Estimado lector, las elecciones estadounidenses demostraron lo dependientes que somos al país vecino. Un día las encuestas favorecían a Trump y el tipo de cambio se iba a los cielos. La siguiente encuesta favorecía a Hillary y el tipo de cambio bajaba drásticamente. La dependencia es cierta, es muy grande, pero… ¿tanto como para pensar que esa es la solución para el país, el que gane uno u otro candidato estadounidense?
La dependencia económica con los Estados Unidos viene de la exportación y de nuestra situación geográfica. Somos una de las fronteras más grandes del mundo con un solo país, y eso gracias al Tratado de Libre Comercio, ha hecho que las grandes industrias y empresas del mundo nos vean como el traspatio para hacer la maquila y vender al que todavía es el mercado más grande del mundo, al americano. Si los estadounidenses dejaran de comprar, la catástrofe para nuestro país sería mayúscula. Y dependemos tanto de los americanos porque no tenemos un gran mercado interno que pueda llevar a ese tan ansiado mercado comercial interno. ¿Y por qué no tenemos comercio interno fuerte? Pues porque al tener un enfoque generalmente maquilador, los sueldos que percibe la generalidad de los trabajadores mexicanos es muy bajo, que apenas da para la supervivencia mínima y no da para el pago de cosas “superfluas” como en Estados Unidos, además, esto ocurre también porque el sector financiero mexicano no otorga facilidades crediticias como lo hace el país vecino, que da crédito como si fuera dar volantes en un crucero de autopista.
Entonces, ¿qué nos convendrá más políticamente?
Eso no lo sé, en lo personal, la experiencia me dice que cuando se tienen más expectativas con respecto a un candidato a presidente que será mejor o peor con nuestro país, peor nos va como nación. El ejemplo perfecto es cuando el ranchero mexicano y el ranger texano, fueron presidentes, Vicente Fox y George W. Bush. Todo mundo veía similitudes entre ambos y que se estrecharía la relación bilateral. La realidad nos apabulló el 11 de septiembre de 2001, cuando el ataque a las Torres Gemelas y el mal manejo de la presidencia mexicana nos llevó a una situación de alejamiento que no se había manejado ni siquiera como un plan C.
Así que sea Hillary o Trump, es lo mismo. Los problemas no son ellos, somos nosotros, nuestro sistema político que no da para pensar en ser una gran nación. Un sistema político lleno de corruptelas, de chanchullos. En el que cuando se le delata a alguien del sistema como corrupto, los demás hacen hasta lo imposible para mantenerlo protegido. Los Duarte, los Moreira, y demás, de un partido o de otro, los amarillos como los tricolores y los azules, pasando por los naranjas y todo el espectro de colores. No hay una visión a largo plazo de país que nos permita pasar de maquilador a innovador. A creador de valor a largo plazo, como lo han hecho otros países entre ellos Corea, el mismo Japón y otros más que pudiéramos mencionar.
La otra asignatura es el privilegio a algunos cuantos y el desprecio a las masas que nuestra clase política hace de sus ciudadanos. Trump es xenofóbico, pero aquí tenemos políticos que marginan a los nuestros a sus compatriotas por el lenguaje, por su preferencia sexual o política, por su color de piel. ¿Quién es más xenófobo?
El problema somos nosotros. Para salir adelante, no deberíamos depender de los americanos, aunque lo hagamos ahorita, merecemos una clase política que tenga más cerebro y más corazón. No una que reclame “no me levanto todos los días pensando cómo joder a México”, el problema no es joder a México, el problema es levantarse pensando cómo voy a beneficiarme yo a costa de los demás, del pueblo; cómo puedo enriquecerme más, hacerme de esa mujer que sé que está casada pero que tiene un cuerpo de infarto y tiene que ser mía; de cómo utilizar el conocimiento y habilidades de tal o cual persona y terminar pagándole una miseria por un trabajo bien hecho y realizado.
Ese es el problema, no Estados Unidos, allá ellos SIEMPRE verán por sus intereses como país. Aquí, los intereses son del siglo XIX, como Antonio López de Santa Anna que veía por su interés personal. En desagravio a Santa Anna, al menos tenía los pantalones de subirse al caballo e irse a la guerra. Los políticos actuales ni siquiera son capaces de asomarse a una colonia, por el miedo a ser reconocidos y que les reclamen algo. A parte de traidores, corruptos, son cobardes.
Ni hablar. Algún día, cambiarán las cosas, lo que espero es que me toque verlo.