Los estudios académicos sobre la desigualdad viven un boom desproporcionado para algunas personas: desde la filosofía (iniciado por John Rawls, y ahora continuado por Amartya Sen, Thomas Pogge, Gerald Cohen, incluso Peter Singer), la historia económica (Thomas Piketty), la economía (Angus Deaton y Anthony B. Atkinson), la economía global (Branko Milanovic), la economía conductual (Sendhil Mullainathan y Eldar Shafir) y la sociología (Göran Therborn). Sus críticos también abundan (entre ellos, recientemente, Harry Frankfurt). En México las cosas reflejan el panorama global: tenemos jóvenes economistas preocupados por el tema (como Gerardo Esquivel y José Merino), corrientes políticas (Democracia deliberada) y férreos críticos (desde Luis Pazos hasta uno que otro ignaro como Arturo Damm). Incluso, la editorial más grande y prestigiosa de nuestro idioma (el Fondo de Cultura Económica) no ha dejado de publicar desde hace un par de años diversos títulos de varios especialistas mundiales sobre el problema de la desigualdad.
A pesar del caudal de información sobre la desigualdad y las propuestas para mitigarla, poco entendemos sobre el problema, por qué es un problema y por qué debería interesarnos e importarnos. Incluso los más inteligentes críticos de los estudios sobre la desigualdad aceptan algunas cosas (Frankfurt a la cabeza): que quizá la forma más adecuada de combatir la pobreza sea mediante una reducción de la brecha de desigualdad; que la desigualdad genera otros problemas (aunque quizá no sea de suyo está un problema), como la marginación social y la exclusión política; y que la desigualdad tiene costos económicos, sociales y políticos (Stiglitz, por fortuna, ha convencido a una buena porción de académicos). Sobre lo que estudiosos y críticos no están de acuerdo es sobre si la desigualdad es un problema de suyo o más bien es un asunto que genera otros problemas, sobre si es moralmente censurable, sobre si es la pobreza o la desigualdad el problema principal y sobre qué hablamos cuando hablamos de desigualdad.
Primero, unas cuantas aclaraciones. La desigualdad es un fenómeno multicausal y multifacético. Aunque la literatura sobre el tema suele concentrarse en la desigualdad de ingreso y de riqueza, existen muchos otros tipos de desigualdades: de oportunidades, de salud y de vida y muerte, por ejemplo. La pobreza (quizá el segundo problema más acuciante moral, política y socialmente del mundo, después del cambio climático) es un efecto de la desigualdad así como muchos otros: muerte prematura, mala salud, humillación, sujeción, discriminación, exclusión del conocimiento y de la vida social, impotencia, estrés, inseguridad, angustia, falta de orgullo propio y autoconfianza, y sustracción de diversas oportunidades. En un espíritu cercano a los estudios filosóficos y económicos de Amartya Sen, Therborn lo resume de manera simple: “La desigualdad es una violación de la dignidad humana porque deniega la posibilidad de que todos los seres humanos desarrollen sus capacidades”.
Pero ¿es la desigualdad inmoral por justo derecho o es inmoral por los posibles efectos que causa? Es éste quizá el inicio de lo que debiera ser nuestro debate. Es posible que Harry Frankfurt tenga razón: concentrar nuestros esfuerzos en estudiar la desigualdad podría desconcentrarnos de la pregunta más fundamental: ¿qué necesita cualquier ser humano para vivir dignamente? La conclusión de su argumento es brillante y simple: un mundo de iguales igualmente pobres no es un mundo mejor que uno de desiguales todos satisfechos. Pero ¿es posible un mundo de desiguales todos satisfechos? Al parecer no. Los datos económicos son contundentes: mientras más crece la brecha de desigualdad más insatisfechos generamos. Si esto es así, aunque la desigualdad no sea de suyo moralmente condenable, sus efectos son claros y claramente repudiables. John Rawls tenía razón desde 1971, cuando publicó su monumental A Theory of Justice: el único argumento que justifica la desigualdad es que ésta marche en favor de los menos favorecidos. Un mundo donde la brecha de desigualdad (ahora sabemos que la brecha sólo puede ser mínima) favorece a las personas que tuvieron la poca fortuna de nacer en condiciones que no les garantizan el pleno desarrollo de sus capacidades es una desigualdad justificada. No obstante, ¿de qué tipo de desigualdad estamos hablando? El papel del gobierno debe consistir en proporcionar a todas y todos desde nuestro nacimiento las mismas oportunidades: ciertas desigualdades pueden justificarse si y sólo si son resultado de una meritocracia funcional. Sin embargo, la desigualdad de oportunidades al inicio de nuestra vida nunca estará justificada: dicha desigualdad, además, mina los fundamentos de la democracia. La desigualdad de oportunidades es caldo de cultivo de la marginación política y social, la cual es el cáncer de la propia democracia.
Si es la desigualdad uno de nuestros principales problemas políticos y sociales, ¿qué están haciendo nuestros gobiernos y servidores públicos para combatirla? Los estudios de caso sobre la justicia distributiva en salud y sobre la pobreza de Paulette Dieterlen muestran con contundencia lo poco que están haciendo los encargados de pulir la estructura básica de nuestra sociedad. Agustín Basave, mientras fue presidente nacional del PRD, adoptó con mucha timidez una agenda que tenía en su centro el problema de las desigualdades. En nuestra ciudad, una agenda política inteligente y una campaña política distinta, como la de Alejandro Vázquez Zúñiga, no tuvo el impacto electoral que se hubiera esperado, aunque su agenda sigue presente en el legislativo y podemos esperar que Alejandro siga buscando un Aguascalientes plural y más equitativo en los próximos años. En cualquier caso, falta mucho por hacer en nuestro país, estado y ciudad. 2018 será un año importante: como ciudadanas y ciudadanos debemos estar a la altura de nuestras problemáticas.
Para seguir leyendo: un estudio de caso de Gerardo Esquivel sobre la desigualdad extrema en México puede consultarse en la siguiente liga: http://goo.gl/0lQtv6 . Muchos de los autores señalados en esta columna han sido publicados por el FCE. La agenda política sobre la desigualdad de Alejandro Vázquez puede consultarse en FB: /aguascalientesplural
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Magnífico artículo.
Congratulaciones.
Pero no olvidemos que que hay otro tipo de pobrezas, pobreza espiritual, no se menciona y es quizás la más importante y no me refiero a si es cristiano, católico, musulmán, etc ésas son religiones que terminan en fanatismo, No a ello me refiero si no aquello que se encuentra en el alma, en el corazón,en el respeto al prójimo y al amor a la vida y al planeta como un ser vivo.