El PRI a prueba / Memoria de espejos rotos - LJA Aguascalientes
22/11/2024

 

 

When I hear that trumpet sound

I’m gonna rise right out of the ground.

Ain’t no grave

can hold my body down

Ain’t No Grave – Góspel tradicional atribuido a Claude Ely.

 

Luego de las elecciones del 5 de junio, de la cascada de sucesos que han ocurrido en el país, en la clase política, y en la gobernabilidad; podemos afirmar que el Partido Revolucionario Institucional enfrenta una etapa crítica que le significa la posibilidad de crecer sobre sí mismo, pero al mismo tiempo el riesgo de cavar su propia tumba. Los escenarios no son halagüeños y los frentes abiertos son varios. En este espacio intentaré dibujar brevemente algunos de los retos, como siempre, puestos para la discusión de lo público en aras de pelear por un régimen democrático y un sistema de partidos mejor que el que ahora tenemos.


El PRI, como partido emblemático y determinante en la construcción del sistema político mexicano, ha pasado por distintas etapas, desde el sistema de partido hegemónico (con procesos electorales de risa), hasta la dura prueba de la competencia electoral (no siempre ganada, y no siempre con limpieza); desde su etapa de caudillos militares (desde el Maximato hasta Ávila Camacho), pasando por la etapa “civil” (de Miguel Alemán a Miguel de la Madrid), hasta la “tecnocrática” (desde CSG a la fecha); con gobiernos de lucha por la justicia social, como el de Lázaro Cárdenas; de consolidación de modelos de desarrollo, con Alemán; de mucha proyección internacional, como con López Mateos; pero también de bastante represión, como los de Díaz Ordaz o Echeverría; o de la catástrofe económica, con JoLoPo, y de la Madrid; del estigma histórico del fraude electoral, del magnicidio, de la guerrilla, del TLC, con CSG; pero también de la tersa alternancia con Zedillo. Es decir, no se puede hablar de un solo PRI, pero sí de una sola oportunidad -ahora- para la reinvención o el suicidio.

Para el PRI, la derrota electoral del 5 de junio en el ámbito nacional puede explicarse por varios factores muy presentes en el imaginario colectivo, de los que es imposible sustraerse:

  • El estigma de la corrupción, las “casas blancas”, el timo de Virgilio Andrade, de Duarte y demás gobernadores hundidos en su propio desprestigio, de cómo trataron la iniciativa ciudadana 3de3, y en general todo lo que en la cultura política popular puede asociarse al binomio PRI-Corrupción.
  • Las llamadas “reformas estructurales” que no han servido para maldita cosa, que han polarizado a la sociedad, que no han mostrado beneficios ni en el bolsillo ni en la comunidad del ciudadano.
  • La política económica que no ha sabido traducir los índices “macro” en beneficios a lo “micro”.
  • El fuego de la noche de Iguala, los “43 de Ayotzi”, el impensable laberinto de la oscuridad para la procuración de justicia en el caso.
  • En general, toda la política federal de seguridad y de combate al crimen organizado, que cada vez afecta a más sectores sociales y que la Federación no ha podido contener, ya no digamos disminuir.
  • La democracia interna y la pulcritud en sus procesos intestinos. Una asignatura pendiente desde hace años.
  • La convenenciera forma en la que el PRI manejó el apoyo del gobierno ante temas de universalización de derechos civiles, como la unión entre personas del mismo sexo, que abrió la puerta a la radicalización de la iglesia y de la derecha en general, para capitalizar la animadversión.
  • En general, la repulsa social hacia EPN y todo lo que éste representa para un ciudadano promedio, a quien el sistema político del país le ha alejado del desarrollo, le ha orillado a la desigualdad y a la ignorancia, y que le ha impedido educarse para distinguir con claridad -por ejemplo- las atribuciones que tienen entre sí los legisladores, de los alcaldes, de los gobernadores, del presidente de la República; y que achaca todo el mal al abstracto y esquivo concepto de “el gobierno”, de “los de arriba”.
  • El conflicto magisterial, que dejó de ser un problema educativo para convertirse en un riesgo de gobernabilidad y de seguridad nacional.

Sin embargo, la derrota electoral es solo el síntoma, no la enfermedad. Para “curarse”, el PRI está urgido de una reinvención. La renuncia de Manlio Fabio Beltrones a la presidencia nacional, el anuncio de Lorena Martínez sobre su cruzada nacional, pueden leerse como aspirinas para el cáncer, a menos de que vengan acompañadas por acciones enérgicas y revolucionarias que enfoquen sus esfuerzos a:

  • Primero que nada, entender que el electorado que les rechazó es justo el pueblo que el propio partido contribuyó a formar. En este sentido, tiene una urgencia de ser autocríticos y de actuar en consecuencia.
  • Definirse ideológicamente. Aunque actualmente pueda sonar anacrónico hablar de ideologías (sobre todo en procesos electorales que se ganan con el manejo de clientelas, de “redes de afinidad”, de despensas y dádivas), la brújula ideológica es indispensable, porque nos habla no sólo de que se entiende el ejercicio del poder, sino que se puede explicar el cómo y el para qué ejercerlo. El PRI, en este modelo pendular de su propia ideología, ha pasado (en términos de la política económica) de la izquierda al centro, y de ahí a la derecha; pero a algo que no puede renunciar es a su compromiso con la justicia social, y en esa batalla contra la desigualdad nos ha quedado a deber.
  • Comprometerse con la legalidad, la transparencia, el Estado de Derecho, la lucha contra la corrupción. Muy mal parado ha quedado el PRI en este tema y es uno de sus mayores retos.
  • En consonancia con el tema anterior, el PRI debe rescatar de su propia historia la larga herencia priista sobre la laicidad del Estado, y debe también de dejar de buscar en el ala conservadora la aprobación de sus propuestas de campaña y de sus políticas de gobierno. El PRI debe ser promotor de que la iglesia no se meta en política (esto es indispensable en el contexto actual dado que la ultraderecha necesita contrapesos efectivos), hacerlo un hábito diario en la realpolitik, y no sólo cuando se tiene la presunción de que se pierden elecciones porque el obispo dijo o no dijo.
  • Profesionalizar a sus cuadros. En los corrillos del análisis político ya es usual escuchar para cada proceso electoral que en el PRI La caballada está flaca. En esto se implica un necesario relevo generacional, y un obligado ejercicio de profesionalización. Pero es una banda de Moebius, porque no hay cuadros a la altura, porque la sociedad arrastra un grave déficit educativo y cívico, porque no ha habido cuadros preparados para la acción política y de gobierno, porque el partido se nutre de los ciudadanos que ha contribuido a formar. Grave reto en el que se involucra a todos los partidos que han ejercido el poder.
  • Democratizar efectivamente su vida interna. Es una verdad de Perogrullo el afirmar que -en política- “como es adentro, es afuera”, y si sus procesos intestinos llevan imposición, coacción, opacidad, carencia de diálogo; no podremos esperar cosas distintas en el ejercicio del poder público.
  • Como consecuencia de todo lo anterior, reconciliarse con el ciudadano. Preguntarse por qué el elector rechaza al partido y actuar en torno a ello, porque se ha confirmado que no basta su “voto duro” para ganar elecciones.

Finalmente, y a todo esto ¿por qué caraxo nos debería importar a la gran mayoría de ciudadanos, que ni militamos ni preferimos específicamente a ningún partido, que el PRI renazca sobre sí mismo? Porque si el PRI en dos años logra mejorar con cambios significativos, necesariamente orillará al PAN a que también lo haga, y con ello al sistema de partidos en general. El PAN por sí mismo no lo va a hacer, no va a cambiar en mucho por ahora, no porque necesariamente no quiera, sino porque ahora lleva la victoria como insignia, y más bien debe cuidar el no envanecerse por el triunfo. Los otros partidos podrán hacerlo, pero su peso específico en las elecciones nos hace enfocarnos hacia este lado. Además, tenemos como país la imperiosa necesidad de contrapesos efectivos en el ejercicio del poder, ya que es algo que nos afecta a todos, y más actualmente que la ultraderecha se está levantando. 2018 es un buen tiempo para hacer la evaluación, y está más pronto de lo que parece. Francamente creo que el PRI tiene pocas posibilidades de renacimiento, debido a su propia inercia histórica, pero por la salud de nuestra democracia, deseo en verdad que me equivoque.
[email protected] | @_alan_santacruz | /alan.santacruz.9


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