- La extrapolación de las contradicciones sociales lleva a personajes y escenas que se vuelven verosímiles sólo por la construcción literaria de un autor que se expresó en el relato como uno de sus géneros predilectos
El ambiente era cínico, espontáneo, civilizado, pero también estaban los tiempos, los fuegos de San Telmo en la razón, la irreal posibilidad de la realidad. Un mundo de atmósferas habituales mezclado por primera vez con la extravagancia ardió crepitante. Se instauró de pronto la vida anómala en la que había que entender las voluntades del dinero y lo que significaba la moda, o ser una niña bien. El ídolo y el icono enfrentados con sólo un puñado de años para vencer o caer derrotado.
Concitar géneros y subgéneros experimentalmente es un rasgo de la narrativa de Carlos Fuentes. No obstante, Omegar Martínez encuentra que “es en sus cuentos donde el autor presenta y se auxilia de los más inusitados puntos de vista, juegos temporales y vueltas laberínticas, donde las historias son simultáneamente de instantes y eternidades”, suma la idea que es esta, quizá, la parte más literaria de la obra de Fuentes, “aquella que celebra la libertad permutante del mundo en el relato”. Desde esta óptica desarrollada en el prólogo, a través del Programa Nacional Salas de Lectura, la Secretaría de Cultura publica el libro, Carlos Fuentes. Cuentos completos.
El volumen presenta los cuentos conforme fueron publicados, el criterio ha sido compilar los textos que el mismo autor calificó como cuentos o relatos. Desde el primero que publicara a la edad de 21 años en el semanario Mañana corre el orden: Los días enmascarados, Cantar de ciegos, Cuerpos y ofrendas, Agua Quemada, El naranjo o los círculos del tiempo, La frontera de cristal, Inquieta compañía, las antologías Cuentos naturales y Cuentos sobrenaturales y Carolina Grau.
Es el tiempo el hábitat más fantástico, la dimensión más inquietante y siniestra que transitamos con el reloj puesto, como si no tuviera un algo de demoniaco. La desfiguración del tiempo operando una transfusión entre lo desértico y lo vital, el movimiento y la parálisis en el cuento “La bella durmiente”. Un Sigfrido rubio, de ojos azules era el ingeniero alemán Emil Baur, conocido en Chihuahua aunque nadie sabía quién era, salvo que llegó a México a principios del siglo XX y luego hizo una fortuna explotando minas. Baur fue el enlace secreto entre el káiser y Pancho Villa en la alianza que se buscó contra Estados Unidos. El intento se prolongó con el Tercer Reich, pero frustrados los intentos, viajó una temporada a Alemania para terminar por regresar a Chihuahua, construirse una mansión neogótica en medio del desierto y casarse con una menonita. Nadie conoció a la novia, salvo por la vaguedad de su nombre: Alberta Simmons.
Cubierta por un velo negro la condujo cargada en brazos a la mansión, nadie volvió a saber de ella, hasta la llamada que recibió en 1975 Jorge Caballero, médico graduado en Heidelberg, para atender el extraño caso de Alberta, “Toqué un pie blanco, sin sangre, un pie muerto. A mi tacto poco a poco regresó el color y el calor”. Alberta ha permanecido en esa circunstancia: encerrada, acostada y dormida en la misma habitación durante 25 años. Entre la conciencia y el síncope, entre lo inaceptable y lo verdadero.
En los hornos de lo siniestro sigue cocinándose “La muñeca reina”. Ya han pasado más de diez años cuando vuelve aquella niña en busca del personaje principal, Carlos, a través de una nota que cae de un libro, “Amilamia no olbida a su amigito y me buscas aquí como te lo divujo”. Las palabras que así se desprenden sacuden el árbol del olvido, y lo estático se vuelve insoportable. Al intentar recordarla, la niña de siete años está congelada. Detenida como en un álbum quedó atrapada la vivacidad, sus carreras cuesta abajo en el parque donde lo buscaba mientras él, un muchacho de 14 años conocía por los libros a Huckleberry, a Genoveva de Brabante… El tiempo es continuidad que sólo necesita ser rastreada, detrás de alguna puerta del barrio que circunda el parque puede estar la clave que lo lleve hasta Amilamia. Y sí, desde una calle alcanza a ver colgado en un tendedero el mandil de cuadros azules que usaba su amiguita. A la normalidad de la casa, se antepone la extrañeza de su atmósfera, las huellas que pueden verse de las llantitas de una bicicleta, una revista de historietas, un lápiz labial tirados en el suelo en la casa de un matrimonio atrapado en otro tiempo, pero sobre todo, una muñeca reina, una muñeca de porcelana…
En “Nowhere se agrupan múltiples microrrelatos que construyen un cuento entero”, escribe Omegar Martínez. Situado en una difusa Edad Media, los personajes Celestina, Pedro, Felipe, Simón y Alonso se encuentran huyendo cada uno por distintas causas y de diversas formas: Celestina huye del trauma de una violación; convencida de que ha sido tocada por el demonio, accede a personificar el deseo, a encarnar a la hechicera o la loca. Las posesiones de Pedro fueron arrasadas por el fuego que encendió el Señor feudal, su huida es el sueño de encontrar otra tierra y para ello decide construir un barco. La controversia entre el monje inquisidor y el estudiante de teología, Alonso, discurre entre la sentencia del primero de que hay que aceptar el estado del mundo, vivir pacíficamente en ese orden es la promesa de la bienaventuranza, el estudiante ve un mundo en el que Dios está ausente, secuestrado por unos cuantos que lo alejan de quienes aspiran a conocer su gracia, la desavenencia lo obliga a huir para librarse de la hoguera.
Felipe ha presenciado la brutalidad del poder en manos de su padre, el Señor feudal. El único monje dispuesto a cumplir con su deber de atender y curar a los enfermos de la peste, es Simón, quien deambula entre muertos e infectados. El alcalde de la ciudad le propone que saque a los presos de la cárcel y los convenza de limpiar la ciudad a cambio de la libertad. Así lo hace y los condenados acceden; jugándose la vida, los que sobreviven escuchan el anuncio de que son libres, pero el alcalde, viendo la ciudad salvada ordena que vuelvan a la prisión. Todos huyen, pero como al hombre no le queda sino buscar un ideal, cuando azarosamente se van encontrando con Pedro, asumen el mito del arca de Noé. La construcción va en el sentido de un nuevo orden, cada uno tiene un sueño y la idea de cómo lograrlo, para todos el riesgo, el peligro son partes de ese ideal. Las diversas utopías pasan por la revolución, por la muerte del espíritu, por la idea de que cada hombre sea Dios, por la abolición de la enfermedad y la muerte. Para Felipe sólo hay una utopía a la cual conduce al grupo, su mundo ideal es la vuelta a la ciudad, “la utopía no está en el futuro; no está en otro lugar. El tiempo de la utopía es ahora. El lugar de la utopía es aquí”. Pero recuerde el lector, Felipe es el heredero, el hijo del Señor.
No hay frontera más terrible que la que se erige desde la individualidad; la que extirpa a otros por sus costumbres ajenas, por sus olores y comidas, por lo que veneran. Lo que hay del otro lado siempre es digno de desprecio. La frontera alcanza cualquier espacio, real o imaginario, ocurre así en el cuento “Las amigas”. Si algo distinguía a Miss Amy Dunbar, era su intolerancia a la raza humana, a eso se sumaba un cinismo proveniente de la amargura del fracaso de un amor que se extinguió por su frialdad; el asco a lo extraño. Pero cuando toda la servidumbre la abandona, Miss Dunbar entiende que necesita al menos una persona que la atienda y se haga cargo de la casa. A ese panorama llega Josefina desde México, obligada a viajar a Estados Unidos porque su marido se encuentra injustamente preso. A Luis María lo representa el abogado Archibald, sobrino de Miss Amy, es la necesidad la que conecta a las dos mujeres lo que permite dos personajes tan fuertes como vulnerables. El carácter truculento de Miss Dunbar se enfrenta a la sinceridad y rectitud de Josefina. El cuento se vuelve esperanzador al afirmar que las fronteras al final son sólo de cristal y que absolutamente todos somos seres fronterizos.
Bien podría ser México el Macondo de Carlos Fuentes, con matices proustianos, la región intercostal de sus sujetos, estirpes que se abren a un infinito, el desciframiento de una sociedad encabalgada en mundos dispares y discontinuos obligados a resolverse, son elementos que de igual manera nos muestran un mundo maravilloso y terrible.
En ese universo, de entrada contradictorio, aparece un personaje como el de la “Niña bien”, que va situándonos en el recetario de cómo conseguir marido rico a pesar de provenir de una posición humilde. Para serlo la primera condición es renunciar al origen, avergonzarse de él con determinación, para aspirar a subir un escalón (este tema ya se presenta desde el primer cuento publicado de Fuentes “Pastel rancio”), a toda costa hay que aparentar lo que no se es ni se tiene, porque cualquier bobo adinerado es presa fácil. Sin el firme sustento de un orgullo atesorado como única herencia, cualquier niña bien, está condenada al fracaso y por último, bajo ninguna circunstancia ceder ante el deseo de un hombre.
Frente al ídolo representado en elementos como la vecindad, espacio habitado sólo por aquellos que no consiguieron o no tuvieron siquiera la oportunidad de aspirar a algo más, están las casas en el Pedregal, el icono de la nueva vida posrevolucionaria, la insignia de los que sí supieron hacerla, de los que se treparon al caballo y bajaron dueños de la tierra. En el cuento “Fortuna lo que ha querido”, el personaje principal, Alejandro, que es un artista plástico moderno sentencia: “La obra es la realidad, no su símbolo”, aún así la dimensión simbólica es inagotable en los cuentos de Carlos Fuentes que tienen como tema un México oblicuo. “Calavera del quince” retrata los festejos y personajes del quince de septiembre. Noche falsamente festiva, noche terrible en la que se dirimen rencillas a golpe de cuchillo, en la que hay permiso de ser bestial porque se es muy mexicano. En el desfile de identidades cabe desde el sindicalista olvidado por sus compañeros en la prisión, el soldado “nalgafría” que lo cuida detestándolo, la mujer que espera con el féretro listo a que su hijito muera sumido en la pobreza absoluta, el Fifo que calienta su despecho con tragos de mezcal; la fiesta es sólo una tragedia.
Existe en otro espacio el dandy como Federico Silva, del cuento, “Las mañanitas” que todo los días comía en el Bellinghausen, en la misma mesa, “nada de abrazotes, gritos, quihúboles, vulgaridades, felices -los- ojos, quémilagrazos. Detestaba la familiaridad”.
El nescafé combinado con tequila que desayuna el General Vergara del cuento “El día de las madres”, es el símbolo puro de la mezcla de los Méxicos, su hijo, el licenciado Agustín Vergara, (quien a decir del padre no es más que un güevón), detesta las cenas que ordena en su casa el General: frijoles refritos, chilindrinas, champurrado. Agustín prefiere los filetes del Rívoli, el suyo es el país de las crepes Suzette. Plutarco, el nieto, se evade en su Thunderbird rojo que corre a toda velocidad por el Periférico, su mundo es la Rubia de Categoría, la Coca-Cola, Santa Claus. Falsos Rubens, muebles estilo Chippendale, arañas gigantes atiborran la casa del Pedregal. Sus historias son la estampa de un país unido sólo por “el amor a la Virgen y el odio a los gringos” y agregaríamos que también Garibaldi, donde van a parar todos los resentimientos, los dolores, el machismo y la revolución.
En el lado opuesto está el cuento “Estos fueron los palacios” y doña Manuelita, en el pasado fue parte de la servidumbre del General Vergara, cuando vivían en la colonia Roma. Al cesar sus servicios el General tuvo a bien pagarle la renta vitalicia de un cuarto en una vecindad de la calle Moneda. Ahora cuida de los perros del rumbo, cura los maltratos del que son continuado objeto y que mucho se parecen a ella y cuida de ese niño que le recuerda a su propia hija desaparecida. El niño Luisito, paralítico por una caída de las escaleras, vive convencido de un pasado glorioso y a doña Manuelita le recuerda a la Lupe, su hija falsamente paralítica. Vivir humillado por no tener nada, vivir cínicamente por tener de sobra, vivir en la tradición perpetuándola y aborreciéndola; ¿será esta la originalidad de México, su tatuaje?
Carlos Fuentes nació en Panamá en 1928. Hijo de un diplomático, se asentó en México a los 16 años y a pesar de ser bilingüe decidió que sería el español el idioma de su literatura. Su primer libro de cuentos, Los días enmascarados, se publicó en 1954. En 1955 fundó junto con Emmanuel Carballo y Octavio Paz, la Revista Mexicana de Literatura. En 1956 fue becario del Centro Mexicano de Escritores. Fue catedrático y conferencista en diversas universidades. Miembro de El Colegio Nacional desde 1974 y creador emérito del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Fonca desde 1994. Entre los reconocimientos que recibió se encuentran: el Premio Biblioteca Breve por Cambio de piel (1967), el Xavier Villaurrutia (1976), Rómulo Gallegos por Terra Nostra (1977), el Premio Internacional Alfonso Reyes (1979), el Premio Nacional de Literatura (1984), el Premio Miguel de Cervantes (1987), el Premio Príncipe de Asturias (1994) y la Legión de Honor del gobierno francés (1992, 2003). Su vasta obra, traducida a varios idiomas, abarca novela, ensayo, cuento, teatro, guión cinematográfico y análisis político. Falleció el 15 de mayo de 2012 en la Ciudad de México.
Carlos Fuentes. Cuentos Completos. Prólogo, compilación y notas, Omegar Martínez. Programa Nacional Salas de Lectura, Conaculta, México, segunda reimpresión, 2014. pp. 944.
Con información de la Secretaría de Cultura