Con el fallecimiento del comandante en jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, el 25 de noviembre, volvieron a la mesa del análisis y de la opinión pública, muchos elementos del debate sobre el socialismo real y el liberalismo-neoliberalismo político. Desde luego que el punto de partida es el inicio del movimiento armado de la revolución en Cuba, pasando después por los tiempos del bloqueo económico establecido por los Estados Unidos y por el impulso a los movimientos de liberación nacional en América Latina y en países africanos, hasta llegar a los días de la revolución social bolivariana, propulsada por el extinto presidente venezolano, Hugo Chávez.
Entre las características presentes en los análisis que se han publicado en los últimos días, están el debate y la polémica sobre los beneficios y los perjuicios de la obra de la Revolución Cubana. Por un lado, se encuentran los que aceptan los perjuicios habidos, como necesarios, ante los grandes beneficios recibidos por la liberación y la dignificación de los ciudadanos, por los mejores niveles de educación, salud, cultura, vivienda, protección civil, etcétera, logrados en los casi 60 años de vigencia del gobierno revolucionario.
Por otro lado, también están presentes los que consideran que los beneficios recibidos de la revolución quedaron truncos con los perjuicios causados a los derechos humanos, la democracia, las libertades, y al desarrollo económico. Efectivamente, el debate que hoy observamos en los medios de comunicación, también ha sido confrontación social en el pueblo cubano a lo largo de las décadas.
Para dirimir controversias como estas que suceden en los campos político y social, suele hacerse el llamado al “juicio de la historia”. Cuando la polémica se convierte en rebelión o en oposición y censura, la defensa consiste en hacer un llamado a la historia para que sea la que lleve a cabo el juicio, y determine, finalmente, si lo que está sucediendo es útil y genera beneficios o no.
Cuando el joven doctor en derecho civil fue llevado a juicio en octubre de 1953, por haber organizado y dirigido los asaltos a los cuarteles de Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente, el 26 de julio del mismo año, terminó su brillante defensa diciendo a sus juzgadores “Condenadme, no importa, la historia me absolverá”. Antes había afirmado que “Lo inconcebible es que haya hombres que se acuesten con hambre mientras quede una pulgada de tierra sin sembrar; lo inconcebible es que haya niños que mueran sin asistencia médica, lo inconcebible es que el treinta por ciento de nuestros campesinos no sepan firmar, y el noventa y nueve por ciento no sepa de historia de Cuba…” (tomado de Telesur, 27 de noviembre de 2016, en la red).
Con otros personajes, y en ocasiones distintas, también encontramos el llamado al juicio de la historia. En 1923, Adolfo Hitler intentó un golpe de estado, y en su defensa afirmó “La diosa del eterno juicio de la historia rasgará sonriente la acusación del fiscal y el juicio del tribunal, porque ella nos absuelve” (citado por Ricardo Carreras en su artículo Fidel Castro: la historia le absolverá, en el sitio de la red La voz libre). También el presidente Enrique Peña utilizó este recurso en su mensaje de inicio del 5 año de gobierno cuando expresó “No les pido que hablen bien del presidente (dirigiéndose a servidores públicos convocados al evento). Dejen que el juicio de la historia hable del presidente” (La Jornada, 2 de diciembre).
La pregunta, entonces, sería ¿en qué consiste el juicio de la historia? Cuando a Fernando Henrique Cardoso, profesor universitario y expresidente de Brasil, lo entrevistaron sobre el juicio de la historia (Sitio Clarín en la red, 24 de septiembre de 2016) para Lula Da Silva y Dilma Rousseff, respondió del primero diciendo que “Le tocó un gobierno más organizado y la abundancia de los commodities… Pero no sé por qué se dedicó a socavar su historia. Es una lástima. Esto la historia lo va a balancear, dirá lo bueno y lo malo”.
La historia, en definitiva, recoge lo que es el sentir de las personas cuando se vuelve una idea común. También Cardoso habla de las marchas de protesta ciudadana contra Rousseff, en el año 2013, por su política económica diciendo que “el sistema contemporáneo mundial no ha logrado todavía hacer una bisagra entre los movimientos y las instituciones. Los movimientos por definición desaparecen si no hay dónde asentar sus decisiones, que son las instituciones. Como las instituciones son sordas al movimiento, el movimiento también es sordo a las instituciones”. Tales ideas son, por lo tanto, los ingredientes del juicio de la historia, que van determinando consensos en un sentido o en otro.
De esta manera encontramos juicios de la historia que contienen elementos similares: en México se ha ido transformando la idea del presidente dictador Porfirio Díaz, al que, en un tiempo, se le señalaba que “si no hubiera permanecido tanto tiempo en el poder, sería otra cosa” en la historia del país. En Cuba sucede algo parecido cuando se señala la larga permanencia del Comandante Castro en el poder, sucedido en la presidencia por su hermano Raúl, de 85 años de edad (el periodista Raúl Rodríguez tituló su columna Gran Angular en El Universal del 30 de noviembre, “El error de Fidel”).
Sin embargo, aunque las opiniones sobre el papel histórico que tuvo Fidel Castro en Cuba están divididas, el efecto de la formación de conciencia social y política que tuvo en generaciones de jóvenes latinoamericanos, también dividida en positiva y negativa (es decir, o a favor del llamado socialismo real y su estilo particular, o en contra de éste por su falta de respeto a los derechos), se convertirá en la gran aportación al desarrollo de la soberanía y dignidad de los pueblos, que será la identificación del juicio de la historia.