He dedicado días a construir casitas en un juego. He edificado haciendas, viñedos, pizzerías y hasta un pueblo del Lejano Oeste. Termino cada lote, lo pruebo y lo comparto con la comunidad. Pero no sólo he tratado de materializar mi interpretación de la realidad, sino que también he construido casitas que habitan en mi imaginación. La más exitosa ha sido una casa de hadas. Es curioso, construyo estos lugares para evadirme de mi trabajo como escritora. No quiero ver letras ni pensar en ellas, no quiero nombrar sino tratar de asir vía las formas, las texturas y los colores. Lo admito, es una evasión inútil porque, en el juego, si no construyo, me dedico a crear historias. Supongo que por eso me gusta, aunque ahora lo use sólo como hacedora de casitas.
Hace unas semanas me dediqué a construir una casa con formas poco convencionales. Era un reto de práctica: usar formas que evitamos. La casa resultante es un conjunto de habitaciones triangulares superpuestas. Por supuesto que no sólo construyo el cascarón, también lo amueblo y decoro el interior y el exterior. En esto estaba cuando me sorprendió mi sensación de desasosiego y hartazgo. No era el sentirme culpable por estar jugando y no escribiendo, sino una incomodidad al estar presa en esas formas: ángulos y aristas por doquier. Me sorprendió la sensación. Entonces recordé Los perros de Tíndalos. Lo dicho, es imposible huir por completo de lo que es uno: un lector y escritor de años. Cierto, la mayoría de mis referencias provienen de las letras, por más que trate de esconderme en la plástica, las historias siempre me alcanzan.
Ahora sé que en mi juego construí la pesadilla perfecta de Frank Belknap Long, o más bien la de su personaje Chalmers. Ni siquiera se necesitaría la droga Liao para convocar a los perros de Tíndalos. Pobre Chalmers, enloquecería antes de ver a los sabuesos si lo encerrara en mi casita del juego. Para colmo, no podría buscar la salvación, ya que en mi juego no hay muros redondeados. Al tratar de cortar los ángulos, sólo lograría crear muchos otros. La escayola conserva el eco de los pixeles, que son aristas y ángulos, aunque en conjunto logren proyectar formas sutiles y hasta vaporosas. Los ángulos y las aristas filosas de los pixeles siempre están ahí, convocando, invitando a los monstruos que creó Belknap Long.
Los perros de Tíndalos fue publicado en 1931. Es uno de los relatos incluidos en los Los mitos de Cthulhu, antología que muestra el imaginario comandado por H. P. Lovecraft. El mismo Lovecraft nombra a los perros de Belknap Long en su propia obra; mas no sólo él, han sido punto de partida y fuente de inspiración en el mundo de las letras, la música y la plástica. Es curioso, el cuento de los perros no ha tenido un buen envejecimiento. Fue escrito con los mecanismos de su época. Ahora el cuento no se sostiene, está polvoso. Sin embargo, el concepto del monstruo que contiene es universal, de allí que sea un mito. Tíndalos es ya inmortal. La verdad, la idea es enloquecedora si uno se detiene a contemplar el entorno y a descubrir que somos sólo ángulos y aristas.
No me importa que el cuento esté polvoso, le tengo gran cariño, y tal vez por eso regresa de vez en cuando y se filtra en mi zona de evasión. Terminé mi casa angulosa. Ahora construyo la casa de un sultán. Supongo que recordaré algún relato de Sherezade. O bien, en mi cuarto, frente a mi monitor, donde me siento segura, escuche al infausto Chalmers desde el más allá: “Me han olido a través del tiempo -susurró-. He llegado demasiado lejos”.