Entendemos por corrupción el abuso de autoridad que hace un funcionario público, cuando se enriquece a costa de tesoro de la ciudad, estado o país. Detrás de la sencilla palabra hay un cúmulo de acciones, tales como el desvío de recursos, la compra de bienes particulares, la exigencia de dádivas a cambio se autorizaciones, permisos y concesiones y un sinfín de tretas que todos conocemos porque han sido denunciadas hasta la saciedad. Tanto que ya no es novedad y sorprende poco. La corrupción no es mexicana, aunque en ese afán de ser únicos en algo, en ocasiones nos autonombramos como los creadores de la mordida. La verdad es que ha existido desde siempre y en todo el planeta. Pero estamos tan acostumbrados que nos gusta decir que es muy nuestra. Solo que esto hace que se nos olvide la otra corrupción. Es así : Un servidor público es nombrado director de una importante oficina. Lo que todo el mundo esperamos como algo normal, es que el citado funcionario llegue acompañado de “su equipo” o sea aquellos colaboradores suyos que algunos pueden ser sus familiares y desde luego todos son sus amigos. Lo grave del asunto es que de acuerdo con nuestro sistema político un funcionario puede dirigir la Secretaría de Agricultura aunque no tenga la más mínima idea del asunto. Un ingeniero civil puede ser jefe de la Secretaría de Salud, sin tener ningún contacto con la medicina, los hospitales ni los enfermos. Y así sucesivamente podemos tener inexpertos en todos los campos del quehacer público. Y si el jefe no sabe manejar el asunto que le encomendaron ¿qué puede esperarse de su séquito? Exactamente lo mismo. Hablo con conocimiento de causa. He visto en mi breve paso por el servicio público otra variedad del problema, un servidor hace un excelente servicio, domina el tema, crea experiencia y da a su departamento una buena imagen en capacidad y eficiencia. Súbitamente cambia el jefe superior y éste servidor que había hecho bien las cosas, sale despedido. Quien lo sustituye no tiene ninguna experiencia en el cargo, pero además no se beneficia de la funcionalidad del departamento que hereda. Llega e impone su propio programa, sus condiciones y su idea de cómo debe manejarse el área, aunque de cierto sabe, que no sabe. La pérdida en recursos es grandiosa, solo que no es registrada como déficit. El cambio de papelería, logotipos, sistemas, indemnización (cuando la hay) a los despedidos, los nuevos sueldos y los gastos de instalación, cambio de oficinas, mobiliario no son contabilizados como dilapidación porque se justifican como cambio. Por supuesto que ni remotamente se le ocurre a nadie considerarlo como corrupción. Un tibio intento de evitar esto fue la brillante idea del Servicio Social de Carrera, pero todos sabemos en que acabó eso, en otra broma pesada. El sistema se impuso y los servidores sociales de carrera terminaron siendo los mismos de siempre, los amigos, los familiares y los recomendados. En todas partes hacen daño, solo que en los sectores de Salud, Seguridad y Economía el impacto es mayúsculo. Lo viví en la Agencia del Ministerio Público para Delitos Sexuales y Familiares, en el Centro de Atención a Víctimas, en la Secretaría del Bienestar y Desarrollo Social y en las dependencias encargadas del manejo de las adicciones. La lista es interminable y no es el objetivo de ese comentario. Solo quisimos señalar que no olvidemos esta forma tan aceptada y bien tolerada de corrupción, que hasta ahora no es vista como tal y que el daño que ocasiona al presupuesto es igual o mayor que el desvío de recursos. No veo la manera de terminar con este lastre. Algún día, tal vez.
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