Me parece prudente en este contexto, en el que las marchas por los derechos se ha vuelto un tema central del debate, azuzar una discusión que como sociedad tenemos pendiente. El próximo lunes se cumplen dos años de una de las desapariciones forzadas más indignantes en la historia reciente de nuestro país. Desde la noche del 26 de septiembre de 2014, en la cual cabe decir hubo personas que perdieron la vida, un grupo de estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa se encuentran desaparecidos. La violación de los derechos humanos, a los protocolos a los que deberían estar sujetos los cuerpos de seguridad y de defensa de las víctimas es algo que no podemos seguir ignorando.
Por qué el caso de Ayotzinapa nos duele más que otras de las atrocidades perpetradas durante este aparente estado de excepción de derechos humanos me sigue pareciendo enigmático. Ciertamente ha sido uno de los eventos más desafortunados, mediáticos e indignantes y que desafortunadamente por la falta de justicia conserva su vigencia como un estandarte de la aguda crisis de derechos humanos a pesar de que casos como este continúan surgiendo de manera alarmante.
De manera increíble, a pesar de lo escandaloso y triste de la situación no falta quien en un esfuerzo por reducir su humanidad al mínimo justifica algunas de estas atrocidades. Cuando la policía federal o las fuerzas armadas hacen uso desproporcionado de la fuerza existen algunos que pretenden enmascararlo en un pragmatismo cobarde e inhumano.
En la práctica este pragmatismo justifica una política de “combate” a la delincuencia organizada en la cual parece que el respeto al Estado de Derecho, los derechos humanos en particular y en última instancia a la vida misma de los presuntos delincuentes y algunos inocentes resulta un inconveniente. Si mueren es parte del combate, esa es la narrativa.
Al respecto, como si no fuesen suficientes las decenas de miles de muertos, los miles de desaparecidos, las incontables escenas de violencia y las tragedias particulares tan grotescas, el expresidente Felipe Calderón, haciendo gala de poca estatura moral, nos dice a todos (en twitter) que le parece extraordinario el cartón donde su no-pariente Paco Calderón hace una apología.
En este cartón del 21 de agosto en el periódico Reforma, el mencionado Paco Calderón responde a la pregunta ¿Qué opina de la crisis de derechos humanos? diciendo “Opino que es gravísima… Yo por ejemplo carezco de ellos.” Acto seguido, el caricaturista, elabora el siguiente argumento:
“Si alguien me impide por la fuerza ir a lo mío los derechos humanos velarán por los de mi obstructor. Si soy asaltado, vejado o golpeado, los derechos humanos que valgan serán los de mi agresor. Si me secuestran o me matan aquellos se preocuparán por mi asesino. Si fuese feto, y mi madre preferiera ahorrarse del parto, los derechos humanos pedirián mi muerte. Si el fisco me explota, los derechos humanos se excusan, y arréglatelas como puedas… y si externo estas opiniones, no faltará el histérico que me acuse de violarlos.”
Los planteamientos son tan imbéciles como falsos. Lo que Calderón (aparentemente ambos) no entiende es que los derechos humanos no son puntos del karma, vales de la buena onda, ni puntos de la comercial mexicana. Los derechos de uno no se ejercen sólo cuando los de otro expiran. No hay apología posible a la violación de los derechos de nadie por la injusta ausencia de una defensa adecuada de los propios.
Puede no ser popular defender los derechos de quienes cometen la peor clase de crímenes imaginables pero resulta indispensable cuando hay quienes entienden las pérdidas de sus derechos como conveniente. Tal vez no se ha logrado comunicar lo urgente de la situación, pero debo decir que un expresidente que no logre ver que es justamente eso, evitar que los pierdan, lo que nos separa de ellos y nos abstiene de la barbarie, me parece terrible.
Justicia no significa atender los actos de quienes cometen un crimen con otro. Tampoco significa hacer excepciones a la ley ni permite atender con un obtuso enfoque un asunto tan complejo y delicado. Los márgenes de la ley no se deben doblar y dentro de ellos se debe garantizar el respeto tanto a la condición humana como al debido proceso. Apelar a otra cosa es irresponsable.
Para hacer efectivo cualquier derecho es indispensable contar con las instituciones adecuadas para hacerlo valido. Se requieren condiciones, económicas, sociales y legales para que estos se conviertan en la norma y no una excepción. Pretender acusar una injusticia en el cumplimiento de los derechos de otros es por definición una postura imbécil y que no abona a lo anterior.
En particular me parece que los dos Calderón, Paco y Felipe, comenten un atropello al encontrar un agravio en la defensa de los derechos humanos de quienes cometen un crimen. Confunden la falta de presencia del Estado y su incompetencia al momento de defender a los agraviados con una necesidad enfermiza de victimar a los victimarios. Fallan en entender cómo funcionan los impuestos, la tarea de los defensores de los derechos humanos y de paso los derechos reproductivos de la mujer.
Pese a su limitada capacidad para entender el asunto, Paco Calderón sí atina una cosa. No faltó el histérico. Afortunadamente fueron muchos y a los cuales, casi un mes después, me sumo asumiendo la culpa de hacerlo tarde.
Si histeria es exhibir a la derecha en su intento por menoscabar los derechos de otros, aun y cuando estos otros cometan algún crimen, me parece que la histeria es entonces indispensable. En este país, surrealista como pocos, se entiende tan poco, y aquello poco equivocadamente, sobre derechos humanos que resulta necesario señalar a cada paso los vicios y los problemas conceptuales de quienes tienen el descaro de defender la barbarie.
@JOSE_S1ERRA