Una de las estadísticas que capta mayormente la atención de los analistas, medios de comunicación y ciudadanía en general dentro de un proceso electoral, es el relativo al porcentaje de participación de electores el día de la jornada electoral. Incluso algunos aseguran que constituye el indicador principal del éxito o fracaso de toda una elección ya sea federal o local; desde mi punto particular de vista, dicha aseveración resulta parcialmente cierta, y por ende no la acompaño en su totalidad, ya que depende de la óptica del actor desde donde se mire, es decir, si se realiza desde la visión del ente encargado de la organización electoral, el fondo se ubicaría en la medida en que durante todas las etapas del proceso electoral se haya garantizado el cumplimiento y observancia de los principios rectores en la materia electoral (certeza, legalidad, imparcialidad, independencia, máxima publicidad, definitividad, objetividad y equidad) y con ello haber generado una contienda justa y equitativa.
En cambio, si analizamos el éxito o fracaso de un proceso electoral desde la óptica de un partido político, podemos partir de la contundente y simple premisa de que se consideraría exitoso, si se hubiere obtenido el mayor número de cargos en juego en la elección de que se trate, o bien haber obtenido el triunfo en aquella elección que por estrategia se debía obtener, dejando en un plano secundario el porcentaje de participación ciudadana el día de la elección, para ellos, el triunfo es lo único, con independencia de con que respaldo ciudadano se obtuviere.
Desde la óptica del elector, el éxito de un proceso electoral descansaría en el respeto irrestricto de la voluntad ciudadana, que cada uno de los sufragios depositados en las urnas haya sido debidamente contabilizado. Como podemos observar, el éxito o fracaso de un proceso electoral puede evaluarse desde una amplia gama de factores, dependiendo del actor que se encuentre analizándolo.
En el proceso electoral local todavía en curso, se observó una participación del 52.48%, el cual supera por mucho el observado en las últimas dos elecciones en Aguascalientes, (ambas intermedias, en 2013 organizada por el IEE, se contó con un 48% y en la del año 2015 organizada por el INE apenas un 36.36%, la cual por mucho es la participación más baja registrada en la historia de nuestro estado), mientras que en la última elección local de gobernador, se registró un 54.40 % de participación; dichos datos insisto, no constituyen un dato irrefutable que nos indique el éxito o fracaso de un proceso electoral.
De cualquier manera, lejos de poder establecer si el porcentaje de participación en una jornada electoral representa un reflejo de lo exitoso o no de un proceso electoral, considero que resulta alarmante que la mayoría de los electores no se involucren en la actividad que por excelencia caracteriza a un estado democrático, como es la elección de sus gobernantes, ya que sin la presencia del elector como actor principal, no se entiende siquiera la celebración de elección alguna, y ello es solo un reflejo o señal de la calidad de nuestros ciudadanos, los cuales dan una muestra inequívoca de la apatía hacia su propio gobierno. Dicha apatía no puede ser combatida exclusivamente por las autoridades electorales, ya sean administrativas o jurisdiccionales, tampoco se encuentra directamente relacionada con las estrategias de promoción del voto que se hubieren implementado, tampoco podemos responsabilizar a la calidad de las estrategias que los partidos políticos implementan durante las campañas políticas, ni mucho menos podemos responsabilizar de una baja participación al modelo de comunicación política, que a últimas fechas ha sido cuestionado gravemente por la afamada “spotización”, pero que si analizamos desde una óptica general, por sí solos ninguno de los factores antes referidos puede constituirse en el factor determinante ante una baja participación en una jornada electoral. Efectivamente, el problema se encuentra en otro lugar.
Y es que si bien es cierto, existen componentes en nuestro sistema electoral que deben analizarse a la luz de la conveniencia o no de continuarse, modificarse o eliminarse para futuras elecciones, lo cierto es que el problema de fondo no se ubica en las reformas electorales, dejemos por fin el concepto de que una ley puede mejorar de alguna manera directa nuestra situación, la solución no está en las reformas electorales, es contundente que la organización electoral encuentra ya una solidez incuestionable y por ello es que sostengo que la razón de la baja participación en una elección se encuentra en la cancha del ciudadano, es decir, en el nivel de educación y conciencia cívica que existe en nuestro país.
Al respecto, hablando propiamente de educación cívica, podemos mencionar también múltiples factores que la generan, como la extrema pobreza de un número importante de mexicanos, los porcentajes de desempleo que parecen imbatibles, las políticas públicas que poco favorecen a la generación de ciudadanos de mayor calidad, los programas educativos que por un prolongado período dejaron de lado asignaturas tan importantes como el civismo, la ética y un largo etcétera que se traduce en ciudadanos poco comprometidos con las cosas públicas, un reducido concepto de bienestar social, personas más interesadas en satisfacer sus necesidades básicas que el mejoramiento de la situación de sus vecinos, colonias y por ende de su ciudad.
Si bien es cierto, el desempeño de nuestros gobernantes resulta un factor de desencanto con la clase política y en general con cuestiones de gobierno en relación con la ciudadanía, ahora son pocos los electores que acuden a las urnas, y de ellos son menos los que después de emitir su voto continúan observando, supervisando y en su caso exigiendo el cumplimiento de las propuestas que en la campaña electoral emite el candidato que haya resultado ganador, la mayoría se olvida de la cosa pública hasta la siguiente elección, esperando que el próximo gobernante modifique su situación particular, pero siempre dejando de lado el mejoramiento general, si continuamos con una visión particular, de buscar solo el beneficio individual en algo que por naturaleza es general como la generación de gobernantes, seguiremos errando en la calidad de nuestra democracia, debemos superar la democracia electoral e instalarnos en una participativa.
Por supuesto que lo anterior, es una tarea de todos, sociedad y gobierno de la mano en la construcción de un pacto general que involucre y dé cabida a todos los que con su participación dan vida a una auténtica ciudad estado.
Lo anterior sin duda alguna no puede lograrse de manera expedita, es una tarea que se construye con proyectos y políticas a mediano y largo plazo, con resultados que se podrán observar de manera paulatina pero que irremediablemente mejorará las condiciones sociales del país, no hay que olvidar que el gobierno lo construye el ciudadano y funciona para el ciudadano, pero sin dejar de lado la responsabilidad primaria de contribuir no solo con el voto, sino en el día a día, iniciando en nuestros hogares y extendiéndolo a nuestra comunidad y la clave de ello descansa en la educación, eduquemos a nuestros hijos en las cuestiones cívicas, inculquemos el amor y respeto a nuestra nación, a nuestra ciudad, a nuestro estado, construyamos juntos mejores ciudadanos.
/LanderosIEE | @LanderosIEE