Estimado lector, hace ya unos meses, en estas mismas páginas, publicamos que era muy probable que el dólar llegara hasta los 20 pesos, que aunque las condiciones macroeconómicas del país fueran estables, y además de eso el mercado estaba descontando muchas de las situaciones que en esos momentos se describían como las partes fundamentales por las que estaba aumentando el dólar, y que era un poco irracional lo que ocurría con el dólar, pero que nuestras autoridades no estaban reaccionando adecuadamente ante este embate.
La realidad nos rebasó, y esta semana vemos con tristeza, rabia, impotencia, cómo el tipo de cambio con el dólar llegó a 20 pesos por 1 dólar estadounidense. Las repercusiones de esta devaluación todavía no se pueden vislumbrar adecuadamente, y así como Videgaray, nuestro nuevo y flamante secretario de Hacienda, Meade, se ha hecho ojo de hormiga y no ha salido a medios para “tranquilizar” los mercados, aunque no haga nada. Quizá lo tome desprevenido esta situación, o realmente no sabe qué hacer.
Las situaciones que están a la vista todas culpan a Estados Unidos. La primera disculpa es la situación de la FED, que probablemente suba sus tasas de interés obligando al Banco de México a subir también su tasa. ¿Verdaderamente es por eso? Los mercados desde inicio de año descontaron que habría por lo menos dos aumentos de tasas de interés en Estados Unidos, de hecho, se han postergado los mismos a como se pensaba que serían. En ese momento fue cuando aumentó el dólar de 17 a 19 pesos aproximadamente. La segunda es la situación electoral americana, donde la neumonía de la señora Clinton representó un ataque al corazón para los mercados mexicanos. El miedo a que el señor Trump llegue a la presidencia, aunque las encuestas mientan como lo hemos visto en las últimas elecciones tanto en México como Estados Unidos, lleva a los mercados a pensar que México sería el principal perjudicado en ese ambiente y por tanto, los capitales huyen. ¿Será esa reacción emocional, poco racional, cierta?
La realidad es que esto es ya más de pánico y problema de psicología de masas. La falta de credibilidad de nuestro gobierno, las marchas pidiendo la renuncia de Peña Nieto, las señales de que la milicia está enojada y mucho con la clase política y que puede estar fraguándose un golpe de estado, el estado fallido en muchas regiones del país donde el que manda es la delincuencia organizada, no nuestro gobierno, y el regreso de poderes “fácticos” como la CNTE que creíamos superados y que ponen de rodillas a un gobierno, a una ciudad y a un pueblo, es lo que deja intranquilos a los inversionistas. Las famosas reformas estructurales no llegaron a ser lo prometido por el PRI, la promesa de Peña Nieto, de acabar con la violencia y la inseguridad que tanto se le criticó a Felipe Calderón, no fue resuelta, todo lo contrario, nos encontramos con que se ha escalado a niveles sorprendentes, pero ya no nos impactan como antes. El secuestro de pasajeros en los camiones de pasajeros, la violación de mujeres que van en los mismos, la muerte de niños inocentes a manos de delincuentes que tienen rencillas pendientes, hacen pensar que el estado fallido está a un paso de ocurrir; además, el crecimiento económico prometido no llega, y si bien es cierto, la meta de empleos ya se logró, la pregunta es ¿qué tipo de empleos se tienen? El mercado interno está cada vez más complicado, y hacer negocio en nuestro país en lugar de ser fácil, cada vez es más complicado. Y nuestro gobierno en lugar de pensar cómo resolver esta situación, y actuar, cierra los ojos y habla de un país de las maravillas, y deja a sus publicistas la famosa frase ahora de “lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta”, como la frase favorita de los memes.
Estamos ante una potencial crisis como las vividas en la década de los ochenta, y como diría Jaime Maussan, “nadie hace nada”. Todas las crisis de los ochentas si bien es cierto tenían su componente macroeconómico, el manejo de las mismas fue lo que hizo que fueran tan fuertes. Esperemos que todos podamos proponer situaciones y cosas que hacer para frenar esta escalada y salir adelante. Pero, sobre todo, que el gobierno escuche.