Lugares que existen ahora. Cartones de Madrid, de Alfonso Reyes - LJA Aguascalientes
21/11/2024

El siglo V de la literatura nacional, como en algún momento llamó Christopher Domínguez Michael al siglo XX mexicano, se desarrolla a la sombra de dos grandes figuras: Alfonso Reyes y Octavio Paz; en la primera mitad, la cabeza visible de la República de las Letras fue Reyes, no por nada Jorge Luis Borges lo consideraba el escritor de habla hispana con el estilo más depurado de su tiempo, en un poema que le dedicó (In memoriam), lo reconoce como el renovador de la prosa castellana

 

Alguna vez, labró con el violento

Metal del arma el numeroso y lento

Alejandrino o la afligida endecha.

 

En los trabajos lo asistió la humana

Esperanza y fue lumbre de su vida

Dar con el verso que ya no se olvida


 

Y renovar la prosa castellana.

Más allá del Myo Cid de paso tardo

Y de la grey que aspira a ser oscura,

 

In memoriam. Jorge Luis Borges

 

El mismo Octavio Paz no sólo se dirigía a él con pleno reconocimiento de su influencia para poder publicar El arco y la lira; admiraba “el amor de Reyes al lenguaje, a sus problemas y sus misterios” como “algo más que un ejemplo: es un milagro” que al enseñarnos a escribir, nos enseñó a pensar.

A Carlos Fuentes le “enseñó que la cultura tenía una sonrisa: que la tradición intelectual del mundo entero era nuestra por derecho propio y que la literatura mexicana era importante por ser literatura y no por ser mexicana”. No por nada, Fuentes toma de un texto de Alfonso Reyes, Visión de Anáhuac, el punto de partida para su novela La región más transparente:

 

Viajero: has llegado a la región

más transparente del aire.

En la era de los descubrimientos, aparecen libros llenos de noticias extraordinarias y amenas narraciones geográficas. La historia, obligada a descubrir nuevos mundos, se desborda del cauce clásico, y entonces el hecho político cede el puesto a los discursos etnográficos y a la pintura de civilizaciones.

 

Hace no mucho tiempo, al menos para mí -sé que muchos de ustedes no habían nacido o ni siquiera eran idea, deseo entre sus padres-, festejamos el centenario del nacimiento de Alfonso Reyes. En 1989 por todos lados se hablaba de su grandeza, incluso la televisión propagaba con intensidad uno de sus poemas, ilustrado con imágenes bastante cursis, especie de infomercial, cápsula de autoayuda o promocional de Mover a México, con la típica toma del infante a contraluz corriendo por el campo. No sé si alguno se acuerde, empezaba así:

 

No cabe duda: de niño,

a mí me seguía el sol.

 

Andaba detrás de mí

como perrito faldero;

despeinado y dulce,

claro y amarillo:

ese sol con sueño

que sigue a los niños.

 

Y en pantalla el niño a contraluz corría por los campos, hasta alcanzar el final del poema:

 

Cuando salí de mi casa

con mi bastón y mi hato,

le dije a mi corazón:

-¡Ya llevas sol para rato!-

Es tesoro – y no se acaba:

no se acaba – y lo gasto.

Traigo tanto sol adentro

Que ya tanto sol me cansa.-

Yo no conocí en mi infancia

Sombra, sino resolana.

 

Sol de Monterrey no sólo lo recitaban en la televisión, era una lectura obligada para quienes cursamos la primaria en los 80, estaba incluido en los libros de texto gratuito, no recuerdo ya si en el de lecturas de segundo o tercero de primaria; bombardeado por esas líneas de Reyes, terminé por perderle el gusto, el afecto, hasta agarrarla un poco de tirria, como quien se harta de comer un platillo delicioso.

A pesar de ese desencuentro, Sol de Monterrey me llevó a buscar otros textos de Alfonso Reyes. Aquí abro un paréntesis personalísimo, no fue solamente la curiosidad, también un “Inventario” de José Emilio Pacheco que en mi memoria aparece ilustrado con una foto emblemática de Reyes, no la del viejito bonachón, sino la del close up al rostro de un patricio vigoroso que se levanta los lentes, los coloca a media frente y con mirada penetrante define al ensayo como el centauro de los géneros. Así llegué a la reunión de textos deliciosos que es Simpatías y diferencias; embargado por un afán coleccionador, intenté leer y obtener las obras completas del regiomontano, más de 202 libros agrupados en más de 20 tomos, “veintiún libros de versos, ochenta y ocho de crítica, ensayos y memorias, siete de novelística, veinticuatro de archivo, treinta y cinco prólogos y ediciones comentadas, once traducciones y dieciséis obras póstumas”, se atrevió alguna vez a enumerar José Luis Martínez… No lo conseguí, de hecho, no sé si algún lector de a pie pueda enfrentar la voluminosa obra de Reyes tal y como fue publicada por el Fondo de Cultura Económica, imposible llegar con ánimo al volumen de Constancia poética o disfrutar el Polifemo sin lágrima así, desalentado abandoné el intento por poseer las obras completas, al final, creo, cuando leemos por placer, nos quedamos con un puñado de cosas: unos versos, un párrafo, el asombro de su versión de La Ilíada, a la que Alfonso Reyes llama traslado, no traducción porque nuestro primer helenista decía que no leía la lengua de Homero, la descifraba apenas; también me quedo, y creo que bastan, la contundencia de los versos con que Ifigenia responde a Orestes y sale de escena para refugiarse en el templo en Ifigenia cruel:

 

¡Virtud escasa, voluntad escasa!

¡Pajarillo cazado entre palabras!

Si la imaginación, henchida de fantasmas,

no sabrá ya volver del barco en que tú partas,

la lealtad del cuerpo me retendrá plantada

a los pies de Artemisa, donde renazco esclava.

 

Robarás una voz, rescatarás un eco;

un arrepentimiento, no un deseo.

Llévate entre las manos, cogidas con tu ingenio,

estas dos conchas huecas de palabras: ¡No quiero!

 

pero sobre todo con la Oración del 9 de febrero, el homenaje a la muerte de su padre, Bernardo Reyes, ametrallado a las puertas de Palacio Nacional:

 

Allí, entre los dos ojos; allí, donde brotó la lanza enemiga; allí se encuentran la poesía y la acción en dosis explosivas. Desde allí dispara sus flechas una voluntad que tiene sustancia de canción (…) Tronaron otra vez los cañones. Y resucitado e instinto de la soldadesca, la guardia misma rompió la prisión. ¿Qué haría el Romántico? ¿Qué haría, oh, cielos, pase lo que pase, caiga quien caiga (¡y qué mexicano verdadero dejaría de entenderlo!) sino saltar sobre el caballo otra vez y ponerse al frente de la aventura, único sitio del Poeta? Aquí morí yo y volví a nacer, y el que quiera saber quién soy que lo pregunte a los hados de Febrero. Todo lo que salga de mí, en bien o en mal. Será imputable a ese amargo día.

Cuando la ametralladora acabó de vaciar su entraña, entre el montón de hombres y de caballos, a media plaza y frente a la puerta de Palacio, en una mañana de domingo, el mayor romántico mexicano había muerto.

Una ancha, generoso sonrisa se le había quedado viva en el rostro: la última yerba que no pisó el caballo de Atila; la espiga solitaria, oh Heine, que se le olvidó al segador.

 

Sé que es un problema de percepción, que 1989 no me parezca tan lejano, y por eso es me cuesta trabajo comprender cómo es que no hay más lectores de Reyes, en qué lugar se nos quedó, dónde abandonamos a quien le abrió paso a nuestra literatura al concierto mundial, de su mano fue que el grupo de los Contemporáneos pudo establecer que no hay manera mejor de ser nacional que a través de lo universal, pareciera que estamos condenados a las marcas textuales de las efemérides en nuestras vidas, hace un par de años todos fuimos expertos en Paz y Revueltas, este año (con alguna suerte) en Elena Garro, los próximos en Arreola y Rulfo, en el afán de estar in nos lanzamos sobre la novela noir, demandamos en nuestra librería preferida lo más reciente de la producción literaria rumana, siguiendo la moda declaramos que, sin leerlas, algunas novelas envejecen mal y las pasamos de la pila de libros a leer algún día al estante del librero que fotografiamos para Instagram y la imagen con que anunciamos tanto por leer y tan poco tiempo… en fin.

Alfonso Reyes no merece eso, merece una conversación. Si me he extendido en los ejemplos, si he tomado el sendero largo para hablar de Cartones de Madrid (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2016) es porque cuando llegó a mis manos este homenaje, así se vinieron, en horda, los recuerdos de mis encuentros con Alfonso Reyes; incluso descartando las memorias personalísimas y no relacionadas con la lectura, me costó trabajo no extenderme, regresar al camino directo y evadir el paseo de la memoria.

Desde el principio supe que comenzar con “El siglo V de la literatura nacional, como en algún momento llamó Christopher Domínguez Michael al siglo XX mexicano, se desarrolla a la sombra de dos grandes figuras: Alfonso Reyes y Octavio Paz”, era una pésima idea, quizá una buena manera de mostrar mi gustosa alineación a los snob (ahora que se ha puesto de moda declararse uno), pero que no lograría en absoluto invitar a la lectura de los Cartones de Madrid, para conseguirlo, decidí, la única manera en que se me ocurrió fue compartir mis dudas, pero sobre todo, invitarlos a pensar en su origen.

¿Por qué Reyes y no un autor rumano?, ¿por qué los Cartones y no el inédito más reciente, otro, de Bolaño?, si se puede, ambos, por supuesto, pero si hay que elegir daría prioridad al que me ofrece una conversación. Eso son los Cartones de Madrid, como indica en la contra, una invitación a recuperar los ojos, es decir, a hacer de uno los lugares que otro recorre.

Los Cartones pertenecen a una de las primeras etapas creativas de Alfonso Reyes, la de la década madrileña, cuando estuvo en España de 1914 a 1924, en que además escribió Visión de Anáhuac, los cuentos de El suicida, sus Cuestiones gongorinas, o los comentarios cinematográficos que con el seudónimo de Fósforo publicó junto con Martín Luis Guzmán en varios diarios españoles; y son una delicia por su decidida intención de revelar el mundo, Reyes es el amigo decidido a compartir su asombro a través de un diálogo, hoy diría que no es ese viajero que se conforma con compartir la selfie con la que se le avisa al mundo: miren, aquí estoy y eso de atrás que apenas se ve es en donde estuve de paso, por el contrario, lo que comparten estas páginas es una forma de estar en el mundo que se basa en el cómo: caminé por El Retiro y esto ocurría… Ellos son quienes deambulan por la calle General Pardiñas… En el barrio de Salamanca las calles huelen a esto… En el cruce de Alcalá con la Gran Vía, amanece así… y cuenta, en especial cuenta de los otros, a quienes se va encontrando, traza a los personajes que viven las historias que permiten asir una ciudad.

Hay, considero, en los Cartones de Madrid una intención que hila cada capítulo, no es la suma de ocurrencias o anécdotas del turista, lo dice en “La prueba platónica”:

 

Amarás un objeto bello, una flor, un crepúsculo, una mujer o una canción, y el amor general de todos los objetos particulares hará que los ames sin desearlos, con perfecto desinterés: la flor se está bien en su tallo; el crepúsculo, en su tarde de otoño; la mujer, en su sabroso misterio; la canción en su vaguedad del aire. Y entonces irás descubriendo que amas en las cosas algo superior a las cosas: la belleza en sí. ¡Dichoso, bienaventurado mil veces quien pudiera contemplarla directa, pura y desnuda! Amarás entonces una idea: la Idea. Los sentidos te habrán sido tránsito para llegar a lo que sólo se gusta con el alma.

 

Es decir, caminar con los ojos abiertos para aprehender las calles, sus personajes, describir a los ciegos y mendigos porque de eso está hecha la ciudad, de quienes las habitan; el deseo de pertenencia, no un diletante que va de paso, alguien que busca formar parte.

Caminar Madrid al lado de Alfonso Reyes sólo puede sumar, no es una experiencia de segunda mano, se vuelve una memoria de viaje, estuviste ahí porque te lo contaron y te lo contaron bien, porque hubo quien se tomó el tiempo para compartir el asombro ante lo muchas veces visto, porque decidió desviar el camino trazado en el mapa que regala la agencia de viajes y dio la vuelta en un callejón para seguir un amanecer distinto.

Sí, por supuesto, el Madrid que ofrece Alfonso Reyes ya no es el de hoy, pero es el de ahora, uno que permite acumular memorias y recuerdos de lugares que ya no existen, pero que permiten entender cómo son en este momento, dónde están y qué pasará con ellos. ¿Qué mejor forma de viajar?

Reitero, me he extendido innecesariamente, culpo al entusiasmo que provocó este reencuentro con Alfonso Reyes, no me queda más que repetir la invitación a conversar con este viajero y, por supuesto, agradecer a la Universidad Autónoma de Nuevo León esta edición, en la que, por si hiciera falta, agrega al paseo con Reyes, la compañía de las divertidas viñetas e ilustraciones de Jorge F. Hernández, que por sí mismas merecerían toda otra conversación.


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Director editorial de La Jornada Aguascalientes
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