La guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz
Thomas Mann
En México estamos un poco mal acostumbrados a creernos literalmente lo del mítico “ombligo de la luna”, de nuestro pasado, además de mirar casi siempre al norte pensando que allí encontraremos las soluciones necesarias y los referentes indiscutibles. Error, porque a pesar de todo, el sur también existe, y a menudo tiene éxito donde nosotros fracasamos. Así por ejemplo, la economía de un país como Bolivia ha crecido en los pasados años mucho más que la de México en términos comparativos. Uruguay fue capaz de legalizar la marihuana sin que haya pasado todavía nada grave, y en más ejemplos, los salarios mínimos de todos los países de Sudamérica son mejores que los mexicanos, aun en los casos de las economías menos desarrolladas. Cuba, por ejemplo, que a pesar de sus graves limitaciones económicas, educa, lleva el deporte o la salud pública a la mayor parte de su población mejor que nosotros y con muchos menos recursos. Para muestra, allí están sus resultados en escolarización, reconocidos por la ONU o sus medallas olímpicas en Río de Janeiro.
Así que habrá que reconocer que en general conocemos poco y mal de las realidades centro y suramericanas, cosa que no deja de ser una paradoja si consideramos que es con los países del sur de nuestra América con quienes tenemos mucho más en común que con los del norte, a los cuales pretendemos imitar extra lógicamente. Desde ese desconocimiento generalizado y masivo parten nuestros prejuicios.
Sin embargo, la novedad más importante de los últimos años en toda la región Iberoamericana viene ahora del sur, puesto que tras más de 52 años de guerra civil en Colombia entre el Gobierno y las FARC, por fin se ha alcanzado un acuerdo definitivo, primero de alto al fuego y luego de paz.
Y no sobra recordar que Colombia es por muchas razones geopolíticas y económicas un país fundamental en nuestra región. No solo por su situación estratégica, que mira por una parte al Caribe y al Atlántico o por su vecindad con muchos países importantes de la región; sino también porque mira por otra parte a la región Andina y al Océano Pacífico, característica ésta última que comparte singularmente con México. Pero también por su gran peso específico en la conservación de la biodiversidad continental, que coincide con la presencia de numerosos pueblos originarios en su territorio.
La variedad de sus pueblos originarios, solo por detrás de Brasil en diversidad, o por su conocida importancia en el mercado internacional de la producción, tráfico y consumo de drogas, del cual México también es parte clave.
Allí, en Colombia, la injerencia militar extranjera ha ensayado por años y décadas (más de cinco, para ser precisos) las tácticas de control, desestabilización y subversión inducida y patrocinada que luego hemos visto en otros países de la región, incluido el nuestro, hasta llegar al conocido como plan Colombia o su tóxico gemelo, el plan Mérida, implementado en México con la complacencia de gobiernos y autoridades tan irresponsables como venales.
De manera que negociar y celebrar estos acuerdos de paz no ha sido fácil para los colombianos, habida cuenta de que hubo antes otros intentos fallidos y de la firme oposición de los sectores más reaccionarios de la derecha colombiana, encabezados por el expresidente Uribe.
Las negociaciones que recién culminan con éxito, comenzaron en Noruega en 2012 y se han desarrollado luego en Cuba, auspiciadas por el propio gobierno de la isla. A pesar del éxito conseguido y del innegable protagonismo cubano en esta historia, es probable que nadie proponga a Raúl Castro para el Nobel de la paz, como sí hicieron en cambio con el Commander in Chief del norte, quien lo ganó no importando que al tiempo ordenara bombardear Irak, Libia o Siria, con los conocidos resultados desastrosos de dominio público en medio oriente hasta hoy. Cuentan desde Colombia que Santos, el presidente colombiano que ha liderado la negociación con las FARC y Timochenko, el propio comandante general de las FARC, sí que pueden ser nominados al Nobel. Ya lo veremos, pero en cualquier caso lo más importante es congratularse por un cambio de época en Colombia, representado por la voluntad de diferentes actores de dialogar, habida cuenta de que no pueden derrotarse militarmente. Y no es que los citados acuerdos traigan en automático la Paz a Colombia, pero sí que abren espacios para la pacificación, pues incluyen importantes medidas para combatir la pobreza y la desigualdad, para reparar la memoria y dignidad de las víctimas, para la búsqueda de desaparecidos (más de 50 mil), para el desarme de la guerrilla y de los paramilitares, la reintegración civil de los exguerrilleros, la representación política y legislativa de los desmovilizados, la implantación de la justicia restaurativa y transicional; y un largo etcétera de medidas de largo aliento.
Desde luego que como en todo proceso de paz quedan temas pendientes, como los cuantiosos y lucrativos negocios del narcotráfico y de la minería ilegal en las zonas del país fuera del control del gobierno, o la suerte de miles de menores reclutados por las FARC y la de muchas personas aún secuestradas y en paradero desconocido. Así que c con todo, deberemos ser cautos al usar el término “paz”, porque una cosa es el final del conflicto armado con las FARC y otra la pacificación del país, que incluye también otros conflictos armados. Con el ELN, por ejemplo , aunque sin duda que el proceso repercutirá positivamente en la región y en el mundo. Véase entonces cómo en México tenemos muchos que aprender de la experiencia en la gestión de los conflictos de los países del sur, en un lugar destacado, de Colombia. Vaya pues un abrazo para todos los colombianos por la consecución de esas paces “imperfectas” que ojalá sean reproducidas y multiplicadas en toda nuestra región.
Post Scriptum. Un abrazo afectuoso para mis amigos Alejandra, Adriana, Sandra, Maury, Edgar y demás compañeros de historias y paces.