Mitos geniales: la democracia - LJA Aguascalientes
24/11/2024

Francisco J. Caballero

 

Concluyó el proceso electoral 2016. Siete estados serán gobernados por el PAN solo o con alguna coalición, seis por el PRI o con alguna coalición: se consolida el bipartidismo excluyente. Los resultados anunciados desde el día en las elecciones no cambiaron: tenemos un sistema eficiente, claro y caro. Después de campañas de guerra sucia, de atisbos de violencia y de campañas siempre enmarcadas por la sombra del dinero ilícito, ahora resta ver la manera en la que se asumen los cambios de gobierno. Los resultados son bastante predecibles: muchas acusaciones, muchas pruebas de corrupción, malos manejos, nepotismo y toda la variedad de prácticas que son patrimonio de la clase política mexicana, sea cual sea su orientación ideológica y política. Por ahí habrá algún funcionario de tercer nivel que pisará la cárcel y después todo quedará como siempre: estados endeudados con ninguna posibilidad de maniobra, con cuentas sin aclarar; estados de oposición acotados porque no reciben ni en cantidad ni en tiempo los recursos federales para su gestión; estados que no pueden incrementar sus ingresos con recursos propios porque eso implica subir impuestos… y el 2018 ya está cerca. La historia se repetirá.

En Aguascalientes, solo votaron poco más del 50 por ciento de los ciudadanos que se encuentran en la Lista Nominal de Electores; es poco si se considera que se eligieron a las autoridades con las que diariamente hay que lidiar, pero es mucho si se considera que esas autoridades nunca habrán de tener contacto con los ciudadanos que los eligieron. Hacer el trabajo de ser un funcionario de casilla y jugar el papel de ciudadano para asistir a las urnas resultan onerosos cuando los funcionarios electos no habrán de destinar tiempo para escuchar y menos atender la demanda de esos ciudadanos quienes todavía creen que los burócratas están a su servicio y no al servicios de sus propios intereses y los de su grupo. La democracia acotada solo regula la manera de acceder al poder, no al ejercicio del poder. Ahí no ha llegado la democracia. No importa el partido, ni las promesas de campaña: el sistema de partidos y el régimen de gobierno garantizan la impunidad.

La voz del ciudadano no importa. Referéndum, plebiscito y cualquier clase de modalidad de consulta ciudadana es letra muerta: lo es porque implica que existe una ciudadanía que participa y se organiza para gobernar, no solo para votar; lo es porque implica que existe en gobierno receptivo que informa y comunica. Ninguna de las dos condiciones se cumple. La democracia en México consiste en poner y jugar con reglas acordadas para regular la competencia política en el ámbito de las elecciones y para que esa competencia se realice de manera relativamente clara para permitir el acceso al poder a quienes cumplen los procedimientos establecidos; de no hacerlo se exponen a quedar fuera de la contienda. Todo está regulado: los tiempos en los medios de comunicación, los topes para los gastos de las campañas e inclusive el contenido de los mensajes para evitar la denostación y la guerra sucia, que de repente se mezcla con el acotamiento de la libertad de expresión, y también con los excesos de ésta cuando las minorías intocables -clero y empresarios- se asumen como voceros de la moral pública.

Hoy tocó al partido blanquiazul ganar las elecciones. La manera en la que convencieron al electorado tiene muchos matices. La larga tradición conservadora de los electores se reafirmó más que nunca, cuando desde los púlpitos se descalifica todo lo que huela a romper con los esquemas que la propia realidad ha dejado atrás, como es el caso de la concepción arcaica de la familia. ¿Cuántos tipos de familias existen en México? Muchas. Para los personeros del tradicionalismo más ramplón, solo una. De ese talante serán las respuestas del gobierno que eligieron. Así, los programas para madres solteras o para evitar embarazos no deseados, por ejemplo, tendrán, si lo tienen, un lugar marginal en la política pública estatal y municipal. Pero tal vez esas razones no fueron las más importantes para elegir al candidato o al partido.

El Ejecutivo estatal tuvo una relevante contribución en el resultado de las elecciones. En todas las elecciones en las que participó -municipales, estatales y federales- tuvo resultados negativos. No fue por su posición acerca de la familia, ni de los embarazos juveniles ni de los suicidios; fue el resultado del manejo económico el que tuvo consecuencias para los candidatos que impulsó. El estado que “crece más que China”, lo hace gracias a una sola empresa; tiene uno de los niveles salariales más bajos del mundo, si a comparaciones globales se atienden. También tiene los índices de rotación laboral más elevados de México y una nula conexión con empresas locales. La política industrial, como en todo el país, simplemente no existe. Por aquí la democracia tampoco pasa. El diseño de los programas de gobierno, que debería ser un proceso participativo y no una agenda diseñada en las rodillas de los asesores, brilló por su ausencia en el gobierno que termina y hará lo propio en el que inicia.

La oferta política de los candidatos no incluye las modalidades de participación para definir lo estratégico, lo importante y lo urgente. Los electores no votaron por una oferta política porque no existe una diferenciación programática, a veces ni siquiera ideológica, salvo en las posiciones extremistas y dogmáticas señaladas. Los gobernantes harán políticas y gastarán nuestros recursos con base en lo que vaya saliendo y con la finalidad de un beneficio político de corto plazo. No habrá participación ciudadana ni en el diseño ni en la ejecución de programas porque no existen ni los mecanismos ni el interés de que ello se realice. ¿Cuál es la diferencia de esta democracia del 2016 respecto a la que habría en los setenta o los ochenta en la definición de programas y la intervención ciudadana? Ninguna.

No basta con reglas claras, y con tribunales para hacerlas valer, para que la democracia se alcance. Las prácticas autoritarias no han desaparecido pese a la alternancia política porque son iguales los bicolores que los tricolores. La transición política -esa que lleva de un régimen autoritario a uno democrático- tampoco se ve en la realidad cotidiana. Y si no se ve ahí, en la calle, en los trabajos, en las oficinas, y en la universidad pública en la que se llama al abstencionismo, entonces ¿dónde está?


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