XIX
Es necesario hacer acopio de tapabocas o mascarillas y guantes desechables, pinzas, tijeras, cuchillas, navajas, termómetro oral, ganchos de nodriza, gotero, lupa, linterna, libreta y lápiz, caja de fósforos o encendedor, lista de teléfonos de emergencia, manual o folleto de primeros auxilios, pañuelos desechables, toallitas húmedas, manta térmica, colchones de aire, bolsas de plástico, vasos, platos y cubiertos desechables, aguja e hilo. Comida enlatada y un abrelatas. También una cacerola de cristal o porcelana para hervir agua y una estufa portátil de gas, queroseno o carbón.
Es muy útil tener algunas herramientas (martillo, soga, sierra, destornilladores, alicate, pala, clavos, tornillos, taladro…)
Además, también debe contener por lo menos tres galones de agua por persona (y cambiarla cada seis meses para mantenerla fresca), ropa de protección, impermeables, ropa de cama o sacos de dormir, radio a pilas, linterna y pilas adicionales, artículos especiales para bebés, ancianos, o familiares discapacitados.
Debe de guardar comida no perecedera en abundancia. Reemplace los alimentos almacenados cada seis meses (puede consumirlos o donarlos cuando termine la temporada de huracanes).
Deberá guardar en su casa dinero en efectivo y tarjetas de crédito.
Controle que siempre haya una batería cargada y un teléfono celular disponible.
“Lo echamos a cara o cruz o lo hacemos por la cara?” (Santiago Auserón)
Fueron ochenta y cinco llamadas perdidas. La fotógrafa había dejado su teléfono olvidado en el coche, compacto, de dos plazas, blanco y de una marca cara. El mío en la noche se había apagado por falta de batería y de previsión. Salí a buscarlo cuando al despertarnos necesitábamos saber la hora.
Eran las diez de la mañana y de las ochenta y cinco llamadas, setenta y tres eran de sus padres. Se veía hermosa y seria al mismo tiempo. Se puso aún más hermosa y más seria cuando le pasé el celular. Movía el dedo repasando todo lo no contestado. Puso a “Belle and Sebastian” en el reproductor mientras decía, más seria todavía, tenemos un problema. No dijo tengo sino tenemos. Habló.
–Podría ser “Sunday Morning”. -Sonrió y le devolví la sonrisa intentando mirarle la cara. Continuó. –Pero hoy es miércoles. -Volvió a la seriedad. –Tengo que llamar a mis padres. Están preocupados.
Le di la espalda para dejarla hablar con toda libertad.
–Quédate. -Lo dijo con esa naturalidad con que un amante le pide a otro que llegue más tarde al trabajo y que se quede un rato más.
Me senté a su lado y la agarré de la mano como si eso fuera a aliviar en algo la bronca que se avecinaba. Yo no sabía qué podían decirle sus padres tras no haber llegado en toda la noche a su casa. Me asombró lo rápido que lo solucionó con una excusa que involucraba unos planos, la casa de una amiga y haberse quedado dormida. Yo llegaba tarde a mi trabajo aunque no pensaba en eso. Nos vestimos rápido y salimos. Me atreví a preguntarle en la puerta del coche en el que no me montaría para que ella no tuviera que desviarse y regresara lo antes posible a su casa.
–¿Quieres salir conmigo? -Yo estaba pensando en otro día.
–Serás mi primer novio. -No me atreví a contradecirla.
Siempre he llevado un diario, pero aquella mañana al llegar a la oficina, nada más aceptar su solicitud de amistad y preguntarle cómo había llegado y que tal le había ido, comencé otro. Un diario tan íntimo que nadie sabría que era mío. Abrí un correo electrónico y una cuenta en una red social con mi nombre en femenino y los apellidos de mis dos amigos más cercanos. “¿Qué estás pensando?”. Contesté.
“Alejandra murió más o menos por los mismos días en que apareció X. Coinciden en muchas cosas y en muchas son diferentes. Es como si alguien hubiera dividido a una mujer ideal en dos, tres, cuatro o quince partes y las hubiera esparcido por el mundo esperando que las encontráramos sucesivamente. Pero llegó X y fue como si el azar hubiera decidido que suspendiera la búsqueda”.
Nos veíamos todos los días. Estar con la fotógrafa era como estar con ella pero con tranquilidad. Todos los días nos hacíamos una fotografía besándonos. Llamamos a esa carpeta en nuestras computadoras “Noctámbulos”. Por prudencia la recortábamos al subirla a las redes sociales. Sólo se veían dos marañas de cabello que nunca acababan de estar peinadas.
En el diario la fotógrafa se convirtió en una inicial, ella en un nombre inventado.
“Alejandra está enferma. Hay algo dentro de ella que no funciona bien. Algo así como un nervio que no conecta con otro, un látigo de neuronas que se mueve de un lado a otro. Nadie lo sabe”.
Fue también la misma época en que comencé a pensar en huracanes, en cómo las personas siempre pueden compararse con un fenómeno atmosférico. Pensé en los dulces brotes de mayo y en corales, en cirrocúmulos y tormentas tropicales. Pensé también en ojos, en los reales y en los que dan calma, una calma a punto de romperse siempre.
Poca gente estaba enterada de la simulación y por eso podía escribir con una libertad nueva e inesperada. El diario era como la fotógrafa, un descubrimiento continuo.
“X se desnuda diferente depende del tiempo que tenga. Cuando sabe que apenas tenemos unos minutos se queda en ropa interior nada más entrar al dormitorio. Si la noche, por alguna mentira suya o porque debíamos estar en otro sitio, promete ser larga, se tumba vestida y jugamos y fumamos. No creo volver a enamorarme de nadie como lo estoy de ella”.
Seguía, por supuesto, hablando con ella. De los problemas con su novio y de sus propios problemas. De cosas de trabajo y de canciones. Cada vez menos. Cada vez más monosilábico. Cada vez más “¿qué te pasa?”. Cada vez más “nada”.
Pensaba en ella.
“Alejandra es maravillosa pero jamás será mía. Esa certeza es cada día más poderosa, más recurrente, más cierta. ¿Cómo me siento cuando estoy con ella? Como en un festival de escenarios múltiples. Como en un pequeño museo en Londres. Como en una catedral gótica francesa. Es esa sensación de estar viendo algo a cambio de perder otra cosa. Es perderse en la claridad inaudita de un Veermer. Es sentirse en medio de un aire de cirio recién apagado. Una sensación de unicidad que termina. Que termina siempre”.
La echaba de menos.
Una noche la fotógrafa me preguntó quién era Alejandra. Le dije que nadie. Un personaje inventado para contrastar a X. No me creyó. Tampoco dijo nada.
Había momentos en que no sabía de quién estaba hablando.
“Todo amor es una urgencia, vive X. Lo vive. Y en su manera de vivirlo hace que el mundo ande. O, al menos, la noche que va cayendo. Insoportablemente rápida como una alarma en cuenta regresiva”.
Recordaba el poema de Vilas que ella había citado una de nuestras primeras noches. Yo no lo sabía de memoria pero lo había impreso y lo tenía frente a mí en el escritorio de la oficina.
“Todo me persigue, ciudades, cines, casas, cementerios. Si estoy con amigos, preferiría estar con amigas. Si estoy con amigas, me gustaría estar con enemigas. Si estoy con enemigas, me gustaría estar en casa durmiendo la siesta. Si me compro unos zapatos con cordones, en que salgo de la tienda y ando por la calle empiezo a envidiar a todos aquellos que llevan zapatos sin cordones. Y también me pasa con las camisas, las cazadoras, los pijamas, y las sandalias en el verano. Y también con las vidas: si me pienso abogado, preferiría ser médico. Si médico, sacerdote. Si sacerdote, hombre casado y con siete hijos. Si casado, soltero. Si soltero, viudo muy apenado. Si viudo, monje. Si monje, matador de toros. Estés donde estés, no has acertado por completo”.
Y me repetía una y otra vez esa frase. “Estés donde estés, no has acertado por completo”. Se lo envié a las dos. Las dos contestaron al mismo tiempo. Las dos con canciones. No abrí ninguna.
Nuestra historia nunca había comenzado. La de la fotógrafa, aunque nos lo negábamos otra vez con besos y urgencias, sabíamos que terminaría, aunque fue mucho más pronto de lo que esperábamos. Pensaba en las dos.
“¿Dónde comienzan los conflictos? ¿Con qué frase o qué malentendidos surgen? ¿Habrá algún modo humano de decir exactamente lo que se quiere decir? O, mejor aún, ¿Habrá algún oído tan perfecto que escuche justo lo que decimos y no lo que queremos decir, lo que los otros creen que queremos decir? Un espejo tal vez sería la solución. Pero los espejos se rompen y son lo más difícil de arreglar”.
Pensaba en las dos y no sabía con cuál de ellas hablaba.
“¿Pensará ella lo mismo que yo? ¿Se dará cuenta de que todo, lo bueno y lo malo, es inevitable? ¿Cómo sabes que el iceberg es inminente si sólo se ve una décima parte de su superficie? ¿Qué nos deparará el futuro? ¿Existe el futuro? ¿Existe algo salvo la siempre incierta incertidumbre? ¿Pensará ella lo mismo que yo?”.
Aun así, ella con el director, yo con la fotógrafa, encontramos tiempo para vernos. Yo la escuchaba. Cuanto más tiempo estuviera hablando de ella, menos tendría para preguntar. Hablar con ella era como volver a los tiempos de la escuela cuando los niños alargan la clase innecesariamente con preguntas tontas para evitar que el maestro deje o revise la tarea. Era un estar juntos sabiendo que nos esperaban, a ambos, nuestras obligaciones cotidianas, esas justamente a las que sabíamos que si volvíamos nos aburrirían.
Viviendo en una ciudad tan pequeña, ella acabó por enterarse de lo del seudónimo y el diario publicado. Lo dejó caer en uno de nuestros cada vez más espaciados y más cortos encuentros. Ya ni siquiera podíamos, por tiempo, terminarnos una botella. Uno de los dos tenía siempre que estar en otro lado.
Estábamos sentados en uno de nuestros lugares habituales, un lugar que también frecuentábamos cuando no estábamos juntos, cuando estábamos juntos con otros. Lo soltó a bocajarro.
–Me gusta lo que escribe Luisa.
Intenté parecer sorprendido.
–¿Perdón?
–Luisa. -Siguió como si no me hubiera escuchado. –La chica que está enamorada de dos chicas a la vez.
Volví a intentarlo.
–No sé de qué me hablas.
No se molestó en explicarse.
–Ojalá sean felices.
Aquella noche hablamos demasiado sin llegar a ninguna conclusión. Recuerdo que lo último que dijo fue algo así como “mañana nos veremos en la exposición”. Yo no sabía ni de qué mañana ni de qué exposición estaba hablando.
A la mañana siguiente la fotógrafa nos invitó a una colectiva de estudiantes de arte con textos de poetas locales.
–Me interesa ver lo que están haciendo y a ti te interesa la poesía. -Ordenó. –Vamos.
Como era lógico la fiesta en la que al final se convirtió la inauguración estaba llena de conocidos comunes. La fotógrafa se lanzó al baño, quince minutos con uno solo para tanta gente. Ella me llamó desde el jardín del bar. Me acerqué. Me besó en la boca y nos separamos sin decir ni una sola palabra.
Pasó una semana sin hablarme por ninguno de los medios habituales hasta que llamó y fue, como siempre, directa.
–Que tienes novia. -Sonaba entre la afirmación y la pregunta.
Si era una pregunta, no la contesté. Si era una afirmación se la devolví. Intenté sonar todo lo tranquilo que no estaba.
–Tú también tienes novio. -Me reafirmé. –Y tú lo conseguiste antes.
–Tengo novio porque tú me dijiste que le dijera que sí.
Ya habíamos tenido esa conversación antes y se acercaba la época de los cumpleaños.