia en este caso cuando dice: “la mayoría de las veces argumentamos con propósitos distintos a resolver diferencias de opinión. […], si el rasgo distintivo de la argumentación fuese la resolución de conflictos, deberíamos reconocer que casi siempre fracasamos argumentando. Es muy difícil y poco común convencer a la otra parte de nuestro punto de vista simplemente argumentando. Por ello, la mayoría de las veces nos decantamos por violencias que difieren en grado: desde una guerra hasta una imposición poco violenta.”

Deberíamos reconocer que en muchas ocasiones el trasfondo de los encontronazos (de palabra) entre creyentes y agnósticos/ateos sobre las virtudes y defectos de las creencias del otro poco tienen que ver con una labor de convencimiento o con un verdadero compromiso con el ejercicio de la argumentación. En su lugar lo que hay es un intento de imponer, lo cual implica necesariamente la violencia en algún grado, una creencia que sostienen con gran estima. Lo que habría que decir entonces es que se trata de una competencia por hacer lucir al otro como idiota no un debate.

Sin el afán de ridiculizar ambas posturas, basta observar el detalle de aquello que ofrecen como argumentos para notar que ambas suelen estar encumbradas en una garrafal ignorancia de aquello que pretenden defender.


Por el lado de la ciencia, su método y su poder para describir el mundo el cual suele ser el caballo de batalla del progreso mientras que del otro se encuentran los dogmas y un cúmulo de interpretaciones locales sobre aquello que implica formar parte de un culto, y claro está, las buenas costumbres.

De las creencias religiosas no pienso decir gran cosa pues me reconozco ignorante, pero sobre la ciencia y su defensa me parecen importantes al menos dos cosas. Señalar que requiere de un esfuerzo permanente y concienzudo por informarse, contrastar, debatir y consecuentemente aceptar que se está equivocado con regularidad. Y segundo que en este sentido la educación formal (no confundir con los modales ni con la moral) es un requisito y que lamentablemente, en el estado actual de las cosas, eso supone una barrera de entrada que en muchos casos resulta insalvable excluyendo así a millones de personas del debate científico.

Creer que emplear el método científico para atajar la realidad es una gracia constituye un grave malentendido. Que los ciudadanos podamos afrontar el mundo y sus hechos con la razón no es más que el requerimiento mínimo para la constitución de una sociedad liberal, prudente y plural. No es más que lo indispensable.

Es doloroso reconocer que con frecuencia fallamos en identificar que el entendimiento mutuo de nuestras diferencias debería ser el catalizador del debate y no fundamento del arsenal de donde salen las injurias y la burla. Lamentablemente la falta de empatía de aquellos simplones que con alguna pretensión azuzan a los desquiciados, que si los hay, (véase Marcha por la familia o discurso de odio) no permite que las partes más moderadas de ambos espectros puedan encontrar un común acuerdo de convivencia.

Si las limitaciones en cuanto a las capacidades científicas ya son bastas en nada ayuda hacer notar las diferencias de manera tan vulgar, sobre todo, cuando en muchos casos estas están ligadas a la falta de oportunidades.

Negar la evolución, afirmar que la tierra es plana, o que valdría la pena incluir en nuestros códigos penales la muerte a pedradas son disparates que podríamos sacar de la misma bolsa de la que provienen las afirmaciones sobre una doble implicación entre ser pobre y entender la religión de cierta forma o que la única iglesia que ilumina es la que arde. Ambos posicionamientos no sólo son nocivos, pues desestiman frontalmente al interlocutor, sino que demuestran un nivel muy pobre de entendimiento.

Es fácil señalar las carencias de aquel creyente que otorga sin restricción valores de verdad a todas las interpretaciones locales del culto del que forma parte, sin embargo, lo que se hace poco es señalar las carencias de quienes pretenden defender con tropelias a la ciencia.

Así como se suele cuestionar a aquellos creyentes que no han leído sus correspondientes libros fundacionales se le podría cuestionar a estos agnósticos/ateos confrontativos cuando fue la última vez que leyeron un documento científico revisado a pares. Podríamos encontrar muchos paralelismos entre unos y otros a tal grado que la división se vuelve poco clara y hasta cierto grado ridícula. Permítame ejemplificar.

En la biblia dice que puedes vender a tu hija lo cual es inaudito, pero por otra parte las relaciones probadas en una cantidad significativa de publicaciones científicas de algunas ciencias (particularmente la sicología) cuando han sido replicadas resultan ser menores a aquellas que se obtendrían del azar.

No podemos ignorar el hecho de que el papa puede hablar ex cátedra, lo cual hace del dogma católico vulnerable a cualquier disparate, pero tampoco podemos ignorar el gigantesco problema de legitimidad que enfrentan algunas disciplinas científicas derivado del escándalo de los P-Values y del P-Hacking.

Los resultados de la ciencia jamás son incuestionables. Ofrece la posibilidad de debatir y que ante la evidencia de mejor información que refute aquello en que se cree cambiar de parecer. A mi parecer la máxima belleza de la ciencia es que ofrece la oportunidad de estar equivocado.

A quien le gusta hacer burla de la gente por creer en la Virgen y los santos tal vez sería necesario darle un momento para reflexionar qué es lo que encuentra de valía en el método científico. Creo que si pudiéramos acordar en algo con esta gente es que la razón debería gobernar siempre, no obstante y sin juzgar, me queda claro que, entre la Virgen y estos agnósticos/ateos fanáticos, preferiría discutir de ciencia con la Virgen y evitarme así un concurso de ver quien grita más alto.

@JOSE_S1ERRA


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