El análisis político de los resultados de las elecciones que se llevaron a cabo el domingo 5 de junio, se hará a lo largo de los próximos meses, en tanto van asumiendo sus cargos los nuevos gobernantes. Los elementos a estudiar, tanto en lo que fue el proceso electoral, como lo que vendrá como nueva etapa democrática, son varios y diversos; de ahí la necesidad de tomar algunos de ellos para avanzar, paulatinamente, en la construcción total del escenario, con la participación de las diversas perspectivas que los analistas vayan exponiendo.
Tomemos como elemento-punto de partida, la polarización que observamos a lo largo de los tiempos previos a la campaña electoral y durante ella: por un lado, la existencia de un modelo de gobierno con las características negativas de los tiempos de la hegemonía del PRI, reciclados en la actualidad; y, por el otro, el reclamo de la sociedad mexicana para el cambio de modelo de gobierno, por uno que asuma las principales demandas de eficiencia y eficacia, de transparencia y rendición de cuentas, de combate a la corrupción y a la impunidad, por mencionar algunas.
Como siempre, es necesario tener en cuenta que, si bien el PRI fue el creador del viejo modelo de gobierno, ahora también los electores lo han reclamado al PAN y al PRD en Sonora, Oaxaca, Puebla y Sinaloa. El fondo del punto, por lo tanto, es superar el nivel del partido político, para poder llegar al nivel de que los gobiernos, de cualquier partido, deben asumir el reclamo de la sociedad. Ya no son tiempos en que un partido podía eludir los compromisos del saneamiento del gobierno, acusando que el otro partido cometió también los mismos errores: ya no vale decir que como todos son iguales, no podemos hacer nada para tener, de verdad, un buen gobierno.
¿Por qué hablar, entonces, de congruencia en los resultados electorales? La respuesta es sencilla: de doce gubernaturas que se eligieron, el PRI sólo ganó cinco, y el PAN solo y con el PRD, ganaron siete. Es, por lo tanto, la conclusión del planteamiento hecho por la sociedad mexicana: se rechazó un modelo de gobierno, y se eligió el supuesto nuevo modelo.
Cierto, no por ser nuevos gobiernos, distintos al PRI, automáticamente, serán gobiernos que manejarán las características exigidas por la sociedad para un buen gobierno. Lo que sí podemos señalar es que los candidatos de oposición manejaron, a su favor, las banderas electorales del rechazo a las viejas prácticas de gobernar, y, al ganar la elección, quedan comprometidos para el cumplimiento de las propuestas.
La congruencia de los resultados la podemos explicar de la siguiente manera: si la sociedad está en desacuerdo con las mañas de hacer gobierno, y hubo candidatos que ofrecieron el cambio, lo consecuente, en términos generales, es que ganen estos candidatos, y no los del PRI. La falta de congruencia sería -como sucedió durante mucho tiempo- que, a pesar de las quejas ciudadanas por el mal gobierno, volviera a ganar el mismo partido político; significa, como es el caso de Veracruz y Tamaulipas por citar algunos, que si en décadas los gobiernos del PRI, por más promesas que hicieron en sus campañas para erradicar la corrupción y la violencia de la delincuencia organizada, al no lograrlo y estar inconforme la sociedad, lo congruente era que otro partido político ganara la elección, y no el mismo (Zacatecas ¿será ejemplo de incongruencia?).
Este cuadro requiere de más estudio y complementación, además de que es discutible. Sin embargo, tomemos algunos ejemplos del porqué se polarizaron las campañas en sólo esas dos posiciones de modelos de gobierno, que, con los resultados electorales, llevaron al presidente de la república y nacional del PRI, a decir que los electores dieron un mensaje claro y fuerte.
La credibilidad es un criterio de evaluación fundamental, ya que nos permite relacionar directamente lo que un gobernante o candidato dice, con lo que está sucediendo en la realidad; es decir, creemos o no, lo que expresan. Por ejemplo, el presidente Enrique Peña dice -no obstante que haya sido después de la elección-, en la sesión del Consejo Mexicano de Negocios del 9 de junio, “Al Gobierno de la República, a su Presidente, no escapa, ni es omiso, ni es insensible ante lo que está en la demanda de la sociedad mexicana… Tampoco soy omiso en reconocer que hoy hay una demanda por combatir la corrupción y la impunidad…” (sitio: Presidencia, en la red).
Otro ejemplo en la misma línea es el ofrecido por el gobernador de Veracruz, Javier Duarte, cuando responde a las acusaciones de corrupción: “Posterior al proceso, he escuchado los mismos ataques y mentiras usados como arma electoral, durante la campaña. Y ha continuado la política de acusar sin pruebas, de denostar sin fundamento, y de agredir e insultar a mi persona, y a mi gobierno… Los desvíos de los que se habla, solo existen en la mente tortuosa de quien sí tiene denuncias formales por enriquecimiento ilícito, y gravísimos señalamientos…” (tomado de Animal Político, en la red).
Son dos expresiones que muestran rasgos de un modelo de gobierno que rechaza la sociedad mexicana: decir que el gobierno no ha sido omiso en determinados asuntos, cuando observamos que no se atienden ni resuelven como es pertinente, o que la corrupción sólo existe en la mente de los que la señalan, es el estilo de engañar al ciudadano.
Los electores del 5 de junio tuvieron una respuesta electoral; utilizaron, junto con otros, el criterio de credibilidad, para, con el voto, dar a unos la razón y no a otros. Vivimos un importante avance en nuestra democracia, aunque tenga todavía defectos -como la compra de voto-. El elector asumió su libertad para votar, el ciudadano contó el voto y lo registró en acta, y el resultado quedó en firme, como testimonio de congruencia -resistiendo cualquier indebida presión-.