Lozano / Tercera llamada - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Concluyó una administración del gobierno que, como cualquier otra, está llena de altibajo y claroscuros. Como siempre ocurre se decantan los críticos y toman valor para decir o escribir lo que callaron a lo largo del sexenio. Esa dinámica es tarea común y muy corriente. A decir verdad, es muy pronto para conocer los efectos de las obras y las consecuencias de sus omisiones.

Recordando al maestro Daniel Cosío Villegas en su ya clásico ensayo el Estilo personal de gobernar (1) cuyo propósito fue desentrañar el modo de gobernar por parte del presidente Echeverria a través de su carácter, temperamento, sus simpatías así como la educación y la experiencia que nutren la manera en que el elegido gobierna, podríamos señalar -sin temor a equivocarnos- Lozano no fue lozano. La RAE define al adjetivo como “persona saludable; vigorosa y frondosa dicho de una planta”. El aspecto abotagado y huraño del Carlos Lozano de la Torre dista mucho de su apellido, pero no mintió ni simuló. Antes y durante su administración era y es lo que se sabía de él. Un estupendo promotor en materia económica, eficiente y leal funcionario además de un hombre de familia. Pero también un tipo hosco, bebedor e intolerante, poco elocuente, un tanto desgarbado y sobre todo desconfiado.

Al margen de las sutiles cartitas anónimas de supuestos “amigos” que rayan en la cobardía, los cuales intentaron desacreditar su administración y sus seres queridos, lo cierto es que sobresale su profunda desconfianza con y por la gente.

Se podría decir que fue un gobierno “dinástico”. Su círculo cerrado lo integraron miembros familiares; casi casi se podría despachar en la alcoba y decidir en la cocina asuntos de gobierno. Incluyó al mayor número de cachorros revolucionarios (parientes de exgobernadores) en su administración suponiendo blindaje y ofreciendo apertura, que a la postre fue un fiasco. El protagonismo de su esposa Blanca Rivera Río fue -a todas luces- clamorosa. Quizás más por necesidad que voluntad. Acompañar al gober a todos lados no suele ser una condición común ni general de una primera dama. Sin embargo, se sabía que era el único ser en contener y controlar los desmanes del gober. Además, aceptemos que la señora Blanca tiene un encanto personal y una sensibilidad social que contribuyó considerablemente a paliar aspectos públicos que pudieron haberse desbordado.

Carlos Lozano nunca fue popular, ni quiso serlo. Ganó a empujones sus elecciones y gobernó en familia. Sus luces ahí quedan; Nissan II y sus filiales con un impacto de miles de fuentes de empleo, finanzas sanas, planeación urbana a escala, obra pública concluida la cual quedó en total abandono por el “corruptazo” de Reynoso Femat (queda pendiente el juicio), inversión en cultura al máximo, la recuperación de la seguridad pública y el consecuente nivel óptimo de la calidad de vida que caracteriza al estado. No es poca cosa.

Sus sombras relevantes ahí quedan; El PRI al que le dio nula importancia y cayó en una mediocridad inverosímil; la fractura con sus congéneres Óscar López Velarde y Javier Aguilera despierta sospechas… su fe ciega a Paco Chávez el Querubin del gabinete el cual provocó sendos dolores de cabeza por su frivolidad y falto de gallardía; un estado verde que lo único verde lo fue el propio titular Jorge Durán y -por supuesto-, ay pena penita Pena con una comunicación social delirante, encuestas maquilladas y en exceso caras producto de una ambición desmedida (lista enunciativa más no limitativa). Sin abundar más en el tema, se podría señalar que Lozano abrazó con fuerza la fórmula de Don Porfirio “Mucha administración y poca política”, es decir, supuso que bastaba acrecentar la riqueza mimando a los industriales de gran calado y presumiendo variables económicas para que se reflejaran en las urnas de manera automática. Esto fue un craso error. Para prueba un botón, se perdió de todas… todas y fue el principal responsable que Gregorio Zamarripa no alcanzara la curul.

Ya para concluir, en términos taurinos y con todo y todo -según yo – Lozano, cumplió, pero se le fueron las orejas.

(1) El estilo personal de gobernar, Cosío Villegas, Daniel, Joaquín Mortiz, 1974



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