Do you hear the people sing?
Singing a song of angry men?
It is the music of a people
Who will not be slaves again!
When the beating of your heart
Echoes the beating of the drums
There is a life about to start.
Do you hear the people sing? Los Miserables, obra de Teatro Musical.
Las masas suelen ser volubles, fácilmente manipulables, y atienden a pulsiones más bien emocionales a la hora de la toma de decisiones colectivas. Esto lo sabía Paul Joseph Goebbels, lo sabían también los mandatarios de las naciones inmersas en la Guerra Fría, así como lo saben ahora AMLO, Donald Trump; de la misma manera que lo supo el UPKIT con el Brexit; como además lo supo Hugo Chávez en Venezuela o Fidel en Cuba, y lo saben ahora los “profamilia” de la derecha clerical, y los actores políticos que actualmente amasan considerables bonos de capital político, a pesar de que sus posturas pueden ser irracionales, contradictorias, incoherentes, o -al menos- éticamente impresentables. Lo saben los analistas, los propagandistas, los burócratas; lo sabe -incluso- parte de ese cúmulo de individualidades al que llamamos masa. Entonces ¿por qué a pesar de que esto socialmente es sabido, se siguen tomando decisiones a nivel colectivo que -analizadas desde el individuo- podrían pasar como equívocas? Ya en este mismo espacio se había ensayado la aportación del nazismo a la propaganda política como medio para la manipulación de masas. En complemento, y a colación de la pequeña distancia argumentativa que tuvieron Peña Nieto y Obama sobre el concepto de Populismo durante su encuentro en Canadá, intentaré ahondar en los mecanismos sobre los cuales el populus, el vulgo al que todos pertenecemos, suele conducirse de la manera en que lo hace a la hora de decidir en grupo.
Sobre el concepto mismo de Populismo, a fin de no entrar en el laberinto de definiciones, y para partir de un marco de referencia común, propongo asirnos al campo semántico de la Demagogia, entendida ésta como la manera tramposa con la que un actor político se hace de apoyo popular mediante argumentos cuestionables, o -como se asienta en el DEL de la RAE-, que se trata de: “1. f. Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular”; o también como una “2. f. Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder”. Visto así, la demagogia es la herramienta del populismo; y éste no se circunscribe a ningún rango de la geometría política. Es decir, puede haber populismos de derecha, como de izquierda, siempre y cuando su discurso y acción política estén orientados a capitalizar los miedos, necesidades, carencias, filias y fobias de su pueblo con tal de acceder o mantenerse en el poder.
Ahora bien ¿por qué podría ser pernicioso para una sociedad el hecho de que un actor político ejerza el poder de manera populista? ¿Por qué no podría ser deseable que al pueblo le den y le digan lo que quiere tener y oír?, ¿por qué no sería ético que un actor político prometa de manera desmedida, que consienta emocionalmente a su pueblo, y con ello se gane la voluntad popular? Porque la política es siempre una batalla por elegir de entre todos los males, el mal menor. Porque la acción de gobierno siempre va a implicar distribuir o concentrar, porque para dar a unos siempre hay que quitar a otros. Porque si una nación cualquiera tuviese recursos humanos, naturales, tecnológicos, financieros, bélicos, educativos, de salud, etcétera, completamente ilimitados, y al alcance de la totalidad de su pueblo, esta nación tendría por nombre Jauja, se situaría en el Perú del siglo XIV, y ya habría sido depredada por los conquistadores Francisco Pizarro. Es decir; el ejercicio ético del poder -materializado en la acción de gobierno- no puede ser populista, porque en el mejor de los casos sería tramposa, sería un engaño colorido que, del arte ostentando los primores, con falsos silogismos de colores es cauteloso engaño del sentido; y en el peor de los casos sería lo que Aristóteles advierte cómo la tiranía de las mayorías sobre las minorías, ya que siempre habrá un sector de la sociedad que sea “castigado” para que al grueso de la población se le tenga más o menos contento. Por eso es que en la función pública se debe profesionalizar a la burocracia, y en la democracia se deben elegir los mejores perfiles basándose en más cualidades que la carísima propaganda o el vacuo carisma de los candidatos. Es una característica deseable en los estadistas que éstos sepan elegir el menor de los males; y en el populismo lo que se elige es más bien aquello que -en apariencia- “contente” a las masas. Pero como se da históricamente la mala distribución de la riqueza, las masas suelen ser vulneradas por muchos factores, desde los económicos hasta los educativos, por lo que el juicio sobre “qué les pone contentos” siempre es sesgado y no suele coincidir con “qué les beneficia” realmente, al largo plazo, como pueblo en su totalidad y no sólo como clase social populosa. Además, por definición, la demagogia atiende a aspectos que podrían tener contento al pueblo, pero que están basados en emociones elementales -la ira y el miedo principalmente- y atizar el fuego de estas pasiones siempre nos alejará de la razón.
Sin embargo, a sabiendas de lo anterior ¿por qué seguimos encumbrando imbéciles populistas? Quizá el estudio sobre el groupthink, del psicólogo Irving Janis, nos acerque a la respuesta. Éste académico intentó describir el proceso mediante el cual una colectividad está en riesgo de decidir de manera irracional o equívoca a partir de una falaz sensación de “consenso grupal” impulsada por alguno (o algunos) integrantes del grupo, revistiendo esta falaz sensación de consenso con virtudes engañosas o inacabadas sobre las opciones a decidir. Este mecanismo lo explica Janis con la Paradoja de Abilene, que podemos resumir en la siguiente anécdota copiada textualmente de la propia cita del autor en The Abilene Paradox and other Meditations on Management, tal y como la rescata doña señora Wikipedia: “Una calurosa tarde en Coleman, una familia compuesta por suegros y un matrimonio está jugando al dominó cómodamente a la sombra de un pórtico. Cuando el suegro propone hacer un viaje a Abilene, ciudad situada a 80 km., la mujer dice: «Suena como una gran idea», pese a tener reservas porque el viaje sería caluroso y largo, pensando que sus preferencias no comulgan con las del resto del grupo. Su marido dice: “A mí me parece bien. Sólo espero que tu mamá tenga ganas de ir.” La suegra después dice: “¡Por supuesto que quiero ir. ¡Hace mucho que no voy a Abilene!”. El viaje es caluroso, polvoriento y largo. Cuando llegan a una cafetería, la comida es mala y vuelven agotados después de cuatro horas. Uno de ellos, con mala intención, dice: “Fue un gran viaje, ¿no?”. La suegra responde que, de hecho, hubiera preferido quedarse en casa, pero decidió seguirlos sólo porque los otros tres estaban muy entusiasmados. El marido dice: “No me sorprende. Sólo fui para satisfacer al resto de ustedes”. La mujer dice: “Sólo fui para que estuviesen felices. Tendría que estar loca para desear salir con el calor que hace”. El suegro después refiere que lo había sugerido únicamente porque le pareció que los demás podrían estar aburridos. El grupo se queda perplejo por haber decidido hacer en común un viaje que nadie entre ellos quería hacer. Cada cual hubiera preferido estar sentado cómodamente, pero no lo admitieron entonces, cuando todavía tenían tiempo para disfrutar de la tarde.”
…Y todos la padecieron del caraxo, porque pensaban que el colectivo no se iba a equivocar, a pesar de que cada uno sabía que era una pésima idea, pero no tuvieron ni las agallas ni la capacidad argumentativa para expresarlo. Dicho de otra manera, el pensamiento grupal puede incidir en los colectivos para que éstos decidan grupalmente cosas que individualmente -luego de un poco de reflexión informada- considerarían estúpido elegir. Y ahí es donde se finca exactamente el talento de los populistas: en hacer pasar estupideces como “consensos grupales”, dividiendo a la sociedad entre buenos y malos, polarizando las posturas con el clásico conmigo o contra mí; aprovechándose de los miedos e iras que son inherentes a su propio pueblo para hacerles creer que su propuesta representa la solución a los males del colectivo. Por eso es que tenemos el deber de exigir una clase política ética, formada por profesionales en el ejercicio de lo público; con campañas políticas de altura, que expongan agendas claras y se posicionen sobre temas puntuales; para que luego tener funcionarios elegidos democráticamente a quienes les exijamos el cumplimiento de esas agendas. Pero como no lo hacemos, a cambio tenemos a una pandilla de bribones que abusan de la ignorancia y el miedo de la gente, emocionándola para que ésta les aplauda conmovida, en detrimento propio y colectivo.
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