A la comunidad LGBTTTI de Aguascalientes
Estados Unidos de Norteamérica tiene una larga historia de luchas por los derechos civiles. La lucha en contra de la segregación racial es quizá uno de los episodios mejor conservados por su memoria colectiva. Rosa Parks, Edgar Nixon, Martin Luther King y Ralph Abernathy fueron sus caras más visibles.
El color, el género, la religión y la raza siguen siendo obstáculos para el igualitarismo civil, político, social y económico de sus ciudadanas y ciudadanos. Al día de hoy una mujer gana en promedio menos dinero que un hombre por realizar el mismo trabajo, un afroamericano no es contratado con la misma facilidad que un anglosajón para un puesto directivo, resulta casi impensable que un ateo confeso ocupe un importante cargo público (como lo ha demostrado Daniel Dennett), así como mexicanos y árabes son vistos con recelo y son relegados ordinariamente a las periferias de muchas ciudades. Una de las batallas más difíciles que viven al día de hoy, sin embargo, tiene que ver con la desigualdad que es consecuencia de la diversidad de las preferencias sexuales. No obstante, la batalla no es nueva. Harvey Milk fue uno de sus precursores en la segunda mitad del siglo pasado en la ciudad de San Francisco, un lugar en el que hoy —en palabras de la chef Dominique Crenn— «uno puede ser uno mismo sin miedo».
El domingo desperté con una terrible noticia: un sujeto entró a un centro nocturno en Orlando, disparó con una AR-15 varios de los asistentes, mató a más de cinco decenas de personas, e hirió a muchas más. ¿Qué intenciones lo motivaron? Mientras escribo estas líneas, aún son poco claras. Muchos católicos bienpensantes y compasivos, y algunos conservadores de otras religiones, han señalado que detrás del atentado hay un motivo principal: el terrorismo. Esto aún no ha sido confirmado, aunque se sospecha que el sujeto había jurado lealtad al Estado Islámico. Otros han señalado que el tiroteo es causa de las casi nulas restricciones que existen en nuestro país vecino para obtener un arma. Y es cierto. Muchos republicanos y los miembros de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) cargan ya en su conciencia con la sangre de cientos de inocentes acribillados en más de 173 tiroteos masivos (sólo en lo que va de este año). Pero existe un tercer factor, y quizá el más importante: homofobia. Algunos han querido minimizar este factor: aludiendo a una posible coincidencia. Me parece muy improbable. En primer lugar, si el ataque fue terrorista, en dichos atentados se eligen con cuidado los blancos. Los terroristas no juegan a los dados para decidir a quiénes han de matar y en dónde. En segundo lugar, sería una muy extraña coincidencia que esto sucediera justo en medio de las celebraciones del Día del Orgullo Gay en Florida. Omar Mateen, estadounidense de raíces afganas, cometió un crimen de odio: eligió a sus víctimas por su orientación sexual. Lo que debería preocuparnos es que muchas personas buscan minimizar o eliminar el factor de homofobia del crimen. ¿Por qué lo hacen? La historia de Estados Unidos nos lo puede enseñar: lo que sucedió el domingo, como lo que sucedió con Rosa Parks en un autobús el 1 de diciembre de 1955, puede detonar con mayor fuerza la lucha por los derechos civiles, en este caso de la comunidad LGBTTTI. Por mi parte, espero que así suceda, y no sólo en nuestro país vecino, sino en México y el resto del mundo.
El 22 de mayo de este año sucedió en un bar gay de Xalapa algo similar a lo sucedido en Orlando. Poco se habló del asunto en nuestro país. Al parecer, al menos 4 personas resultaron muertas y 13 heridas. La iniciativa del presidente Peña, así como las resoluciones de la Suprema Corte, han caldeado los ánimos de nuestras sociedades conservadoras. En Aguascalientes, nuestro próximo gobernador ha pactado con el obispo de la ciudad y con un grupo de conservadores denominados Consejo de laicos. Queda clara la influencia que este grupo de conservadores puede tener en nuestro estado y ciudad. Por ello, lo que sucedió en mayo en Xalapa y el domingo en Orlando deben ser catalizadores para que la lucha por los derechos civiles de todas y todos continúe y no se detenga. Y le tengo una mala noticia a José María de la Torre Martín, obispo de Aguascalientes: su lucha por la exclusión, el odio y la incomprensión la tiene perdida. Tarde o temprano la diversidad sexual será aceptada y respetada, y las personas que no comparten su estrecha comprensión de la sexualidad y el amor humanos serán tratados como cualquier otro ser humano, con exactamente los mismos derechos y obligaciones. Los derechos civiles no son negociables nunca. Para otro día dejo una discusión más detallada del uso ignorante y fácil que hacen los conservadores del término “natural” para defender sus débiles posturas.
Un día discutíamos un querido amigo y yo con un homófobo. Éste sujeto nos cuestionaba con la consabida pregunta retórica: “¿Cómo le explicarías a tus hijos lo que sucede cuando vean a un hombre besar a otro hombre, o a una mujer besar a otra mujer?”. La respuesta de mi amigo fue brillante y simple: “Les diría que lo hacen porque se aman”. Aún no tengo hijos. Pero sé que si algún día llego a tenerlos deseo explicarles conductas de amor y no de odio. Deseo explicarles que un hombre puede amar a otro hombre, que una mujer puede amar a otra mujer, que hombres y mujeres pueden amarse entre ellos. Lo que no deseo es tenerles que explicar por qué algunos grupos de mujeres y hombres odian a otros por amarse, por exigir que se respeten sus derechos, por exigir el trato que merece cualquier ser humano. Deseo nunca tenerles que explicar por qué pasan cosas como las sucedidas en Xalapa y Orlando.
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