Entre líneas / Minutas de la sal - LJA Aguascalientes
21/12/2024

Si se observa el folio de cualquier libro, sin intentar descifrar las palabras ahí impresas, sólo contemplándolas como manchas, es fácil descubrir la imagen de una persiana. No importa el idioma o si la lectura de los renglones es de izquierda a derecha o de derecha a izquierda. Cada página contiene una persiana. Aún los escritos orientales, con su verticalidad, ofrecen persianas, pero más modernas; o bien, la evocación de los telones teatrales. Sea como sea, esas persianas ofrecen lo que muchos llaman la lectura entre líneas, metafóricamente hablando.

Al leer casi cualquier cosa, podemos descubrir lo que hay entre líneas. No es difícil imaginar que espiamos al escribano en turno: fuera un escritor profesional o un postulante de doctorado, o bien un redactor de manuales o los panfletos de un dictador. Las persianas siempre están entornadas. Es un buen ejercicio tratar de descifrar lo que hay entre líneas. Hasta se puede sorprender al escritor en el momento en que se lleva las manos a la cara porque ha logrado el clímax de su trama; o lo contrario, la ha dejado caer estrepitosamente. Se puede admirar el entrecejo fruncido del redactor porque no está de acuerdo con lo que escribe, pero se acerca la quincena y tiene que pagar los servicios. Unos escriben en computadoras, otros desatoran su anular de las teclas de la máquina de escribir. También hay cuadernos, lápices, plumas, pergaminos y tinteros. Con suerte, aunque lo que se lea sea un facsímil, se puede reconocer el puesto de un iluminador medieval a la luz de un cirio.

A veces releo lo que he escrito hace años: fragmentos de libros publicados o párrafos de algún artículo. Lo hago para espiarme, a la distancia. Trato de ver lo que entonces no reconocía. Cierto, recuerdo algunas escenas, entonces las revivo entre líneas. Pero otras son nuevas. Me gusta que las persianas que yo he creado cubran una especie de espejo atemporal.

Hoy, mientras esto escribo, trazo los renglones que serán duplicados en el periódico. Me intriga saber si algún lector intentará verme entre líneas. Tal vez observe mi taza de café con barquitos estampados, y deseará que mi ventana esté descubierta para admirar la tormenta que cae allá afuera. Sería una buena aportación que me dijera cómo me ve, si ha descifrado qué siento, porque últimamente mi inconsciente es más inconsciente que nunca. Tal vez sólo logre ver la mueca de inquietud que ahora me provocan las tormentas, o mi nueva PC y mi premura por terminar esta minuta antes de que se vaya la luz. No tengo idea si el no break funcionará con este nuevo artilugio.

Lo sé, he escrito lo que en teoría existiría entre líneas. Entonces nadie sabrá qué escribiría en realidad, o si lo que tenía que escribir se ha quedado en los espacios en blanco. Entonces seré yo quien tenga que leer el párrafo anterior para ver entre líneas qué es lo que debo escribir ahora, o la próxima semana en la siguiente minuta.

La página en blanco es un mito. Es la plasta negra a la que hay que temer. De poder cerrar la persiana de los folios eso quedaría: una perfecta plasta de tinta negra, sin espejos posibles, sin espacios en blanco para leer entre líneas. Eso, la negrura más espesa, donde la imaginación ya no bastaría para adivinar la curva de una S o la cara siempre alegre de la e minúscula. Sobre el blanco todo está escrito, sólo falta aguzar la mirada y descubrirlo.


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