En México las escasas virtudes de nuestras instituciones suelen ser insuficientes para hacer imperar la legalidad en la mayoría de los asuntos públicos. Notoriamente, el presidente mismo parece haber sido incapaz de hacer lo propio y con ello encontrar una forma de legitimarse. En consecuencia, a su alrededor han surgido toda clase de preocupantes escándalos y dichos.
En particular aquellos en torno al conflicto de interés han sido las acusaciones más graves en el sentido estricto de la Ley, pero todas son (o deberían ser) igual de preocupantes. Como él mismo ha reconocido, algunas de sus acciones han manchado la investidura. Estas “confusiones y malos entendidos”, increíblemente siempre dentro del margen de la Ley, le preocupan tanto que hasta nos pidió el perdón. Entiende la molestia.
Lo que no entiende, me parece, es que en pleno siglo XXI las resoluciones a modo, las excusas inverosímiles, investigaciones dudosas, la ejecución a medida de la Ley y el pedir perdón ya no nos bastan. Hemos avanzado en nuestra capacidad como sociedad de exigir y mostrar nuestra molestia.
Afortunadamente cada día las excusas ramplonas son cada vez más inaceptables. Ya no nos parece entendible que “se caiga el sistema” ni creíble el chupacabras. Lamentablemente parece que el presidente no lo sabe. Más triste aún es que parece incomodarle. Todo indica, desde su postura, las declaraciones y el lenguaje corporal que está molesto. Que le extraña y le angustia nuestra falta de complacencia. El presidente ya no es una figura intocable, el hecho de que en esta columna se escriba sobre el mismo, es en sí un logro. Debemos defenderlo y celebrarlo sin importar las molestias que genere.
El nuevo escándalo alrededor de la figura del presidente, en donde se le señala de plagiar partes de su tesis de licenciatura, me parece, de todos, el más triste. No sé si es la fatiga generada por todas las anteriores la cual hace del último escándalo el peor o bien porque ya exista una suerte de lástima a nivel personal por un tipo que a la distancia se ve tan corto de luces y carente de buenas noticias.
Sea cualquiera de las dos, es sumamente grave que el presidente resulte incapaz de dejar de hacer el ridículo siquiera por un momento. Cuando no es una carencia de lenguaje, dicción o simplemente un acto de torpeza como el de aquel saludo con Obama y Trudeau, entonces son los escándalos, los malos resultados, los muertos en algún pueblo de guerrero, las violaciones de derechos humanos, la corrupción, los millones de pobres, la falta de crecimiento y hasta sus declaraciones al respecto. Ya sé que no aplauden, dijo alguna vez.
Una tras otra, todas las semanas, junto con la torpeza del presidente nos son presentados algunos figurines en unos videos cortos donde haciendo gala de la idiocia, la falta de educación y la prepotencia, exigen de alguna forma que otros ciudadanos respeten su derecho a ejercer un privilegio. Siempre terminan molestos, justo como el presidente.
Un funcionario ebrio, un jefe prepotente y sin número de conductores (cochistas) inaptos para la convivencia en sociedad, entre otras decenas de personajes, nos han hecho indignarnos para luego ser reemplazados en un instante por el siguiente.
Basta que sea captado en video el próximo para ser olvidados. El presidente y la primera dama no tienen tal suerte y encuentro importante señalarlo por dos motivos. En primer lugar para resaltar que hemos logrado que la figura del presidente viva bajo tal presión mediática que se ha vuelto indispensable hacer las cosas lo mejor posible y segundo para reflexionar sobre nuestra sociedad y su relación con los privilegios.
¿Qué pasaría si una cámara siguiese a todos los Lords y Ladies del país? ¿Cuántos de ellos escribieron todos los párrafos de sus tesis de licenciatura? ¿Porque hay algunos ciudadanos que siempre parecen estar por encima de la Ley y nuestras instituciones?
Tenemos el gobierno que mejor representa nuestras relaciones sociales con los privilegios. Es “el cuate” de alguien, el conocido que sabemos le gustan las comodidades y favores del servicio público, es el familiar que hace algo justo al margen de la Ley. Es el joven que hace uso del plagio para escribir su tesis.
En este sentido, el presidente sirve como un reflejo nítido de nuestros problemas cuando desde la oficina que encabeza se desestima el asunto diciendo que es una cosa menor, sin mayor importancia, un simple “error de estilo”. El presidente es nuestro mejor espejo como sociedad cuando con toda ignorancia salen sus “cuates” y lamebotas a defender lo indefendible. Lo es también cuando a pesar de los escándalos permanece en el cargo. Es un doloroso recordatorio de nuestras carencias cuando cree estar por encima de las instituciones, justo como lo hace ahora con la Universidad Panamericana, lugar donde estudió, su alma mater. Cuánta arrogancia.
Nuestra convivencia y tolerancia con los privilegios es tan extraordinaria que da lugar a conductas que en otros países más desarrollados les parecen ser sacados de una novela. Una de terror particularmente. Mientras un expresidente simpatiza con un cartón que señala que los derechos humanos pueden ser aplicados selectivamente, otro se muestra claramente molesto por la posibilidad de que le sea retirada su pensión, todo, mientras en esa misma semana una institución religiosa le pide a sus feligreses salir a las calles para manifestarse en contra de un derecho civil otorgado a una minoría en un país laico.
Si a Don Enrique no le es retirado el grado de Licenciado (en caso de ser ciertas las acusaciones en su contra) lo que deberíamos entender entonces es que en México la desigualdad es el orden social de facto y que los derechos de otros no importan si se considera conveniente ignorarlos, que la comodidad y bienestar personal están por encima del bien común y que el derecho a discriminar y diferenciar debe ser respetado para mantener la paz.
No me queda la menor duda de que tal y como al expresidente Calderón le parecen estorbar los derechos humanos de los narcotraficantes, o al cardenal le irrita que otros dispongan a plenitud de sus afectos, al presidente le molesta que lo observemos, que le cuestionemos.
Me resulta evidente que a Don Enrique le gustaría que nos concentremos en lo bueno, en lo que no sucedió. En vivir en un país que solo existe en sus informes. El de sus reformas. Le gustaría que bastaran las buenas intenciones, los discursos y los spots televisivos. Le encantaría que dejemos de sospechar. Que pudiéramos creer en los vecinos que le pagan a uno el predial, los errores honestos, las amistades sinceras y los reyes magos. Le gustaría seguir siendo Licenciado y también presidente; y seguramente lo seguirá siendo, pero para muchos será ambas entre comillas, como las citas.
@JOSE_S1ERRA