¿Ha tenido la idea de que su hijo o hija puede ser asesinada por simplemente ser, existir? Este es el pensamiento de varios padres y madres cuando la persona a la que cuidaron sale del clóset para manifestar que su orientación y/o identidad sexual es distinta a la que socialmente se ha impuesto; sentir que tendrán que defender a quien aman hasta con los dientes es recurrente y aún más presentir el acecho de una muerte obscena: “no quiero que termines así… apuñalado”, “no quiero que te maten a golpes”, “no quiero verte tirada en un lote baldío”. En verdad, dese unos minutos para pensar en un ser amado, hija, hijo, amigo, amiga… y trate de imaginar que le balean, estrangulan, laceran o queman… por existir, por simplemente ser.
En menos de un mes se han logrado visibilizar de manera exponencial los transfeminicidios, los asesinatos de mujeres transexuales. En los primeros cuatro meses del año 2016 la organización mundial Transgender Europe había registrado 100 homicidios contra personas trans y de otras identidades en 65 países, pero tan sólo en el último mes se han dado a conocer públicamente 12 casos en México.
Hasta el momento no se había discutido en la opinión pública la problemática de estos crímenes lo cual no es azaroso, pues las muertes en la Ciudad de México de Paola, una trabajadora sexual baleada en vía pública, y de Alessa, encontrada en un hotel con señales de estrangulamiento, lograron posicionarse debido a la fuerza y el coraje de familiares, amigas, amigos y organizaciones civiles; a su exposición en la Internet, en especial los minutos de agonía de Paola y la captura de su agresor (ahora libre); pero también -y no es mención introducida con calzador–, después de las movilizaciones de conservadores en el país es prudente cuestionar: ¿estos actos de violencia estarán relacionados?
Esto no significa que el Frente Nacional por la Familia promueva la cacería, sin embargo, los argumentos en apoyo a un supuesto “diseño original” han fortalecido discursos de discriminación, de negación a las orientaciones e identidades distintas a la heterosexual, por lo que no es descabellado que esto impulse las mentes de algunos con la semilla del odio, lo cual emite mensajes de aliento a los perpetradores, aunado a la impunidad de las instituciones que, al igual que en las investigaciones de feminicidios, omiten los análisis adecuados y terminan argumentando suicidios, riñas pasionales o una negociación “que se salió de las manos” -del hombre asumido como heterosexual-, en particular cuando las víctimas son trabajadoras sexuales. Todo esto en suma abona a negar la raíz del problema: el odio, las fobias a la diferencia en plena efervescencia nacional. Del total de homicidios registrados en Transgender Europe en el ámbito internacional, casi el 30% fueron en la vía pública, lo cual representa un mensaje que va destinado a más personas que a la víctima.
México es el segundo país en acumular más transfeminicidios del año 2008 a abril 2016 según Transgender Europe con una cifra de 247 casos monitoreados a través de la prensa, tan sólo superado por los 845 de Brasil; y según el informe de Violencia contra personas LGBTI de la CIDH, en su mayoría son menores a los 35 años de edad.
Anteriormente estos homicidios no pasaban de ser una nota morbosa en algún periódico de nota roja, pues varias mujeres trans ejercen el trabajo sexual, lo cual ha minimizado la “compasión mediática” por una supuesta moralidad predominante, sin lograr vislumbrar que varias jóvenes recurren al sexoservicio pues es la oportunidad que identifican ante las barreras de acceso a la educación y al mercado laboral por su identidad, así como para solventar el pago de hormonas o intervenciones quirúrgicas en el caso de transexuales. Por otra parte, se denigra la memoria de la víctima al negar su identidad, haciendo énfasis en que era un hombre vestido de mujer, un travesti, un transexual… pocas veces una mujer.
Esto es importante de mencionar pues los feminicidios destacan por su brutalidad, y aún más cuando se trata de una mujer trans, debido a que no sólo es un acto en el que el agresor se asume en una posición de mayor poder respecto a la víctima, sino que también se mezcla la idea del castigo, de la “corrección” a lo socialmente llamado torcido, pervertido, antinatural. Sólo basta recordar que durante junio de 2015, cuando se dio la resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación a favor del matrimonio igualitario, se encontró el cuerpo de una mujer trans con cuatro impactos de bala en la cabeza y envuelta en una bandera de México.
Para una discusión adecuada se requiere de matices, de conceptos concretos, pero también reconocer que si nuestro país se encuentra inserto en un contexto de impunidad, lo peor que le puede pasar es incentivar la efervescencia por el rechazo y el odio a la diferencia, a las y los otros. Además de los feminicidios, están los transfeminicidios, y si hasta este momento se están haciendo visibles estos terribles actos de una manera más consciente y empática con el dolor, es tiempo de reflexionar y de transformar nuestra realidad porque les están matando, nos están matando, y lo peor: nos estamos asesinando.
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